A medida que se iban alejando más del bosque, Nolan iba sintiendo más miedo e intriga a partes iguales. Pietro había mantenido su promesa de cuidarlo durante todo el viaje, y también estuvo atento a los deseos del doncel. Le permitió ver mejor sus brazos, aunque no se sintiera muy cómodo ante esa sensación. Nolan repasaba las marcas de las cicatrices con la mano mientras suspiraba, el doncel intentaba tener más cuidado con las más recientes, su guardián siempre le respondía con una sonrisa que ya no dolía.
-Queda poco para llegar al palacio. – el doncel no le respondió. – Se encuentra allí, está rodeado de un gran jardín, el primer duque de Edevane ordeno que mantuvieran aquel lugar y construyeran el palacio alrededor.
Pietro le hablo un poco más sobre la familia Edevane, quería que el doncel tuviera conocimiento de ellos. Nolan apenas prestaba atención, desde que se fueron de la granja, sentía algo extraño en su cuerpo, pero no era capaz de saber que era. Notaba su vientre más hinchado de lo normal, por eso comía menos de lo normal, Pietro no le dio gran importancia ya que pensaba que era algo común en él.
-Con la llegada de la familia Edevane, la ciudad de Arife se convirtió en una de las más importantes. El anterior duque Javaid, solía visitarla con frecuencia, sobre todo en los festivales. – Nolan suspiro. – La ciudad de Arife se llena de color, es un lugar precioso, el mercado se celebra los jueves, podríamos ir a visitarlo. – el doncel asintió.
Nolan se empezó a quejar de hambre cuando llegaron a la plaza, su estómago gruño al oler las manzana de caramelo, su papá solo le permitía comerse una el día de su cumpleaños y los días importantes, ya que eran bastantes caras en Phoenix. El doncel miró con dulzura a Pietro para intentar conseguir alguna.
-Pietro... - sonrió mostrándole el hoyuelo de su moflete. – Puedo comer una, por favor. – señalo la tiendecita donde vendían las manzanas de caramelo y froto su vientre con tristeza. – Muero de hambre.
-En palacio habrán muchas más, no sé preocupe, señorito Gardener, pronto llegaremos... - Nolan le hizo una mueca. – La señorita Evangeline nos espera, llegamos tarde.
-Por favor... - le suplico y dejó caer una lágrima por su mejilla. – Tengo mucha hambre. – mintió. – Voy a desfallecer antes de llegar a palacio. – intento ocultar su sonrisa cuando Pietro acepto. – Esa tiene buena pinta, se ve deliciosa. – suspiro. – Podemos llevarle también una a la señorita para que no se enfade, le diré que nos retrasamos por mi culpa.
Pietro sonrió al ver como comía Nolan, el doncel le había pedido caminar un poco antes de volver a subir al caballo, el doncel estaba atento a su alrededor. Nolan saludaba a cualquier persona que se acercará a él, aunque sentía que el guardián no estaba muy de acuerdo, ya que se interponían en muchas de las ocasiones.
Durante una hora, Nolan le estuvo preguntando a Pietro sobre la ciudad de Arife, sentía que era gigante comparada con Phoenix, muchas de las tiendas que se encontraban allí no las había visto nunca, al igual que algunas de las comidas.
-Les diré a los cocineros de palacio que quiere probar ese dulce. – Nolan lamió sus labios. – Es un dulce típico, a la señorita Evangeline le gusta mucho, siempre lo acompaña con té.
-A papá no le gusta mucho el té. – rio. – Dice que es amargo, hace muecas cuando prueba un poco, solo lo toma cuando se encuentra mal.
Nolan intentaba retrasar un poco más la llegada a palacio, sentía fascinación por todo lo que se encontraba en aquel lugar. Se sentía un poco extraño cuando algunas personas se inclinaban ante él y le tendían la mano, sobre todo lo hacían los ancianos.
-¿Ha tenido un buen viaje, pequeño doncel? – acerco su mano a su frente y sonrió. – Puede quedarse en mi hostal si necesita descansar.
-Nos dirigimos a palacio. – la anciana se mostró molesta cuando Pietro le respondió. – Mi señor le agradece la invitación.
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¡Maldito, pequeño doncel!
RomanceUn doncel debe ser respetuoso, callado y delicado. Esa explicación no convence demasiado a Nolan. Cuando escucho que debía de ser sumiso hacía su prometido, empezó a reír. Y la guinda del pastel fue que tenía terminalmente prohíbo subirse a los árbo...