Aunque las ordenes de Evangeline le impedían ver a su hermano, Tristán entro en la habitación donde descansaba Drystan por segundo día consecutivo. Edlynne le había dicho que lo ayudaría persuadir a su hija para que no se enfade.
-Sé que estás preocupado, Tristán. – el guardián se mantenía en recto delante de ella. – No tenéis una buena relación de hermano, pero él importante para ti ¿verdad?
-Mi señora, debo cuidar de usted. – Edlynne sonrió con ternura, de cierto modo aquel hombre le recordaba a su primer guardián. – Mi hermano se encuentra estable, no debe preocuparse por nada.
-Tristán, te pido que vayas a verlo. – este no respondió. – Ese chico es el único familiar que tienes, necesitas comprobar que este bien.
Tristán abrió con cuidado la puerta de la habitación, Drystan seguía dormido en la camilla, por suerte el doctor había conseguido que pudiera respirar sin la ayuda de la máquina. El guardián sintió un nudo en el estómago al ver su rostro. Drystan era joven, casi un niño, bajo su punto de vista aún debía aprender algunas cosas para considerarse un verdadero hombre.
Se arrepentía de haber ser sido tan duro cuando le dieron el título de tutor, quería que Drystan diera todo lo pudiera para convertirse en un guardián respetado, por eso había insistido en que entrenara duro. Edlynne siempre le recordaba la tristeza que mostraba su rostro después de haber castigado a su hermano tras un día duro de entrenamiento, Tristán no podía mostrar ningún rastro de compasión por él, ya que no quería que sus compañeros pensaran que tan solo lo ayudaba por ser su hermano.
-Pequeño idiota. – lo regaño furioso, aún no habían encontrado al culpable, Tristán se propuso hacérselas pagar de la peor forma posible.
Cambio el paño frio de su frente antes de volverlo a regañar, se sentía responsable del estado de Drystan, él había sido uno de los que insistió para que su hermano se convirtiera en el guardián de Evangeline. Pensaba que su hermano se merecía aquel reconocimiento después de todo lo que había hecho por ella en secreto.
-Haré que ese idiota se arrepienta de haberte echo daño. – le prometió, Tristán aparto con sutileza el flequillo de su hermano. – El doctor dice que te estás recuperando y quiero que así sea, maldito mocoso. – gruño. – Debes ser fuerte.
Se apartó cuando su hermano se movió, Drystan hizo una mueca de dolor cuando su mano rozo la almohada, habían tardado varios minutos en quitarle todos los cristales que tenía en sus manos, el doctor le explico que fue una tarea complicada ya que él no dejaba que lo tocaran, el guardián apretaba su puño con fuerza haciéndolo sangrar de nuevo.
-Nuestro padre estaría orgulloso de su pequeño guardián. – sonrió con ternura. – Él hablaba mucho de ti, puede que tú no lo recuerdas, eras tan solo un bebé cuando murió, él siempre dijo que sería un gran hombre.
Su madre también murió, a los pocos días de cumplir los treinta fue atacada por un grupo de bandidos, Drystan apenas tenía un año en aquel momento, Tristán se había quedado sin familia de la noche a la mañana, debido a las deudas de sus padres no podían pagar su antigua casa, tuvieron que marcharse con las pocas pertenencias que les quedaban.
-Padre y madre estarán cuidándote, su pequeño guardián. – acarició su mejilla con tristeza. – Hermano, no me dejes por favor.
Drystan emitió un pequeño gruñido cuando Tristán pellizco su mejilla, su hermano sonrió al ver aquel gesto, cuando era un bebé se enfada cada vez que lo pellizcaba, el guardián se sintió aliviado al ver que continuaba haciendo el mismo gesto que en aquel entonces.
-La señorita Evangeline tiene suerte de tenerte a su lado. – rio. – No creas que no me he dado cuenta de vuestra relación, tan solo tuve que observarla unos segundos para saber que eras algo más que su guardián. – Drystan hizo un pequeño puchero. – No se lo voy a contar a la señora Edlynne, ni al duque, puedes estar tranquilo.
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¡Maldito, pequeño doncel!
RomanceUn doncel debe ser respetuoso, callado y delicado. Esa explicación no convence demasiado a Nolan. Cuando escucho que debía de ser sumiso hacía su prometido, empezó a reír. Y la guinda del pastel fue que tenía terminalmente prohíbo subirse a los árbo...