Garden Lodge

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Navidad de 1978

El rugido de un coche y unos gritos escandalosos hicieron que se asomara a la ventana. Abajo en la calle, apoyado en un taxi londinense, estaba Freddie. 

El frío de invierno arrasaba la capital británica, pero a él parecía no influirle a la hora de vestir. Iba con una camisa estampada abierta hasta la mitad del pecho y su ya inseparable chupa de cuero. Tenía la nariz roja como un pimiento.

—¿Es que no puedes llamar a la puerta como las personas normales? —
gritó Leena.

—Yo no soy una persona normal. ¡Y ahora baja antes de que se me congele el culo!

Leena sacudió la cabeza con paciencia, agarró su abrigo y bajó corriendo.

—¿No habíamos quedado en una hora?

—No podía esperar tanto tiempo.

Freddie sacó de uno de los bolsillos de su cazadora un pañuelo y le hizo un gracioso gesto para que se diera la vuelta.

—¿No irás a llevarme a una mazmorra sadomasoquista llena de gente hermafrodita o algo así?

—Señor dios mío, que poco romántica eres a veces —suspiró Freddie—. No.

No sin cierta desconfianza, Leena se dejó vendar los ojos y se subieron al taxi. Mientras llegaban a su destino él estuvo callado, a su lado. Siempre que estaba inquieto e impaciente por algo le cogía una mano entre las suyas y le acariciaba los nudillos, como hacía en ese momento.

El coche condujo a través de Londres durante unos veinte minutos, calculó Leena. Luego pararon y Freddie la hizo bajar. Escuchó una puerta metálica que se abría y se cerraba detrás suyo.

Freddie la agarró de la cintura con un brazo y guió sus pasos, sin soltarle la mano derecha. Un intenso olor a flores y hierba penetró en su nariz. 

—¿Estamos en el campo?

—No. Sube un escalón. Ahora otro.

Obedeció y notó como entraban en un sitio cerrado; ya no notaba el aire helado de diciembre en la cara.

—Sorpresa, encanto —susurró Fred a su espalda, mientras le sacaba la venda.

Leena parpadeó rápidamente. Lo primero que vio ante sí fue una escalera enorme y unas paredes pintadas de amarillo. Miró alrededor. Y el corazón se le paró durante unos segundos.

Un coqueto recibidor daba a una amplia sala de estar, decorada con todos los muebles barrocos, cuadros y antigüedades que Freddie había ido comprando durante todos aquellos años. Unos grandes ventanales daban a un encantador jardín, con un cuidado césped y decenas de plantas y arbustos.

—No puede ser... —murmuró confusa Leena para si misma.

No era posible. Freddie había comprado la casa a mitad de los ochenta, y se había trasladado a ella poco antes de la actuación en el Live Aid, en 1985. No podía ser. Pero lo era.

—¡Sube arriba! —le gritó él desde la planta superior.

Aún sin reponerse del todo de la impresión, subió la escalera cubierta de moqueta. La planta de arriba era un sinfín de dormitorios y cuartos de baño de lujoso mármol, pero sin duda la habitación más sobrecogedora era el estudio.

Freddie estaba ahí con los brazos abiertos. Detrás de él estaba su piano, con vistas al jardín trasero. En la pared había una gigantesca estantería medio vacía. Todo estaba decorado al estilo de Fred: exuberante y recargado.

Él, excitado y feliz, hablaba sin parar.

—La habitación al lado del dormitorio será la de Oscar, porque a Lily tendremos que dejarle el comedor entero. Esa cosita mimada... —sonrió Freddie, mirándola—. Romeo no hace falta decir que dormirá a tus pies, solo tiene ojos para ti. Y quizá sería hora de adoptar más gatos, con todo este espacio. En los baños quiero que...

Fred enmudeció al ver que ella no decía ni una palabra.

—¿Es que no te gusta? —le preguntó, angustiado.

Leena lo miró, aguantándose las lágrimas con mucho esfuerzo. Luego esbozó una sonrisa sincera.

—¿Cómo no iba a gustarme, Fred? Es... increíblemente bonita.

—Y te he engañado. Le he dicho al taxista que diera unas cuantas vueltas para despistarte pero, ¡seguimos estando en Kensington! —exclamó divertido.

—Pero, ¿cuándo...? ¿Cuándo la has comprado?

—Hace un año. Mary me ayudó a encontrarla. Llevo desde entonces haciendo reformas y decorándola para enseñártela una vez estuviera lista.

—Es preciosa, Freddie —sonrió ella. Entonces señaló la librería vacía—. ¿Por qué tienes una librería tan grande? Tú apenas tienes libros.

Leena se acercó a mirar el magnífico mueble de roble oscuro más de cerca.

—¿No harás como una de esas personas patéticas que se compran una colección de libros para decorar, no? —lo miró con fingido horror, pero él sacudió la cabeza con diversión.

—Todavía no lo entiendes, ¿no?

—¿Qué es lo que tengo que entender? ¿Qué no has abierto un libro en años?

Fred puso los ojos en blanco y miró al cielo pidiendo ayuda.

—Quiero que esta Nochevieja la celebremos aquí.

—Mmm... de acuerdo. Aunque a mí me daría miedo hacer una fiesta en esta casa, con tanto jarrón chino y grabados caros. Pero podemos invitar a los chicos, a Miami y...

—No, Leena, no me entiendes.

Se acercó a ella y puso sus manos sobre sus mejillas, acariciándolas con el pulgar. Los ojos almendrados le centelleaban de ilusión.

—Quiero que estemos aquí juntos para recibir el nuevo año. Quiero que a partir de ahora, celebremos todos los nuevos años juntos. En nuestra casa.

A Leena le temblaron las piernas como si las tuviera de gelatina, comprendiendo lo que él le estaba pidiendo.

—¿M-me estás pidiendo que...?

—Vivamos juntos —sonrió él—. Para leer tantos libros a veces no eres muy avispada, encanto.

Ella sintió un nudo en la boca del estómago que le impedía hablar. El embriagador y familiar perfume de Freddie no le dejaba pensar con claridad. Este se impacientó ante su silencio.

—Deberías decir que sí o algo similar, querida. Así es como se suelen cerrar los tratos en el mundo civilizado.

Leena estampó su boca contra la de él violentamente. Notó como Freddie la levantaba un poco en el aire y la apretaba contra él.

—Interpretaré eso como un sí por tu parte.

—¡Claro que es un sí, imbécil!

—¡Pues es hora de celebrarlo! Hay una botella fría de Moët & Chandon en la nevera —Freddie se dirigió a la puerta del estudio, bailando y girando sobre sí mismo. Las paredes vacías de la habitación se llenaron con su maravillosa voz mientras gritaba a pleno pulmón—. ¡Llenaremos la casa de gatos, romance y polvos, mi reina asesina del hielo!

Leena rió y lo imitó, bailando sin necesidad de música por todo el estudio. Freddie la miraba, sin parar de sonreír.

—¡Bienvenida a Garden Lodge, encanto!

—¡Bienvenida a Garden Lodge, encanto!

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Any Way the Wind Blows [Freddie Mercury]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora