-Tienes que salvar a Freddie Mercury.- dijo Brian May.
-¿Perdón?
Y así fue como todo empezó.
AVISO PARA NAVEGANTES: No es un fanfic soft. Habrá sexo gráfico, escenas de drogas, palabrotas y demás. Al final y al cabo, reflejar la vida de Freddie sin...
Freddie Mercury se observó en el espejo, atusándose el pelo. Detrás de él, contemplando a través de la ventana la ciudad de Helsinki, estaba Leena.
Sin que ella se diera cuenta la miró. Su cabello era casi blanco de tan rubio que lo tenía. Sus ojos eran del azul del hielo, magnéticos como los de un gato en celo. Sus movimientos eran seguros, felinos y sensuales. Freddie, que odiaba a la gente vulgar, había quedado subyugado desde la noche que la vio cantar y bailar sobre aquella mesa, en la fiesta de la productora.
Leena tenía un aura de misterio que él adoraba. Un mes antes de conocerla, compuso al piano Killer Queen, sin dedicársela a nadie en especial. Horas después de compartir con ella botellas de vino, risas infinitas y retos imposibles, supo que aquella canción era puramente de Leena. Como un advertencia y una premonición.
Freddie adoraba el amor y adoraba enamorarse. Pero sabía que difícilmente le ocurriría a él. Su carácter irascible y complicado, sumado a su imprevisible timidez y cerrazón emocional, lo convertían en un candidato poco apto para ser amado de forma genuina.
Pero Leena no le exigía nada. Simple y llanamente estaba con él. A su lado riendo, escuchando, observando y divirtiéndose. Era una impagable compañera de juergas, siempre dispuesta a ir más allá y jugar con los excesos de todo tipo. Nada la escandalizaba.
Aquella hipnótica y extraña belleza nórdica. Su bohemia mirada que parecía observarlo todo. Su carisma que atraía las miradas de hombres y mujeres. Freddie se sentía afortunado.
Leena seguía mirando por la ventana mientras afuera ya nevaba. Freddie agarró el bloc de notas del hotel y garabateó rápidamente un par de frases.
Don't take it away from me Because you don't know what it means to me
—¿Estás bien, Fred? —preguntó ella con dulzura, mirándolos con los ojos brillantes y chispeantes.
—Mejor que nunca, querida.
Los prominentes dientes de Freddie aparecieron sin rubor alguno en la sonrisa más sincera del mundo.
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—¿Qué harías si supieras que solo te quedan cinco años de vida? —preguntó Freddie.
Estaban delante de la catedral luterana de Helsinki, en pleno anochecer. La Plaza del Senado estaba casi desierta a aquellas horas y con aquel inhóspito frío de noviembre.
Leena subió algunos escalones de la plaza y miró a Brian y Roger, que estaban alejados haciéndose fotos para llevarse de souvenir. El viento que soplaba impedía escucharles mientras discutían sobre quién sacaba las mejores fotos.
—Viviría y haría todo lo que quisiera. Sin mirar atrás. Diría a la gente que me importa que la quiero. Me casaría en Las Vegas y luego me haría un tatuaje de putón. Rodaría un western. Aprendería griego clásico. Me acostaría con un hombre transexual. Ya sabes, lo normal.
Freddie rió. La miró mientras ella subía algunos escalones más dando graciosos saltitos.
—Yo sé que moriré joven, encanto —dijo él, sin perder la sonrisa guasona—. No me veo a mí mismo con setenta años y tomando pastillas para el reuma.
—¿Y si no tuvieras que tomar pastillas para el reuma?— bromeó Leena, dejando de subir escaleras.
—Entonces probablemente tenga disfunción eréctil. Qué imagen más pavorosa, querida. No podría hacerte correr como hago ahora —comentó, pícaro y juguetón.
—Mmm. Puedes hacerme correr con tus dedos. ¿Qué pasa con ellos?
—Estarán deformes y temblorosos. El horror.
Ambos rieron con complicidad. Freddie subió hasta la altura de Leena y se abrazaron a merced del viento helado del norte.
—Imagina que en diez años eres la estrella del rock más famosa del siglo. Que eres asquerosamente rico y viajas por todo el mundo cantando en los estadios más grandes del planeta. ¿No querrías vivir para verlo?
—Depende. ¿Estaré solo y rodeado de gatos en una gran mansión?
—Es una posibilidad.
—¿No te quedarías conmigo para verme ser esa estrella?
El viento le revolvía el cabello largo y oscuro. El pelo platino de Leena se mezclaba con el suyo. Freddie quiso fundir el hielo de los ojos de ella escribiéndole la canción más bella del mundo.
—No será fácil, Freddie.
Freddie puso ambas manos en las suaves mejillas de aquella insondable reina asesina y rozó sus labios con suavidad. Imposible de rechazar, extraordinariamente hermosa.
—¿Y cuándo es fácil el amor, querida?
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