How Can I Go On

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8 de octubre de 1988 - Barcelona

Todo su cuerpo se quejó al abrir los ojos, con el malestar de la resaca recorriéndole desde las piernas hasta la cabeza. De su aliento salió una vaharada de whisky que podría haber tumbado a un dragón.

Escuchó en la sala de al lado a Freddie y Miami charlar, pero no entendió lo que decían. Era raro que Fred no la hubiese obligado a despertarse y levantarse con él, pero supuso que la habría visto tan pasada que había optado por dejarla dormir la mona.

Escondió la cabeza bajo la almohada intentando huir de sus propios pensamientos. Pero era inútil.

Joe moriría antes, y ella de alguna manera había contribuido a construir aquella circunstancia. ¿Cuántas mañanas se habían pasado en la cocina de Garden Lodge hablando de los ligues de Joe? ¿Cuántos consejos amorosos y de ligoteo despreocupados le había dado sin pensar en las consecuencias? ¿Y cuántas veces Joe le había hecho caso?

No había duda: siguiendo alguna de sus sugerencias, Joe había desarrollado sida mucho antes de lo que las biografías de Fred contarían. Y no podía ignorar que ella tenía la culpa, de una forma u otra.

Quizá era la manera que tenía la historia de cobrarse su peaje. ¿Una vida por otra? Era absurdo. La muerte no era un ente real que llevara las cuentas de lo que se le debía. Y sin embargo, Joe cada vez estaba más enfermo.

Leena podía tolerar lidiar con la culpa de todas las relaciones fallidas de Freddie que no habían prosperado por ella. Mary Austin, David Minns, Tony Bastin, Barbara Valentin, Jim Hutton. A todos ellos les había arrebatado su tiempo con Fred. Pero ¿cómo podía continuar con su vida como si nada, si ella había acelerado la muerte prematura de Joe?

No podía. Sentía la culpa como un monstruo de garras envenenadas subido a sus hombros, que le susurraba venenoso que aquel era el precio de cambiar la historia.

¿Qué más otro horror había provocado sin saberlo?

Hubiera querido llorar, pero ni siquiera eso podía hacer. Así que al acabar el concierto de Queen había bebido una copa. Y otra. Y muchas más, hasta que había perdido la conciencia.

Recordaba vagamente a Fred arrancándole la botella de whisky de las manos y cargando con ella hasta la cama.

El suave sonido de unos nudillos en la puerta la sacaron de sus pensamientos.

—¿Encanto?

—¿Mmm?

Escuchó como Freddie entraba en la habitación y notó como se sentaba a su lado.

—Siento interrumpir tu etílico sueño, pero en una hora hemos quedado para comer con Montserrat.

—No voy a ir. Ve tú.

Él le arrancó la almohada de la cabeza para mirarla.

—No era una sugerencia, querida. Es una orden.

—No me encuentro bien.

—Se le llama resaca. Es lo que ocurre cuando metes dos botellas de whisky escocés en un cuerpo de sesenta kilos.

Leena se giró para no mirarle. Porque mirarle le hacía enfrentarse con un terrible pensamiento. El de saber que volvería a repetir una y otra vez sus pasos si con eso veía a Freddie sano y salvo. Egoísta. Y un monstruo. Eso es lo que era.

—¿Qué ocurre?

—Nada, resaca. Ya te lo he dicho.

—Además de la resaca. ¿Qué te pasa?

Any Way the Wind Blows [Freddie Mercury]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora