46. Alma Noa Villa - Parte 2

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—Habrá que arreglar eso —dije.

Me mordí el labio y subí mi mano a apoderarme de su cuello, mientras otra se colaba bajo su filipina encontrando la piel desnuda de su espalda. Ezra apretó la mordida y me sonrió, emocionado. Entonces al fin se encontró con mi boca, con mis labios, con mi lengua.

Cada vez que lo besaba sentía que la temperatura de mi cuerpo aumentaba a tal punto que no podía ni soportar la ropa encima; eso mismo me hacía pensar que no debería besarlo en público, pero, mantenerme lejos de él, de su boca, se me hacía más difícil cada día.

Lamí sus labios y los mordí, antes de separarme, de sentir que el calor me sobrepasaba.

Apreté el espacio de piel de su espalda entre mis manos y me atreví a colar un dedo por entre el elástico de su pantalón, queriendo transmitirle un poco más mi sentir. Ezra lo entendió y me sonrió, pícaro, pero me tomó la mano y la retiró de allí. Bajó hasta mi oído y lo más bajo que pudo sobre el sonido de la música me dijo:

—Me estás poniendo en problemas —me besó la mandíbula.

—Yo ya estoy en problemas —respondí a su oído, soltando una risa pícara—. Parece que he resuelto el contratiempo.

Ezra se hizo hacia atrás y se recostó contra la pared, atrayéndome con él. Me acomodé entre él, entre sus piernas, esperando ser abrazada, pero lo que hizo fue colar sus manos por entre la bata y ubicarlas al final de la espalda, justo sobre el inicio del pantalón, con los dedos ligeramente colados entre la tela de este. Me mordí el labio, sonriendo, ansiosa de que sus manos se inmiscuyeran un poco más, pero no lo hicieron; Ezra se quedó quieto allí, atrayéndome hacia sí, pegándome a su pecho.

—No te pienso hacer estas cosas en público —dijo, besándome la frente—. No significa, sin embargo, que no las desee.

Hice mi cabeza hacia atrás para poder verlo a los ojos.

—¿Cuándo fue que te volviste tan audaz? —pregunté.

Ezra giró un poco la cabeza y soltó una carcajada.

—Le aprendí a la mejor —dijo, antes de bajar y besarme.

Contra su boca, sonreí y aproveché para pasarle las manos por el cuello.

—Está bien si metes más las manos —dije contra su boca—, al fin y al cabo, la bata está tapando.

Ezra se hizo hacia atrás, rompiendo el beso, sin embargo, no se despegó mucho.

—No te quiero faltar al respeto —me dijo.

—No lo estás haciendo —dije dándole un beso rápido—, quiero que lo hagas. Yo también quiero hacerlo contigo —confesé, tranquila.

Ezra se mordió la mejilla y tragó saliva. Casi pude ver cómo trabajaba su mente, como todo su cuerpo trabajaba para hacerle ganar confianza, la suficiente para atreverse a bajar un poco más las manos. Me reí, pícara, y me acerqué a darle un beso en el mentón, y otro en el cuello, y otro en su clavícula. Lo escuché resoplar; seguramente estaba poniendo todo de sí para controlarse.

—Alma...

—¿Qué pasa? —pregunté, abandonando otro beso en su mentón.

—No juegues conmigo... —inclinó la cabeza hacia un lado para darme más acceso a su cuello.

—No lo hago —le besé la piel cerca de su hilera de huesos que formaban su garganta—, al contrario, estoy pidiéndote de otra manera que hagas las cosas.

Enderezó la cabeza y sentí que sus dedos bajaban un poquito más.

—¿De verdad te puedo tocar? —preguntó, borracho de aguantar sus deseos.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora