23. Hermanos

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—Ahí estás, chica Alfa —dijo Méderic—, pensé que habías escapado con mi malteada.

Los pies de Alma se negaban a abandonar la entrada de la cafetería; a pesar de no estarle viendo y estar concentrada en sus dos amigos, sentía esa mirada ámbar repleta de pensamientos y palabras no dichas sobre sus hombros, atravesándole el pecho, llegando a lo más profundo de su ser, provocando en ella una sofocación que no conocía de antes, diferente a la que le producía el ambiente minutos antes, que la acaloraba y la hacía querer volver adentro, tras la seguridad de las paredes.

Miró a Méderic, luego a Elora y les sonrió ligeramente, e inmediatamente, tan fugaz como le fue posible, desvió su mirada a su derecha, a la mesa de los ojos ámbar y sonrisa tentadora, rogando por un minuto de liberación. Un segundo después, el hechizo se rompió, y fue capaz de recuperar su andar, debido a que aquel sujeto entendió su ruego y rodó los ojos hacia su izquierda, donde no había más que mesas vacías. Poco a poco recuperó la sofocación natural de esos días veraniegos, y esperó no volver a sentir de nuevo el poderoso encantamiento que le lanzaba el hombre de la mesa del lado.

—No me faltan ganas, de verdad; hoy el día comenzó nublado y perfecto, no tan caluroso, ¡pero ahora me siento en un turco! —se quejó Alma mientras se sentaba frente a sus amigos. De reojo vio al hombre soltar una risita casi silenciosa que la hizo poner nerviosa— Mira, este es el manjar que te invito hoy —le dijo a Méderic mostrándole de lejos el gran vaso.

—Pues muchas gracias, Alfa.

—¿Qué es eso? ¿Ya tengo apodo? —preguntó Alma— ¿De verdad? ¿Alfa? —se burló— ¿Eso quiere decir que también serás mi amigo, señor hermano mayor? —esta vez sonrió.

—Mira que eres rara —le respondió Méderic.

—¿Qué le pasa a tu hermano, Flor? ¡Me ignora de todas las maneras posibles!

Elora conocía muy bien a su hermano; sabía que si la respuesta fuera «no», para empezar, ni siquiera se hubiera sentado, y mucho menos habría aceptado una malteada y le habría puesto un apodo. En un caso grave, Méderic la habría levantado de la silla y la habría llevado a casa con él. Así de radical y sobreprotector era él. Sin embargo, Alma tenía un encanto único con su sinceridad tajante y su inmensa inteligencia. La cosa era que Méderic dudaba de todo el mundo, incluso de sí mismo muchas veces, y si bien Alma le parecía buena chica, su desconfianza le decía que debía seguir alerta.

—Si quieres ser amiga de mi hermana, tendrás que soportar que te llame Alfa. Solo así te daré mi permiso.

—¡Méderic! —Elora se sonrojó hasta las orejas.

—Todo sea por ti, Flor —se derritió sobre la mesa, el sol empezaba a afectarla—. Muy bien, Méderic, como Alfa, te ordeno ser mi amigo.

—¿Me vas a dar la malteada? —preguntó— ¿O la piensas dejar derretir?

—¿Serás mi amigo? —levantó la cabeza y con los ojos medio cerrados, lo miró.

—¡Que sí, rara, que sí! Ahora dámela.

—¡Méderic! —volvió a quejarse Elora avergonzada por el comportamiento de su hermano; nunca lo había visto actuar de esa manera con sus amigas, a ellas siempre las ignoraba, les hacía mala cara, o se ponía de mal humor. Ahora reía, y molestaba con su amiga. No sabía si lo prefería lejos o cerca de sus amigas, sus reacciones se podrían tomar mal por donde se vieran. Además, ver esa nueva faceta de su hermano, le despertó algo de molestia, por no decir celos; pensaba que ya conocía todas sus expresiones, sus actuares, pero se equivocó.

Los codos huesudos y marcados de Alma se apoyaron sobre la mesa para poder observar a su nuevo amigo mientras le daba la malteada. Méderic le rapó el vaso de la mano y, sin agradecer siquiera, empezó a meter el pitillo grueso que le había dado Elie a Alma.

Bitácora de Alma: KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora