A Beautiful Day

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Junio 1996 - Londres

Leena había acabado por fumar un cigarro detrás de otro mientras Freddie le explicaba, con suma vergüenza, en que había estado metido hasta poco antes de las Navidades de 1994.

Cuando terminó de explicarse, unos tenues rayos de sol ya se colaban entre los cortinajes del dormitorio, anunciando la llegada de otro tibio día de junio.

—¿Estás enfadada conmigo, verdad?

—Sí, pero no por Barbara. Lo estoy por tu estúpida manía de ponerte en peligro, Fred. ¿Sabes cuántas veces tuve que sacarte del Mineshaft, a rastras? ¿Sabes cuántas veces evité que abusaran de ti? Dios, Freddie. Me pone histérica.

—Lo siento.— se puso colorado de arrepentimiento, con expresión desvalida.— No sabía estar solo. Buscaba anestesia. Olvidar. Volver a divertirme.

—No es excusa, Freddie.  Bueno, qué más da.— aplastó el enésimo cigarrillo en el cenicero, sintiendo la vieja angustia trepando de nuevo por su garganta. La angustia de no poder frenar a Freddie, de no poder cuidarlo, de no poder evitar lo inevitable.— En realidad lo que peor me sienta de todo lo que me has contado es no haber estado ahí para cuidarte.

—No es trabajo tuyo cuidarme, encanto.

—Claro que lo es. Eso es lo que haces cuando tu compañero de vida está en el peor momento: cuidar de él.

—Entonces mi trabajo también es cuidar de ti.

—Por supuesto. Ya lo hiciste. ¿Cuántas veces me sacaste de la cama tras la muerte de Joe? ¿Cuántas veces me hiciste reír, cielo? Infinitas.

Freddie sonrió entre un espectacular bostezo. Leena también estaba agotada.

—Solo respóndeme algo, Fred.— lo tomó del barbudo mentón para que la mirara a los ojos.— Dime la verdad. ¿Hiciste algo ilegal? ¿Abusaste de alguien?

Él le agarró la mano para frotarle los nudillos con impaciencia.

—¡No! Nunca. Yo no. Pero vi cosas, encanto. Cosas con las que voy a tener que vivir toda mi vida. Y a veces tengo pesadillas.

—¿Quieres que busquemos ayuda o...?

—No, por dios. Solo necesito...— se volvió a poner colorado como un crío, con una sonrisa pequeñita escapándosele de entre las comisuras.— que me mimes un poquito. Solo un poquito.

Leena lo estrechó entre sus brazos, como si con aquel gesto pudiera vencer todas las pesadillas que poblasen la mente de Fred.

—Todo eso quedó atrás. Estoy aquí, cielo. Siempre.— le susurró entre beso y beso a su estrecha nariz.— Siempre. Siempre. Siempre.

Fred la tapó con edredón y colcha, ignorando el bufido agobiado de ella al sentir tantas capas de ropa encima suyo en pleno junio.

—Sé que siempre tienes calor, pero necesito que durmamos así.— se acurrucó en posición fetal contra la espalda de ella y Leena no pudo negarse, porque se le derretía el corazón.

—Está bien. Pero si me despiertas en unas horas a las nueve de la puta mañana juro que te muerdo un huevo, Fred.

Pero él ya se había quedado dormido, pegado a su piel, y en pocos segundos Leena lo imitó.

+++

—Tengo que irme, encanto.

—...

—Son las once ya, haz el favor de ser adulta y levantarte.

—¿No tenías una entrevista, joder?— se tapó con la sábana, gruñendo, pero Freddie la destapó para besarla.

—Sí. Volveré en menos de un par de horas. ¿Me esperas y comemos juntos?

Any Way the Wind Blows [Freddie Mercury]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora