Drystan jadeaba acostado en la cama, Evangeline había decidido que en aquella ocasión sería ella quien lo castigaría por haberse negado a seguir sus órdenes. El guardián tenía los ojos cubiertos por uno de los guantes de fiesta de su ama, sus brazos y piernas estaban atados a la cama.
El guardián no podía moverse ni ver nada, tan solo se podía adelantar a los acontecimientos por el oído, sabiendo así si su ama se acercaba o no a él. De nuevo, Evangeline había expulsado a todas las doncellas que ocupaban su habitación, prohibiéndoles entrar bajo ninguna circunstancia.
En palacio empezaban a circular rumores de la supuesta relación de Evangeline y Drystan, pero nadie se atrevía a preguntar nada, temían que los despidieran por decir o hacer algo que no debían. Evangeline era mucho más peligrosa que su hermano Lennox cuando se enfadaba con alguien.
-Vuelve a decirme porque te negaste a seguir mis órdenes. – Evangeline acaricio la mejilla del guardián con una sonrisa sádica. – Drystan ¿Sabes lo que ocurre cuando incumples mis órdenes? – él no respondió. – No puedes gritar.
Acaricio el pecho de Drystan con la mano que tenía libre, Evangeline pudo notar como el guardián contenía la respiración por algunos segundos antes de sonreír ampliamente, provocando a su ama. Evangeline no dudo en dejar caer un poco de cera por el lugar donde hacía escasos segundos se encontraba su mano.
-No te has arrepentido de tus acciones ¿verdad, Drystan? – el guardián le lanzó un beso antes de volver a sonreír. – Nunca había conocido a un guardián tan provocativo como tú, estúpido Drystan.
-Por eso me merezco este castigo, Evangeline. – ella levantó la ceja confusa, su guardián nunca había usado únicamente su nombre para provocarla. – Así aprenderé a no volverlo a hacer.
Drystan hacía pequeñas muecas mientras la cera caliente caía por su cuerpo, había conseguido que Evangeline se sintiera emocionada por el juego, podía escuchar como suspiraba cada vez que pasaba su mano por su pecho y como contenía el aliento cuando dejaba caer una gota de cera.
Evangeline comenzó a cortar la ropa interior del guardián, no quería que él hiciera nada en aquel momento, Drystan rio cuando su ama le pregunto preocupada si le estaba haciendo demasiado daño antes de bajar su mano hasta su miembro. Había apagado la vela, cansada de aquel juego, quería que el guardián le pidiera que se detuviera, pero temía hacerle demasiado daño a su cuerpo.
-Usted es muy tierna, señora Evangeline, preocuparse por un hombre que no sabe acatar tus órdenes. – sonrió. – No debe tenerme compasión en este momento, la desafié delante del pequeño doncel, merezco un castigo peor que este.
Evangeline le quito con delicadeza el guante que cubría sus ojos, la frente del guardián tenía una leve capa de sudor, Drystan intento besarla cuando acercó su rostro hacía él para limpiarle el sudor, notando como Evangeline se ruborizaba un poco antes de llamarlo idiota.
-No puedes cerrar los ojos, entendido... - él asintió con curiosidad. – Vuelve a decirme lo hermosa que soy, necesito escucharlo...
Acto seguido, Evangeline empezó a quitarse el vestido, dejando al descubierto su ropa interior, Drystan se quedó en silencio al escuchar como caía el vestido, estaba acostumbrado a verla en ropa interior, pero siempre le impresionaba la belleza de su cuerpo. Evangeline se mostró tímida ante la mirada del guardián.
-Los dioses decidieron entregarte todos los dotes de los ángeles, mi señora... - dijo fascina. – Cada día me sorprende más su belleza, entiendo porque las jóvenes le tenían en el baile, vos eres como Afrodita.
-Nunca has visto a Afrodita, pequeño mentiroso. – Drystan sonrió con ternura.
-Pero he tenido el honor de verla a usted, es el mayor regalo que alguien podría entregarme, la diosa Afrodita se queda en la sombra detrás de vos, mi señora.
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¡Maldito, pequeño doncel!
RomanceUn doncel debe ser respetuoso, callado y delicado. Esa explicación no convence demasiado a Nolan. Cuando escucho que debía de ser sumiso hacía su prometido, empezó a reír. Y la guinda del pastel fue que tenía terminalmente prohíbo subirse a los árbo...