Seven Seas of Rhye

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Primavera de 1978

Dominique se negó a marcharse con Roger cuando supo que Leena no vendría a la gira europea de Queen. Tras mucho insistirle, la obligó a hacer la maleta y trasladarse aquel mes a la casa de Roger en Surrey.

Pero cada tarde, Leena se montaba en el Rolls Royce de Freddie y conducía hasta Londres para cuidar a los gatos. Y cada tarde, sobre la misma hora, Fred llamaba para hablar con sus mininos. El susurro cariñoso de Freddie hablando de naderías con sus gatos enternecía sobremanera a Leena, que sujetaba el auricular pacientemente junto a Romeo, Oscar y Lily.

Con timidez, Fred le preguntaba cada día como estaba. Y cada día le decía cuánto la echaba de menos. Y cada día le juraba que se estaba portando bien. Y cada día, Leena iba cediendo más, incapaz de mantenerlo alejado.

En aquellos cuatro años, nunca habían estado tantas semanas sin verse, ni siquiera cuando Freddie estaba saliendo con David Minns.

Se moría de ganas de subirse a un avión y correr hacia él. Pero sabía que debía mantenerse firme, o de nada serviría lo que había hecho.

Al fin, a mitad de mayo, los chicos volvieron a casa. Roger insistió en que se quedara en Surrey un poco más. Fue él quién le contó que en todo aquel mes Freddie no salió ni un día tras finalizar el concierto.

—Ni siquiera en Munich, Leena. Y créeme, era muy tentador.

Leena gruñó como única respuesta.

—No sé exactamente qué ha pasado entre vosotros porque aquí nadie me cuenta nada pero... Por favor, ve a verle y perdónale antes de que nos vuelva locos a todos. En serio, si John llega a escuchar tu nombre una vez más se tira por un puente en Berlín.

Roger Taylor no era conocido por su esplendorosa paciencia. Así que al cabo de pocos días se cansó de ver a Leena muda y deambulante como un fantasma y la obligó a salir a cenar por Londres con él.

—Quizá si te lleno de comida grasienta, lograré hacerte hablar.

—Roger, eres muy pesado.

—Y tú una agonías.

Leena sonrió un poquito mientras observaba el viejo Londres que ya amaba y sentía como su casa. Adoraba Kensington, en parte porque lo veía a través de los ojos de Freddie.

Roger aparcó delante de un restaurante del barrio al que iban todos a menudo y la hizo entrar mientras rebuscaba algo en la guantera.

Nada más poner un pie en el restaurante, Leena supo que algo iba mal. ¿Desde cuándo ese local era tan oscuro...?

Se giró rápidamente hacia la puerta de cristal para salir, y vio a Roger que se reía alegremente mientras cerraba la puerta por fuera. La saludó con recochineo enseñándole el dedo corazón. Luego se subió en el coche de nuevo y se largó.

—Maldita putilla rubia —murmuró en finés.

Unas manos que conocía de sobra le taparon los ojos. Debajo del suave perfume de Clarins percibió el olor almizclado de Freddie. El estómago le dio un vuelco gigantesco.

Él bajó las manos y le pasó los brazos por la cintura. Luego apoyó la cara en el hombro de Leena. Su pelo negro le hacía leves cosquillas en la mejilla.

Freddie inspiró en su cuello y toda la piel de su cuerpo se erizó, respondiendo químicamente como por arte de magia ante la proximidad de él.

—Querida mía... —murmuró musicalmente en su oído.

Sin soportarlo más Leena se giró de golpe y lo abrazó con todas sus fuerzas, queriendo fundirse en él. Fred le acariciaba la espalda.

—No vuelvas a abandonarme —le dijo Leena en un sollozo—. No te vayas sin mi otra vez.

Any Way the Wind Blows [Freddie Mercury]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora