5 de Mayo de 2011
Pov. Katniss
Limpio el vapor del espejo y abro un poco la ventana del baño para que entre un poco de aire. Una ducha y el lugar ya está a cuarenta grados. Me envuelvo en la esponjosa toalla de baño y me meto en las sandalias que he dejado cerca de la tina. Bostezo un poco. Aun cuando no debería estar cansada en lo absoluto. Desperté a las diez p.m. sin poder creer que había dormido el día entero. Pero creo que dormir es lo mejor para aliviar el estrés, y tenía mucho que aliviar.
Sé que no debería sentirme así, pero no puedo evitar preguntarme por qué Pearce no me ha llamado aún. Reviso el teléfono por algún mensaje, aun cuando sé que probablemente no dejaría uno, especialmente en el teléfono de Effie. Me quito un mechón de cabello del rostro. Debería secármelo, pero estoy demasiado irritada para hacer eso. En el pasillo, de camino a mi cuarto, me doy cuenta que Effie se ha ido a dormir, así que regreso para apagar la luz que ilumina el pequeño pasillo. Cuando entro a mi cuarto, una ligera brisa entra por una ventana abierta, por lo que la cierro. Una mano toca mi espalda baja.
Grito, dándome la vuelta y retrocediendo al mismo tiempo. Pearce está de pie frente a mí. Toma mi brazo para evitar que me caiga. ¿Qué demonios está haciendo aquí? Mi impulso es el de abrazarlo, pero luego recuerdo que estoy enojada con él, así que me alejo al otro lado de la habitación.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto, impactada, todavía sin aliento, y aun así un poco feliz de que esté aquí. Esta es la última cosa que hubiera esperado. Ni siquiera me volvió a llamar.
—Oh, vamos. ¿Ni un "hola" o "es bueno verte, cariño"? —bromea. La luz de la luna se refleja en su rostro esculpido, y pasa a mi lado para sentarse en mi cama. Inhalo su aroma. Ello me atrae hacia él. Es la colonia que le compré el mes pasado, y hace que quiera... ¡Demonios, despierta, Katniss!
—Tal vez, si estuviera de humor para decirlo. Pero no es así —digo intentando ser cortante, pero no estoy segura si eso tiene el efecto que esperaba ya que me tomó desprevenida.
Levanta la mirada hacia mí, y sus ojos bajan de mi rostro, recordándome que estoy desnuda debajo de la toalla. Cruzo apretadamente los brazos para mostrarle que estoy determinada a mantenerlo puesto. Me sonríe con malicia, y levanta un cerdo de plástico que gané en un carnaval en la secundaria. Se lo quito de las manos.
—¡Ten cuidado! No querrás que esa toalla se caiga —susurra, y su mano comienza a subir por mi pierna.
Rápidamente doy un paso atrás y me digo a mí misma que ignore los escalofríos que se dispararon por mi columna.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto nuevamente con dureza.
—Estás aquí, así que supuse que yo también debería estar aquí. —Parece sincero, pero con él quién sabe.
—¿En serio? Porque hace cuarenta y ocho horas, no era tan importante para ti estar donde yo estaba —digo, con amargura en la voz.
Se pone de pie y camina hacia mí.
—Lo lamento —dice, mirándome directamente a los ojos. Rápidamente miro hacia otro lado; odio cuando hace eso. Juro que puede ver directamente a través de mí y leer mis pensamientos.
—Eso es lo que tú dices.
Descansa sus manos en mi cintura.
—Es la verdad —dice, dando un paso más cerca e inclinándose hacia mí.
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Pedazos
Romance¿El amor lo puede todo? ¿Realmente se conoce a la persona con quien vivimos y amamos?