Pasaron cuatro semanas exactas para que yo pudiera volver a La Cream, para que yo me pudiera "sanar" nuevamente, y pudiera volver a ver a Ezra. Cada noche lo pensaba antes de dormir, o al volver de la casa de los Abadie, que se había convertido por esos días, en un segundo hogar, sin dejar de preguntarme cómo estaría. Después de nuestro reencuentro y de esa gran bomba que les había lanzado yo con mi pasado y mi verdad, me sentí mucho más ligera, pero aún me encontraba tan sensible que sentía que cualquier rechazo o actitud fuerte me haría echar a llorar sin remedio alguno; para mi desgracia, no estaba preparada para ver a Ezra.
Sin embargo, ese día me levanté sintiéndome como yo solía ser en realidad.
Y me sentía plena, me sentía ahogada en sarcasmo, en energía, en audacia, en desparpajo, y en todo aquello que me hacía "yo".
Me levanté tan rápido como pude y corrí a alistarme, a ponerme "bonita", para borrajear todo aquello que se me había pegado en las últimas semanas; quería sentirme poderosa, sentirme plena y completa; cuando sentí que lo había logrado, me despedí de mis padres, notoriamente más enérgica que lo que había estado últimamente, y salí de la casa hecha un trompo de felicidad. No le avisé a Méderic y a Elora que iría, al fin, a La Cream, sino hasta que ya iba en camino allí; estaba tan emocionada que ni el reloj había visto antes de salir; quedamos de encontrarnos allí, pero ellos no estaban listos aun cuando yo llamé, por lo que supe que se demorarían y me darían un tiempo con él, a solas.
Al llegar a mi destino, vi, al fin, el reloj. Eran apenas las nueve de la mañana, La Cream prácticamente acababa de abrir, y yo estaba tan emocionada que ni el golpe de calor sentía. Aprovechando que aún no había mucha gente allí, entré feliz y encantada para encontrar a Ezra y a Elie, a quien, seguramente, tenía extrañada por mi ausencia. Abrí la puerta y con ella se generó un ruidito, esa música de la campana que ya tan bien conocía, y aunque quise quitarme de encima un poco de la audacia que bien me identificaba, no pude. Y por eso cuando vi a Ezra tras la vitrina volteando su rostro para verme, no fui más que sonrisas.
—Buenos días —saludé, tan feliz como me había levantado.
—Alma... ¿cómo estás? Tiempo sin verte por aquí.
Sin borrar mi sonrisa del rostro, lo observé y le respondí:
—Sí, algunos problemas técnicos, pero ya estoy bien —le estiré la mano esperando que entendiera que lo quería saludar—. Ya volví —le sonreí—, no te me vas a escapar.
Ezra, contrario a lo que había creído que haría, teniendo en cuenta nuestro primer encuentro, estiró la mano, tomó la mía entre las suyas y se rio bajito.
No sé si él lo sintió, pero yo sí. El principio de la perdición, el principio de ese foso. Yo estaba en el borde, a punto de lanzarme en picada, porque, o me lanzaba yo, o me caía, pero de eso no tenía escapatoria. Debía conquistar a Ezra.
—Hola, Alma —movió la cabeza de lado a lado, divertido y apretó mi mano en un saludo—, definitivamente eres toda una bomba energética.
—¡Por supuesto! Estamos vivos, ¿qué más se necesita para ser feliz? ¡Hay que demostrar esa energía todos los días! —le dije, sincera. Queriendo evadir lo que me estaba produciendo su toque.
Ezra soltó mi mano y frunció el entrecejo, algo confundido y sorprendido con mis palabras. Soltó un resoplido, divertido.
—Libertad —me dijo.
Yo no pregunté nada, pero entendí que algo le pasaba, en su casa, probablemente.
—Podemos ser libres de muchas maneras —le guiñé un ojo—, ya luego te mostraré mis descubrimientos —aseguré, emocionada. En ese momento recordé a Aymé, a quien seguía sin ver—. ¡Ay! Ezra, ¿te contó Aymé que nos conocimos? ¿Lo has visto? No lo he vuelto a ver, y los hermanos locos tampoco, dicen que está muy ocupado con la biblioteca.
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Bitácora de Alma: Komorebi
RomanceA simple vista, la vida de Alma Noa Villa, una colombiana radicada en Colmar, pareciera ser perfecta y despreocupada. Inteligente, conocida por todos, pero amiga de nadie, goza su soledad, y la disfruta siempre bajo su árbol. No obstante, nadie sab...