5

70 8 0
                                    

5 de Mayo de 2011

Pov. Katniss


—¿Me estás tomando el puto pelo, Pearce? —Me aseguro de que la incredulidad en mi voz le sea evidente al otro extremo de la línea. Pero viniendo de Pearce, debería esperar esto.

—Cálmate, nena —dice con firmeza.

—¡Jodidamente no me llames nena, Pearce! Dijiste que ibas a venir a casa el lunes. ¡Y es jueves! —grito, caminando por la habitación.

—Lo sé. Algunas cosas surgieron —explica. Suena distraído, haciendo que me enfurezca más.

—Algunas cosas surgieron, ¿eh? ¿Qué demonios ha surgido de la nada que te ha mantenido ahí casi una semana? —grito en el teléfono.

—¿Sabes qué? Voy hablar contigo cuando estés calmada. —Me cuelga. De nuevo.

Gruño y, frustrada, tiro el teléfono en la cama. Como de costumbre, nuestras conversaciones terminan conmigo lista para golpear un rostro que convenientemente no está aquí.

No ha llamado en absoluto, solo envió un mensaje preguntándome si me estaba comportando —lo que sea que eso signifique—, y que estaría en casa hoy. No sé dónde está ni con quién y cuando hablamos, nunca capta la gravedad de la situación y piensa que colgándome me detendrá. ¡Oh, cuán equivocado está! Todavía no he terminado. Levanto el teléfono, golpeando el botón de remarcado, y espero que responda.

—Sí. —Lo escucho decir de pronto.

—¡Pearce, eres un pedazo de mierda egoísta! —No hay respuesta y le doy un vistazo a la pantalla de mi teléfono y veo que la llamada ha terminado. Doy una patada al lado de la cama y arrojo mi almohada al otro lado de la habitación.

¡Casi nunca discute conmigo! Parece que no consigo una respuesta humana por parte suya. Me ignora, se ríe de mí, o cuando está en casa, me alza y me lleva a otro lado de la casa, lo que me enfurece aún más. ¿Cómo discutes con alguien que no te dice nada? Pero considerando que para discutir tienes que comunicarte, no es de extrañar que no haga eso conmigo. Es una pared de ladrillos, y estoy cansada de tratar de atravesarla.

Nunca pensé que esto nos iba a pasar a nosotros. Sabía que podía ser cerrado, pero nunca que iba a llegar tan lejos. A veces, quiero volver a ese primer minuto en que lo vi y gritarme a mí misma: ¡corre al otro lado!

El teléfono en mi mano está sonando. Es él. Aprieto el botón de contestar, pero no digo nada.

—¿Terminaste?

Me muerdo la lengua en un esfuerzo para no decirle todos los insultos en los que puedo pensar.

—Pearce, ¿dónde estás? —digo tan calmada como puedo.

—Estaré en casa mañana —dice, ignorando mi pregunta.

Escucho la música a todo volumen en el fondo, y casi suena como...

—¿Estás en un club? —Mi voz casi rechina en esa última palabra, porque no puedo creer lo que estoy escuchando.

—Alrededor de las dos —continúa, siendo deliberadamente obvio sobre ignorarme.

—Pearce, ¿estás ahora en un jodido club? —En este punto, el ser calmada y civil, está fuera de lugar. Está en un maldito club, Dios-sabe-dónde, cuando me dijo que estaría en casa hoy. Suspiro profundamente, estoy tan enojada que me tiemblan las manos pero me obligo a calmar mi tono—. Estoy harta de tu mierda, Pearce. Cuando llegues a casa me importará una mierda porque no estaré aquí. —Y expreso la misma cortesía que me dio. Cuelgo. No voy a seguir haciendo esto. No soy su felpudo. No puede hacer lo que quiera y luego volver a casa cuando esté hecho sin repercusiones. Esto es todo. No voy a jugar estos juegos con él nunca más.

PedazosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora