5. Desmayo

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Mi campo de visión se vio tapado por una enorme figura frente a mí que sonreía con extraña emoción. Imbuida, eclipsada y completamente perdida, me quedé de pie frente a este ser sintiéndome en otra dimensión, en otro lugar. El ruido desapareció, el río detrás de mí enmudeció; la multitud, el sol, el clima, y todo lo que me rodeaba siguieron un camino diferente, cambiaron de realidades, y, de pronto, me hallé sola, muda, en una especie de membrana, viendo cómo ese hombre con su pelo revuelto bajo una gorra beisbolera y su sonrisa deslumbrante, me veían con más conocimiento del qué yo tenía sobre mí misma.

—No te asustes, Uvita —dijo el extraño que pareció notar mí conmoción—. No te asustes, tranquila.

Pero no importó qué dijo, yo seguí muda, rebuscando en el diccionario de mi cerebro cualquier palabra que me sirviera para esbozar un saludo al menos, inútilmente. Mi conmoción fue tal, que no fue sino hasta que él tocó mi hombro con delicadeza, ahora preocupado, que pude volver a ser consciente de la realidad en la que estaba.

Mis instintos se dispararon; me sentí indefensa. Fue entonces que mi viejo "yo" volvió a salir a la superficie. Arrugué el rostro queriendo mostrar rudeza, me sacudí de su mano y di dos pasos atrás.

—No me toques —espeté.

—Lo siento— volvió a disculparse—, lo siento, de verdad, no quería asustarte.

—¿Quién eres? —Pregunté— ¿Qué era esa cosa en el callejón? —Pregunté sobre lo que vi segundos antes.

Lo miré con el ceño completamente fruncido.

Él, rió un poco, giró su cabeza lo suficiente para poder ver hacia atrás antes de volver a verme.

—¿De qué callejón me hablas, Uvita? —dijo.

Fue entonces que volví a mirar tras él y pude notar que allí no había ningún callejón, que tras él sólo había ladrillos y cemento. Ahí caí en cuenta que yo no había hablado en francés, que aquel hombre me respondía en español, y que yo no tenía ni idea de lo que estaba sucediendo.

Me sentí sofocada, tanto que me vi obligada a retroceder; comencé a hiperventilar, y antes de que pudiera reaccionar, me encontré de rodillas, casi ahogada.

Él, ese hombre, corrió hacia mí, con su expresión transformada, preocupado y hasta arrepentido, repitiendo una y otra vez algo que yo, en medio de mi trastorno entendía como "lo siento" a la vez que me socorría, buscando que no me desmayara. Todo se puso negro y supe que iba a desmayarme, pero antes, no pude parar de pensar en:

¿Por qué me llama "uvita"?

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora