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Pov. Katniss


Peeta dijo que todo salió bien en su sesión con la doctora, pero no puedo evitar notar que su humor ha cambiado. Antes estaba nervioso, pero ahora es casi como si estuviera irritado. No sé qué le dijo la doctora, pero lo que haya sido, no le gustó mucho. Puedo ver que está intentando esconderlo, pero por primera vez, está siendo muy transparente. Esta callado durante nuestro viaje de regreso al auto. Quiero preguntarle qué sucedió y obtener más que un "todo salió bien". Pagaría lo que fuera por saber qué sucedió ahí dentro y ya que no parece que él quiera profundizar, he decidido no seguirlo presionando.

Afuera es absolutamente hermoso, era muy cálido para ser un día de abril en Chicago y había mucha gente aprovechándolo. Comienzo a pensar en las veces en las que Pearce y yo caminábamos por el centro a altas horas de la noche mientras todo estaba tranquilo. Pero alejo ese recuerdo tan rápido como puedo. No puedo pensar en Pearce. Intento mantener todos mis recuerdos de Pearce bajo llave, porque el pensar en él me consume. Es como una pendiente resbaladiza y una cosa lleva a la otra. Primero es algo que solíamos hacer juntos, poco después me encuentro pensando en la forma en que solía sonreír, la manera en que se reía, en cómo se sentía cuando me abrazaba. Y, cuando pienso en cómo se sentía estar entre sus brazos, comienzo a pensar en cómo se sentían otras caricias y mi cuerpo se enciende con su recuerdo. Algunas veces logro pasar esos instantes durmiendo y me despierto sintiéndome ligeramente satisfecha. Otras veces, necesito una ducha fría. Ahora me encuentro caminando al lado de Peeta y ninguna de esas dos opciones está disponible.

Desearía que Peeta dijera algo. Cuando estamos juntos en silencio y las cosas se comienzan a sentir incomodas entre nosotros, ahí es cuando más pienso en Pearce.

Él no dice nada, pero me doy cuenta que hay un millón de pensamientos cruzando por su cabeza. Aun así está observando todo a su alrededor. El ruido, las luces, la energía de la ciudad, ellos hacen que me sienta viva. No estoy segura que tengan el mismo efecto en Peeta. Está atento, pero no estoy segura que esto lo entusiasme.

Cuando volvemos al auto, comienzo a preguntarle si quiere conducir. Tengo que admitir que su forma de manejar me asustó un poco una vez que llegamos al centro de la ciudad. Es ridículamente aparente que no está acostumbrado a conducir en un área tan congestionada, pero ni siquiera dudo en regresar al asiento del conductor.

—Tengo otra cita con la doctora Clemons la próxima semana —dice antes de encender el auto.

—Eso es bueno. ¿Te sientes cómodo con ella? —pregunto, agradecida de que finalmente esté siendo abierto sobre su consulta.

—Para ser una extraña, eso creo. —Se ríe con la mirada en su regazo—. Quiere hacer unas pruebas en nuestra próxima cita —continúa.

—¿Qué tipo de pruebas?

—Una es para confirmar que en realidad tengo DDI. ¿Quién lo hubiera imaginado, cierto? —Sonríe y no puedo evitar reírme de eso—. La otra es para probar el nivel de disociación. Creo —continúa. Por eso es por lo que me debió haber pedido que entrara y hablara con ella. Después de escucharme no habría necesidad alguna de esos exámenes. Puedo atestiguar que el nivel de él es bastante alto. Suspira—. Me dejo algo de tarea —dice sarcásticamente, sacando un pedazo de papel de su bolsillo. Le da un vistazo y después me lo da. Lo desdoblo y tengo que morderme la mejilla por dentro para que mi sonrisa no se extienda por todo mi rostro. Así que por esto es por lo que anda enojado.

—No es tan malo —digo y frunce el ceño. Bueno claro que es malo. No quiere que le agrade Pearce.

—Quiere que conecte con él. —Otra vez con el sarcasmo. Supongo que es mejor que al caso haga un puchero.

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