37. Alma Noa Villa - Parte 1

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Para celebrar el que le hubieran levantado a Elora su castigo de "NO SALIDAS" "NO VISITAS" tras nuestro encuentro con la profesora Davina y la dirección, decidimos volver por una malteada juntas en La Cream. Elora, ya estaba super enterada de todo lo que pasaba entre Ezra y yo, o, bueno, de lo que había pasado, y lo que sentíamos, porque, a la hora de la verdad, seguíamos siendo amigos, porque queríamos ir lento... o bueno, eso quería él, porque yo me moría de ganas de saltarle encima; por lo que, cuando llegamos a La Cream, no se le hizo raro ver la cara de idiotas que poníamos cada uno al vernos, como sonreíamos como si todo fuera perfecto y desapareciera todo a nuestro alrededor. No obstante, eso no impidió que se deshiciera de la emoción.

Ezra ya no me recibía con el ceño fruncido, o indiferente, o serio. Ahora, aunque no lo quería, dibujaba una sonrisa de oreja a oreja al verme, y me saludaba en silencio, de lejos, desde su puesto, y yo casi podía sentir su toque, sus dedos sobre los míos, y el pulso eléctrico que me recorría de arriba abajo al contacto con su piel. Y, como yo no podía perder ni una milésima de mi dominio, le dedicaba una sonrisa aún más grande, más disiente, más poderosa, que hacía que su barrera de vitrinas se destrozara; mientras, con la mirada, lo atraía, lo llamaba, y le decía una y otra vez todo lo que yo ya le había dicho. Era una lucha constante, porque el roce que generábamos —ahora a propósito—, al cancelar el pedido y al recibir el vuelto, nos desarmaba y armaba a la vez, y nos daban ganas de perdernos en cualquier rincón, donde pudiéramos entrelazar los dedos con tranquilidad, y vernos como ya nos veíamos, hasta empaparnos, hacernos uno solo, fundidos.

Por eso era una lucha.

Pero más lucha era no vernos.

Así que aguantábamos, soportábamos todo, por el bien de ambos, y, claro, por el bien de La Cream, que había comenzado a ganar clientas que iban sólo a ver a Ezra, a querer tomarlo para ellas; yo me reía cada que veía eso, contrario a los celos, lo que sentía era un orgullo abismal, porque sabía que él era mío, y yo era suya, y que allí ya nadie cabría en medio, aun cuando no éramos más que "amigos". Me hacía feliz que no sólo yo notara lo mucho que había cambiado él.

—Ezra —lo saludé.

—Alma —me saludó, sonriendo de vuelta.

—¿Me extrañaste? —pregunté, descarada; sabía que eso lo avergonzaba.

Ezra soltó una risita baja y no me respondió, sólo movió la cabeza de lado a lado, negando. Fue en ese momento que notó a la Elora transformada a mi lado. Por petición de Elora, nadie, absolutamente nadie sabía de su cambio, por lo que no había podido contarle a Ezra tampoco. Ezra abrió los ojos como platos y se quedó mirándola, boquiabierto.

—¿Elora? ¡Elora! ¡Qué te hiciste! ¡Guau!

—Hola, Ezra —saludó Elora, con las mejillas tan naranjas como su pelo de vergüenza.

—Que buen cambio, te queda muy bien.

—¿Verdad que sí? —dije yo, orgullosa— Se lo he dicho ya muchas veces, pero sigue sintiendo pena.

Elora estaba echa un caos, abochornada.

—Pues es que es un cambio radical —dijo Ezra—, es como si te hubieras salido de la cueva, o sea, si antes te decían Flor, ahora sí que lo eres. No sé, ¡brillas!

—¿Ves, Elora? No soy la única que lo dice —la apreté más en mis brazos—. ¡Créetelo! Eres guapa y poderosa.

—Uf... para mí aún es demasiado, llevo años sin tener este look, llama demasiado la atención.

—¿Fue idea tuya, Alma? —preguntó Ezra confundido.

—No, no, este logro es de ella solita.

—¿De verdad? —preguntó él, asombrado— Eso sí que es una sorpresa. Pero si ya habías tenido el look no demorarás en acostumbrarte de nuevo.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora