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26 DE SEPTIEMBRE DE 2008


Pov. Pearce


El destino puede ser bromista. Lo sé porque alguien allá arriba se debe de estar muriendo de la risa a costa mía. Nunca pensé que me pasaría, pero pasó. Me enamoré de una chica. Una chica a quien tenía que retribuirle por entrar en su vida y jodersela completamente. Ahora no puedo verla si no es mía. Sabía que una vez que durmiera con ella las cosas cambiarían, pensé que se volvería cariñosa y querría estar todo el tiempo a mi alrededor y no compartirme con otras mujeres. Resulta que desde que la conocí no puedo pensar en follar a alguien más. No en la forma en que me hace sentir. Su sonrisa me hace sentir que todo en lo que pensaba estaba equivocado. Lo odio, pero no la puedo dejar ir al mismo tiempo.

Nada hará que la deje ir.

—¿Así que estás listo para aumentar la dosis de esto? —pregunta Helen por tercera vez.

—No, no estoy seguro. Solo buscaba perder nuestro tiempo porque no tengo nada mejor que hacer. Dijiste que es seguro, ¿cierto? —digo, irritado con su repentina indecisión.

—Aún estamos haciendo pruebas clínicas en Rusia, y son mucho más y...

—Ahórrame el descargo de la ADC (Administración de Drogas y Comida) Helen. Quiero hacer esto.

—Está bien. Está bien. No dejes que te detenga —dice a la defensiva.

—Ni que fuera a hacerlo —le guiño el ojo para hacerle saber que solo estoy portándome como un imbécil por jugar. Rueda los ojos y suspira.

—Recuerda, la mínima cosa fuera de lo normal, y me lo dirás —dice, dándome una preocupada sonrisa. Como una madre lo haría con su hijo y empujo ese pensamiento hasta la parte trasera de mi mente donde toda la basura va—. Y si puedo preguntar —comienza.

—De todas maneras lo vas a hacer...

—¿Por qué estás haciendo esto Pearce?

—¿En serio? —le pregunto incrédulo.

—Creo que es por la chica —dice a sabiendas.

—El nombre de la chica es Katniss —la corrijo.

—Creo que es hora de que conozcamos a Katniss —dice con una amplia sonrisa.

—Muy bien —digo tomando mi chaqueta preparándome para el clima de Chicago que me espera abajo dónde andar es obligatorio. Sus cejas se levantan.

—Eso es todo. ¿Así de simple? —pregunta sorprendida

—Ha estado pidiendo conocer a mi familia y, bueno, sabes que eso no va exactamente a funcionar —digo sarcásticamente

—Estoy impactada. ¿Realmente te importa? —dice, demasiado contenta. Incluso se levanta de atrás de su tan intimidante escritorio y me da una palmada en el pecho. Me la quito de encima pero no puedo evitar sonreír. Se siente bien que se sepa. Que lo haya dicho.

—Le has dicho sobre...

—No y espero que no salga en la conversación —le advierto

—Por supuesto. Yo nunca... Tengo un juramento que me ata —dice, indicando su muro de mil títulos—. Solo seré la brillante esposa de Dexter, y tu amiga —dice felizmente.

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