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—Katniss Everdeen está usando uno de los más recientes vestidos de la Casa de Hillary. Esta estilizada gema oscura es perfecta para una cita ardiente, una reunión de negocios o incluso una gala sofisticada. La parte superior con lentejuelas le da a esta silueta vintage un giro moderno, mientras que mantiene lo clásico. Su vestido se caracteriza por un aterciopelado escote con lentejuelas en forma de corazón, un pronunciado corte V en la espalda, un cierre de zíper invisible, y una halagadora apertura para hacer que a cualquier hombre de sangre roja le corran sus jugos —anuncia Hillary en su imitación de Joan Rivers. Ángela y yo nos morimos de la risa.

Hillary me da un golpecito de advertencia.

—Détente, lo vas a arrugar —me regaña, aún en su imitación de una persona extraordinariamente elegante—. Date una vuelta, queridita —dice.

—Lúcelo, chica —grita Ángela, apoyando el disparate. A regañadientes hago caso, rodando los ojos ante sus silbidos y piropos.

—Katniss Everdeen, ¡te ves tan malditamente ardiente! —exclama Hilary, regresando a la normalidad.

—Voy al aniversario de un museo de arte. Ardiente no es exactamente lo que estaba buscando —bromeo mientras mantengo mi enfoque en el espejo. Debo decir que el vestido es exquisito. Ángela vino a hacer su magia en mi cabello, haciéndome unos profundos rizos románticos. Y después de muchos regaños, fui capaz de bajarle el tono humeantemente dramático de Hillary a un cómodo destacado.

—Quiere decir que luces absolutamente fabulosa. —Ríe Ángela.

Me giro y veo a Hilary revisando mi bolso.

—Hilary, ¿qué estás haciendo? —pregunto.

—Asegurándome de que tengas todo lo esencial —dice en tono práctico.

—Maquillaje, chicle, billetera, llaves... Katniss, ¿no sabes que estás olvidando algo very important? —pregunta.

Ángela y yo la miramos con una extrañada expresión en nuestros rostros.

—¿Dónde están los condones? —pregunta.

—Oh... no tengo condones —digo simplemente.

—¡Exacto! —dice.

Ruedo los ojos.

—No es como si los fuera a necesitar —razono con ella.

—Oh, vamos, he visto al hombre. Los vas a necesitar. —Me guiña el ojo. Juguetonamente le quito mi bolso.

—... y te acuerdas de lo que casi pasó la última vez —dice Ángela cantando mientras se deja caer en mi cama.

Las ignoro a las dos, intentando sin éxito hacer unos centímetros más largo este pequeño vestido negro.

—Oye, deja eso. —Hillary espanta mi mano.

—¿Y a qué se dedica? ¿Está en la universidad? —pregunta Ángela.

—No lo sabe. —Se ríe burlonamente Hillary.

—¿No lo sabes? ¿Qué demonios significa eso? —pregunta Ángela confundida.

Abro la boca para defenderme, pero Hilary se entremete.

—Eso es lo que la lujuria te hace... —molesta Hillary. Ángela comienza a reírse.

El teléfono suena y mi corazón da un salto. Ángela es la que está más cerca, así que contesta.

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