...
—¿Dónde estabas? —preguntó Aymé.
—Investigaba unas cosas. Vine corriendo aquí porque pensé que estaban solos.
—Pues no, aquí estamos —dijo Clement—. Apúrate, deja la mochila allá con los celulares y juguemos.
—OK, OK —Dije—. Pero luego almorzamos, muero de hambre.
—Uy, pero no he hecho nada —dijo Hervé—. Si quieren, jueguen mientras hago algo rápido.
Me giré a verlo, incrédulo. Lo agarré del cuello y le rasqué la cabeza con el puño.
—Ya está, voy a gastar lo que me queda de mesada. Almorcemos basura hoy —Hervé se zafó de mi agarre, tras darme un puño en el abdomen suave que me hizo bajar el agarre—. ¡Eh, Hervé!
—Ya me estoy volviendo más ágil — dijo, orgulloso.
—Eso es porque te enseño bien —dijo Clement, más orgulloso que Hervé.
Aymé torció los ojos.
—Ya quisiera, señorito.
—¿Quién le está dando clases de defensa personal? —refutó Clement— ¡Yo! Así que es gracias a mí.
Hervé soltó una carcajada. Sabía que era cierto, su agilidad se debía a Clement, que, tras saber la realidad de los chicos le dijo que debía aprender a defenderse, y había insistido con enseñarle a pelear y a defenderse. Clement era el más ágil de todos, de eso no cabía lugar a dudas.
—Yo casi le di pelea, señorito, usted no es tan bueno como dice.
—Igual te gané —se defendió él.
—Igual le dejé un ojo morado al señorito.
—¡Eh! Yo te dejé peor, Aymé —le dio un suave empujón en el hombro. Aymé se giró y lo vio con ojos entrecerrados.
—¿Quiere probar el señorito quién es mejor?
—Bueno, bueno, ya, gallitos finos —les detuve—, aquí estamos hablando del almuerzo.
—¿Qué nos vas a invitar? —me preguntó Jeannot.
—Hamburguesa, ¿quieres?
Los ojos se le iluminaron.
—¿De verdad? —preguntó, incrédulo y emocionado— Hace mucho tiempo que no comemos una, no nos alcanza el dinero para gastar de más.
Hervé levantó a Jeannot en sus brazos y le dio un abrazo rápido, luego lo bajó y revolvió la cabellera, aliviando la queja de su hermano. Clement, Aymé y yo nos miramos y tragamos saliva.
—Tranquilo, pequeño, ya pronto todo estará bien —le aseguró Hervé—, Ezra ya casi cumple los 18.
—Lo sé, está bien —respondió Jeannot—. Además, ahora no estamos solos.
Hervé sonrió.
—Es cierto, ya no.
Nosotros tres tragamos saliva nuevamente; no sabíamos si debíamos interrumpir o no. Lo que para ellos era tan común y normal, a nosotros nos producía un revoltijo de emociones que nos hacía estremecernos de tristeza. Decidí intervenir.
—Ya no van a estar solos nunca más, enano —le dije a Jean—. Y como no van a estar solos, nosotros podemos invitar a almorzar también —me giré a ver a Hervé—. ¿Qué dices, Hervé? ¿Quieres hamburguesa?
—¡Claro! —me respondió— Pero, nosotros no podemos salir...
—Yo me quedo con ustedes —dijo Clement—, mientras Aymé y Méderic van por el almuerzo.
ESTÁS LEYENDO
Bitácora de Alma: Komorebi
RomanceA simple vista, la vida de Alma Noa Villa, una colombiana radicada en Colmar, pareciera ser perfecta y despreocupada. Inteligente, conocida por todos, pero amiga de nadie, goza su soledad, y la disfruta siempre bajo su árbol. No obstante, nadie sab...