Death On Time

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1988

El 25 de enero, Freddie y Leena vieron cómo sus dos amigos se casaban en la oficina del registro del distrito de Kensington. Solo estuvieron ellos cuatro, ante la mirada aburrida del funcionario que rellenó los papeles del matrimonio legal sin ni siquiera mirarlos.

Leena no sabía cómo sentirse al respecto, mientras firmaba con su nombre encima del de Freddie el acta oficial. Era una sensación agridulce, ver a dos personas que amaba y que le importaban unirse en una farsa que apenas duraría un mes.

En ese sentido, Freddie era más racional y aceptaba esa extraña circunstancia sin preguntarse más. Leena lo miró de reojo mientras Roger y Dominique acababan de firmar sus papeles.

Freddie siempre había tenido un metabolismo rápido y sorprendente, que le permitía mantenerse delgado y en forma sin hacer ejercicio. Su propia naturaleza nerviosa, su estilo de vida y la cantidad de energía que gastaba cuando grababa o actuaba le mantenían delgado de una forma natural y envidiable. Durante el año sabático que se había tomado había ganado algunos saludables quilos, pero en los últimos meses de 1987 había vuelto a su físico nervudo y flaco.

Con las manos unidas, vestido con una camisa azul marino y una corbata beige, Freddie esperaba pacientemente a que sus amigos acabaran el papeleo. Leena resiguió con la mirada las pequeñas arrugas que habían aparecido en sus ojos y las pocas canas de su corta barba. Para ella un Freddie con barba siempre había sido sinónimo de los primeros años de su enfermedad. Ahora simplemente se la había dejado por comodidad, por verse algo diferente. Y a ella le encantaba que aquella imagen de él con aquella suave barba significara algo completamente distinto, que no se la hubiera dejado para disimular ningún síntoma del sida. Le había pedido que se la dejara un tiempo más antes de volver al bigote de siempre.

Leena creyó que nunca lo encontraría tan guapo como en los setenta, con su aspecto bohemio y andrógino, o como en 1982 vestido con tejanos y camisetas ajustadas. Pero en aquel mismo momento, el Freddie maduro de 1988 le pareció el hombre más atractivo del mundo. Seguramente volvería a pensar lo mismo el año siguiente, y el próximo y el otro y cada año del mundo.

Aunque no era una boda al uso, Freddie había insistido en organizar un pequeño banquete en Garden Lodge. Quizá no se trataba tanto de celebrar una unión para toda la vida, sino de festejar todos los años de feliz convivencia que Roger y Dominique habían compartido.

—No estés triste, encanto. Ellos dos serán buenos amigos. Conozco a Roger. Parece que es un dragón siempre a punto de atacar pero en el fondo es un sentimental y no dejarán de verse.

—No puedo evitar pensar cómo cambian las cosas, sin poder detenerlas —suspiró Leena, observando lo bonita que había dejado Joe la mesa del comedor para el banquete.

Freddie le robó un rápido y cariñoso beso para sacarle al fin una sonrisa.

—Hay cosas que ni siquiera tú, mi reina asesina del hielo, puedes cambiar ni detener.

Él no notó el estremecimiento de Leena, pero sí se sorprendió cuando ella lo abrazó en silencio muy fuerte. Solo lo soltó cuando llegaron Roger y Dominique, que se habían rezagado aparcando el coche.

—Me muero de hambre, joder —dijo Roger estremeciéndose por el frío que hacía fuera.

—Una de las cosas que no echaré de menos cuando te largues: tú comiendo como un cerdo cada cinco minutos —bromeó Dominique.

—No insultes a los pobres cerdos, querida —soltó Freddie, haciendo que Roger le enseñara el dedo corazón entre risas.

Comieron cordialmente junto a Phoebe y Joe, hablando de las sesiones de grabación que empezarían el lunes siguiente. Tanto Roger como Freddie estaban deseando volver a subirse a un escenario. Habían pasado casi dos años desde el Magic Tour.

Any Way the Wind Blows [Freddie Mercury]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora