15. Aymé Couture

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De la casa de Méderic salí corriendo hacia la destartalada casa que era el remedo de hogar de Ezra para cumplir con mi promesa. Sabía que salía hasta las ocho, y que se estaba muriendo por saber algo sobre sus hermanos, quienes, por desgracia, seguían sin celular; en palabras de Ezra «no tengo para comida, menos para recargar un celular». Pero eso iba a cambiar. No podía permitir que Ezra renunciara a su empleo; todos necesitaban el dinero, por lo que le daría una mano con aquello de la comunicación. No iba a ser mucho, pero con tal de que tuviera un teléfono para llamarlos, mismo que sirviera para cualquier emergencia, sería más que suficiente.

Por fortuna, la casa de los Abadie estaba cerca tanto de la cafetería, como de la casa de Ezra, por lo que pude correr por la Avenue d'l Alsace hasta encontrar la 43 Route de Neuf-Brisach en menos de cinco minutos. Me detuve en la esquina, como siempre, escondido tras cualquier cosa que me sirviera de disfraz, para comprobar que la pesadilla del hogar, o no se encontrara, o estuviera lo suficientemente ebrio como para estar dormido, y no correr riesgos. Me acerqué de a pocos, hasta alcanzar la ventana del cuarto de los hermanos, donde estaba seguro, se encontrarían en caso de que Gauthier se encontrara allí. No estaba, y el televisor que sonaba, era por ellos, disfrutando de aquel limitado tiempo de "vida normal" a la que, difícilmente, podían acceder.

Antes de atreverme a golpear la ventana, comprobé cada una de las ventanas de la casa, no sin antes comprobar que, por la calle principal, no estuviera nadie.

Golpeé.

No lo pensé en el momento, y por supuesto que no lo hacía de malo, ni mucho menos por dármela de chistoso, pero me arrepentí de haber pensado en esa forma de llamar su atención. Los dos pobres se pusieron pálidos, y giraron su cabeza tan lento como pudieron hacia el sitio de dónde provenía el ruido. Pude notar como el cuerpo de Hervé, aún sin moverse un ápice, adoptaba una postura defensora, listo para recibir cualquier tipo de impacto que fuera dirigido a su hermano, y como Jeannot, tan bueno como era, se enjuagaba las lágrimas a punta de parpadeos, y se llenaba de valentía, para recibir, igual que su hermano, cualquier impacto que fuera a dañar a su vecino de vida. Me arrepentí de inmediato. Verlos a los dos de esa manera me agrietó el pecho, y me hizo conocer un nuevo extremo de impotencia; me hacía querer tener la capacidad, el dinero, la fuerza y la valentía, para poder salvar a esos tres hermanos del suplicio carnal, moral y sentimental que se veían obligados a soportar.

Al darse cuenta que se trataba de mí, Jeannot salió a correr fuera, cubierto de las lágrimas que ya no pudo soportar, a abrazarme mientras se le iba la vida en ello; Hervé por su parte, se quedó sentado en el borde del sofá, donde se encontraba desde el principio, tan pálido como la cal, recuperando el aliento de vida que se le había escapado con el llamado que manifestó mi presencia.

—¡Perdón! —me disculpé— ¡Perdónenme, por favor! —Me sentía terrible. Estreché a Jean en mi abrazo queriendo devolverle la tranquilidad que acababa de robarle.

—Me alegra que seas tú, Aymé.

—Ay, pequeño, lo siento mucho, perdón, de verdad, ¡perdón! —lo abracé un rato más antes de obligarlo a separarse de mí—. Ven, vamos adentro, es más seguro; quiero mostrarles algo.

Dentro, Hervé recuperaba un poco más el color, pero seguía mudo sentado en el borde del sofá.

—¡Ay, Hervé, perdóname! —volví a disculparme a la vez que palmeaba su hombro— No quería provocar esto, de verdad.

No respondió inmediatamente, por lo menos, no con palabras. Se limitó a asentir.

—Hola, Aymé —me saludó al fin—. Pensamos que no vendrías hoy.

—¿Cómo puedes pensar eso? ¡Se lo prometí a tu hermano!

—Pero también tienes tus cosas, está bien que te dediques a ellas.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora