CAPITULO 114

43 4 13
                                    

Evangeline veía en silencio como las doncellas de la mansión maquillaban a Verona, se había percatado de sus ojos hinchados cuando llego a la habitación, había decidido adelantarse para poder hablar con ella en privado, sin que su madre la interrumpiera de nuevo. Pero Verona, no había dicho ni una sola palabra desde hacía dos días, después de la cena y una nueva discusión de sus hermanos, ella había decidido mantenerse en silencio.

Tan solo hacía pequeños gestos para indicar que estaba bien, o le respondía con monosílabos apenas audibles a las doncellas. Mantenía la cabeza gacha observando sus manos en silencio, acariciaba un viejo medallón. Verona intentaba ocultar que había llorado, pero le era casi imposible, la rojez de sus ojos la delataban, junto a sus mejillas.

-¿Es importante? – Verona se asustó al escuchar la voz de Evangeline. - ¿El medallón es importante para ti? – ella asintió con una pequeña sonrisa. – Es hermoso y antiguo, no le he visto nunca.

-Mi madre... - susurro, su voz sonaba más apagada de lo normal. – Era suyo.

-¿Un recuerdo? – Verona suspiro. - ¿Te gustaría que ella estuviera aquí, contigo? – negó con la cabeza.

Evangeline rio internamente, a ella tan poco le gustaría que su familia la viera casarse con un hombre al que no ama de verdad. De cierta manera comprendía a Verona en aquel aspecto, pero había algo que le rondaba la cabeza desde que la conoció. Layton siempre había sido selectivo con las personas con las socializaba, manteniendo alejado de él a quien no le llamara la atención, Verona parecía una de ellas. Su hermano siempre había necesitado que alguien dijera cuan desgraciado era, por no haber nacido primero y que le diera la razón con que él sería mejor duque que su hermano. Lennox se reía cada vez que alguien le contaba las acusaciones de su hermano, quitándole importancia al problema.

Los ancianos fueron quienes eligieron al duque, siguiendo la ley de la familia Edevane, el primer varón del duque, sería quien ocuparía su lugar cuando este falleciera o no pudiera seguir con su cargo. Lennox no hubiera podido darle ese puesto aunque hubiese querido, Katara lo hubiera rechazado, e incluso se hubiera enfadado por tal ofensa a la familia.

-¿Por qué estás con él? – podía notar el miedo en los ojos de Verona. – Si no lo amas ¿Por qué estás con alguien como mi hermano?

Tal vez, era incluso más miserable que ella. Lennox luchaba por ella en silencio, alejando a los pretendientes que les enviaba los ancianos, había escuchado a su hermano hablar con Drystan sobre cambiar su puesto como guardián y darle uno de noble menor para que pudiera casarse con ella, pero él siempre se negaba. Drystan tenía razón al decir que los ancianos no dejarían que eso sucediera nunca, y si llegaba a pasar, la boda no llegaría a celebrarse. Ni siquiera con la ayuda de su madre podrían llegar a convencer a los ancianos. También estaba la opción de renunciar a su puesto, y eso implicaba borrar el apellido de su familia de su nombre, le daría la libertad que quería, pero sería pasajera. No dudaba en que los ancianos harían todo lo posible para no dejar que eso sucediera, su libertad sería tan corta que no le daría tiempo a respirar.

Para Verona, la vida era más complicada, no tenía a nadie que pudiera protegerle. No tenía a un Drystan que la abrazara después de tener una pesadilla, o a Lennox que luchará por ella en silencio. Tan solo tenía un medallón antiguo.

-Puedes rechazarlo ¿lo sabes? – Verona negó con la cabeza, sus ojos mostraba una profunda tristeza. – Puedo ayudarte, si es lo que quieres.

-Él me dijo que intentarías comerme el cerebro. – se cubrió los oídos para no escucharla. – Todo lo que dices es mentira, yo lo amo y él me ama a mí.

"Pobre, niña" pensó Evangeline, no quiso decirlo en voz alta, las doncellas habían empezado a mirarla mal desde hacía un tiempo. Le daba igual que le contarán a Layton lo que había dicho, lo repetiría delante de él para que lo escuchara de su propia voz. No le tenía miedo a su hermano, quería llegar a ser como su padre, pero no tenía el suficiente poder para ni siquiera intentarlo.

-Puedes contar conmigo, si quieres ayuda. – Verona emitió entre un jadeo y un sollozo cuando le volvió a hablar. – Podremos hablar cuando los muebles no tengan ojos y boca. – gruño hacía las doncellas. – Ni tampoco cotillas que quieran conseguir un poco más de atención...

Decidió salir, Drystan la estaba esperando fuera de la habitación, el guardián sabía que no iba a dejar que nadie la vistiera, así que no abandono su posición hasta que Evangeline se acercó a él. Estaba furiosa, eso era peligroso, tuvo que aprender que no era buena idea enfadarla al poco tiempo de ser su protector, Pietro no le había avisado sobre lo que implicaba que la mediana de los Edevane estuviera en ese estado.

-No debes frustrarte, señorita Evangeline. – sonrió con picardía, sabiendo que podría ser castigado si la molestaba aunque fuera tan solo un poco. – Escuchaste a vuestra madre, no puedes hacer nada para protegerla.

-Tú tampoco podrías hacer nada para protegerme. – le recordó. – Pero nunca te rendiste, patee tu trasero demasiadas veces, y tu volvías como si fueras un perro.

-Estaba cumpliendo con mi trabajo. – respondió aguantando la risa, sabía cómo provocarla. – Mantenerla a salvo, sigue siendo mi trabajo.

-Sabes lo que puedo hacerte ¿verdad? – Drystan rio. – Ni tu hermano podrá ayudarte, dejaré tu cuerpo lleno de marcas, si sigues burlándote de mí.

-Siempre estaré a tu disposición, señorita Evangeline. – le susurro y acarició su hombro. – Aunque tendremos que esperar a que las luces se apaguen, no estamos en palacio.

-No creas que estás a salvó aquí. – a Drystan le gustaba ver como los ojos de Evangeline desaparecían cuando sonreía de aquella manera. – Aunque estemos lejos de palacio, sigues estando en peligro cerca de mí, Drystan.

-Mi señora... - Evangeline comenzó a reír. – Siempre seré tuyo.

-No hagas promesas que no sepas que puedes cumplir, Drystan. Ninguno de los dos sabemos cuánto tiempo será siempre.

La mansión de Borsir tenía un aura extraña, Evangeline se había encargado de recargar el collar de Drystan por precaución, no quería que sucediera de nuevo lo mismo que con Zayer. Su madre le había dicho que nada igual se había repetido en palacio desde la muerte del guardián de su hermano, pero toda precaución era poco en aquel momento.

-¿Llevas el collar? – Drystan asintió. – No te lo quites, tampoco dejes que nadie, a parte de mi lo toque.

-Es mi mayor tesoro, señorita, no dejaría que nadie se lo llevará sin luchar.

-No estoy bromeando, Drystan. Ni siquiera tu hermano o Pietro pueden tocarlo. – el guardián sonrió. – Haz caso a mi advertencia, o haré que te arrepientas.

Evangeline revisó las pertenecías de Drystan cuando aún se encontraban en palacio, encontrado pequeñas armas escondidas entre sus ropas, algunas no las había visto en palacio. Los aprendices y guardianes, no solían utilizar armas, a menos que fuera necesario.

-¿Quién te las dio y porque? – Drystan se quedó en silencio. – Las he visto.

-Es para protegerla, que importa donde las haya conseguido, mi señora. – sonrió. 

------

Evangeline sospecha de su hermano, y de la verdadera relación que tiene con Verona. También teme que le hagan algo a Drystan o a alguien importante para él. 

Espero que os haya gustado :)

Voten y comenten 💕🥰💕🥰💕

¡Maldito, pequeño doncel!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora