A Perfect Pair

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Junio de 1996 - Londres

Antes de irse, tanto Felix como Rory Taylor perdieron la vergüenza y le dieron un abrazo enorme. Perdida entre aquellos brazos de los hijos de sus amigos, Leena se sintió reconfortada. Nunca pensó que los había echado tanto de menos.

—Me debes muchos regalos de cumpleaños, tía.

—Vaya por dios.— rió Leena ante el comentario de Felix.— Eres peor que tu padre.

—Venga, andando vosotros dos.— los apremió su madre. Terry les esperaba con el Mercedes para llevarlos a casa.

—¡Te llamo mañana, Nicky!

Dominique les lanzó un besó y por fin se quedaron solos. Leena pensó que era el momento perfecto para planear la fiesta con Freddie pero sorprendentemente él estaba de un humor melancólico.

Abrieron una botella de vino y Leena se sentó a escuchar como, durante todo el transcurso de 1994, Freddie había pensado más que nunca en los primeros años que habían pasado juntos y sin preocupaciones. Antes del sida, antes de Paul Prenter, antes de Jim Hutton.

—Sin mí, hubieras sido el mismo Freddie Mercury, cielo. O casi el mismo, al menos en lo que respecta a tu stage persona.— le dijo ella, tras escuchar las cavilaciones de Fred. Era increíble que pensara que parte de su fuerza y energía escénica se la hubiera transmitido ella.— Me vi muchas veces tus actuaciones y eras igual. Igual de maravilloso.

—Pero en mi vida privada seguro que te echaba de menos.

—No puedes echar de menos a quién no has conocido, Fred.

—No estoy de acuerdo. Antes de conocerte, ya te echaba de menos.

Leena le acarició la mejilla con toda la ternura del universo concentrada en aquel gesto.

—Eres el hombre más extrañamente romántico que he conocido nunca, Freddie.

Él hizo un gesto nervioso con los labios y Leena hubiera jurado que un leve rubor aparecía en sus mejillas. Bajo aquella fachada de hombre superficial y entregado a los placeres más intrascendentes, se escondía un hombre tan sensible que a Leena le daban ganas de aislarlo del mundo entero para que nadie más pudiera dañarlo.

—Ven aquí.— le pidió. Fred carraspeó y se dejó besar, dejando a tientas la copa de vino en la mesita del café. Leena se apretó contra él, sin más intención que la de besarse como adolescentes.

Pero un grito irrumpió en la sala de estar.

—¡AAAARGH!— exclamó Liam tapándose los ojos. Al parecer había regresado de estar por ahí con sus amigos y no le habían oído entrar.— La gente de vuestra edad debería tener prohibido enrollarse. Por no hablar del fornicio. Que asco, casi se me caen los ojos al suelo dos veces.

—¿Del fornicio?— rió Leena sin poder evitarlo.

—¡DEL FORNICIO!— gritó Liam haciendo aspavientos. Freddie echó la cabeza hacia atrás, apoyándola en el respaldo del sofá.

—¿Sabes que este y yo hemos fornicado por toda la casa, no? Incluida tu habitación.— le tomó el pelo Leena. Liam se apretó las mejillas con horror.

—Voy a por la lejía ahora mismito, entonces.

—¡Liam! ¿Qué dijimos de llegar a estas horas entre semana?— lo amonestó Freddie con tono severo, pero el muchacho ya se había largado a la cocina y revolvía entre los armarios sin parar de hablar para sí mismo.

Leena rió ante el tono preocupado y paternal de Freddie. Volvió a coger su copa de vino y lo miró con cariño.

—¿Desde cuándo las doce de la noche es tarde para un postadolescente, cielo?

Any Way the Wind Blows [Freddie Mercury]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora