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7 de Noviembre de 2010

Pov. Katniss


—Katniss, estás tardando una eternidad, nena. —Pearce se queja, parado en la puerta vestido con una camisa plateada de cuello cuadrado cubierta con una chaqueta negra y zapatos que combinan.

Me pongo mis tacones de cuero y me observo en el espejo, asegurándome que el ceñido vestido plateado que se encuentra abrazando mi cuerpo no esté arrugado.

—Te ves bien. —Se mueve, dejando su lugar en la puerta y colocándose detrás de mí, sus brazos alrededor de mi cintura presionando su cuerpo contra el mío.

Me escapo de sus brazos y tomo la plancha de cabello, determinada a que una porción de mi cabello coopere.

—Si vamos a llegar tarde, hagamos que sea por una buena razón. —Su voz está en mi oído y sus manos se han deslizado debajo de mi vestido. Me doy la vuelta y empujo sus manos lejos de mí juguetonamente.

—No, Pearce. No esta noche. —Le advierto retrocediendo. Tengo que aprender a arreglarme más rápido porque parece que cuando no lo hago y estamos por llegar tarde, él decide usarlo como una excusa para hacernos llegar aún más tarde. Bloqueando mi camino me encuentro atrapada entre el tocador y su pecho. Él toma la plancha para el pelo y la coloca a un lado.

—Ya vamos tarde —dice y en un rápido movimiento me ha subido al tocador.

—Pero... —Mi oración es detenida por sus labios cubriendo los míos. Sólo que llegaremos tarde a nuestra fiesta de compromiso. Comienzo a ceder cuando escucho sonar el teléfono de la casa. La única persona que llama a la casa es el conserje del edificio.

Me alejo de sus labios.

—Va a seguir sonando. —Gruñe y se da la vuelta para tomar el teléfono, contestándolo mientras regresa a mí—. Sí —dice impacientemente mientras sus labios encuentran mi cuello nuevamente. Un segundo más tarde, se detiene y le da toda su atención a la llamada—. ¿Cuál es su nombre? —pregunta.

Lo estoy observando pero se da la vuelta para que no vea su reacción cuando la persona al otro lado de la línea responde.

—Estaré ahí en un segundo —dice y cuelga el teléfono.

—¿Qué sucede? —pregunto, bajando del tocador y arreglando mi vestido.

—Creo que es una vendedora de puerta en puerta o algo así —dice, ajustando su chaqueta.

—¿Una vendedora? —Lo sigo cuando sale de la habitación dirigiéndose abajo—. ¿A las cinco en domingo?

Mi tono es bromista pero la expresión de mi rostro revela la severidad de la pregunta.

Se detiene y me mira.

—Voy a ver quién es —dice—. Ya regreso.

—Voy contigo —le informo.

—No, termina de arreglarte. No me tardaré ni cinco minutos —dice casualmente metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta. Lo miro fijamente buscando en su expresión un indicio de nerviosismo o remordimiento y culpa. Él suspira exasperado.

Cruzo los brazos sobre el pecho.

—Bueno te hacen esa extraña llamada diciéndote que hay una mujer abajo que quiere verte y me dices que es una vendedora. —Pearce nunca se apresura a hacer algo, pero ahora recibe una llamada sobre una mujer que está allá abajo, que quiere verlo y, ¿se supone que lo acepte y diga: "muy bien corazón"?

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