45. Elora Abadie - Parte 3

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—¿Qué te sirvo entonces? —le pregunté al fin, sintiendo que la voz me temblaba.

—Si ibas a tomar ron, ron será. Adecuado para los piratas —señaló su disfraz y se rio. Yo igual—. Pero dame este que te acabas de servir, es mucho para ti si nunca lo has probado. Ven, dame, yo te sirvo el tuyo.

Agarró otro vaso y me sirvió un shot pequeño.

—El ron es... mmm, no sé, engañoso. En tu boca puede no saber tan fuerte, pero una vez lo pasas, quema la garganta —me explicó antes de beber.

—Entiendo —recibí el vaso—. ¿Se toma de un solo trago y rápido? Acabo de tomar Vodka y lo he tomado de un tirón, pero tuve que tomarme mi tiempo para procesarlo, ¡me pareció muy fuerte!

Méderic se carcajeó.

—Terminas por acostumbrarte, la verdad. La mayoría de los licores tienen ese regusto fuerte, pero luego terminas por agarrarle gusto y lo tomas casi como si fuera agua —rio—. ¡Pero no lo hagas cuando estés sola! —advirtió— No quiero que te emborraches y te vaya mal.

—No creo que vaya a tener este vicio, la verdad —reí bajito.

—¡Mejor! —sonrió— Bueno, salud. Por tu cumpleaños, por tu vida —dijo con una sonrisa que me pareció deslumbrante, y yo no pude evitar sonrojarme, feliz.

—Salud —repetí.

Ambos nos llevamos el vaso a la boca, y de un solo trago nos tomamos el ron.

Quizá fue la compañía, quizá fueron sus palabras, quizá que estaba pensando más en sus ojos clavados en los míos en vez del olor y el sabor de mi licor, o quizá era que, de verdad, el ron no era tan fuerte como el vodka. El caso fue que el trago pasó sin hacerme querer vomitar, dejándome apenas una quemazón en la garganta que más que arcadas me hizo querer probar un poco más. Me lamí los labios, quitando los pocos restos del licor que quedaban ahí. Sentí sus ojos encima de mí en cada momento.

—Me gusta.

Méderic desvió la vista hacia un lado, resopló y tomó una bocanada de aire más profunda, claramente incómodo.

—Okey, ¿qué sigue entonces? —Dijo, mirando las botellas sobre la isla gigante de la cocina— Ya sé, vamos con la ginebra. Pero, para ese, déjame hacerte un cóctel mejor.

—¿Cóctel?

—Sí. La ginebra no es tan fuerte en sabor como lo puede ser el vodka, al menos para mi gusto —se inclinó para agarrar la botella—, y si la usas para hacer un gin-tonic, que es lo que quiero darte a probar, sabe más rico. Diría que es incluso engañoso, porque es suave, y casi imperceptible su sabor, pero te emborracha —carcajeó—, incluso, si quieres, luego puedo hacerte otro coctel, pero con el vodka; esos dos licores en coctel son ricos.

—Entiendo. Puede ser... —dije, pensativa—, primero veamos el gin-tonic. ¿Qué necesitamos para eso?

—No mucho —respondió—. Agua tónica, hielo y un cítrico, que puede ser un limón.

—¿Y sí tenemos agua tónica? —pregunté.

—No sé. Ven, mientras miras en la alacena, yo busco en la nevera.

—Vale.

La alacena estaba diagonal a nosotros, ocupando media pared. Era un cuarto alargado y cerrado, con puerta y todo. Junto a ella estaba la nevera, pero por fuera. Nos dirigimos hacia allí con la botella de ginebra y los vasos en las manos esquivando a una que otra persona que estaba allí en la cocina. El comedor estaba más lleno ahora, con gente sentada en la mesa y sillas, otras contra las paredes, ensartadas en un beso, o simplemente bebiendo lo que fuera que estuvieran bebiendo; si así estaba el comedor, no quería ni imaginar cómo estaba el resto de la casa. La sola visión de los besos, me hizo sonrojar, por lo que me giré rápidamente y me fijé únicamente en la puerta que debía abrir.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora