I'm Going Slightly Mad

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Octubre de 1974 - Londres

—¿Cómo has dicho que te llamabas? —preguntó ella, soltándose de su mano. El viento de la mañana le revolvía el larguísimo cabello rubio. Caminaba delante suyo, de espaldas, riéndose de él.

—Lo sabes perfectamente.

—¿Es que eres famoso?

—Soy cantante, querida.

—Déjame adivinar. Eres Robert Plant.

Freddie sacudió la cabeza. Leena cerró los ojos y abrió los brazos, plantándose en mitad de la calle. Como si quisiera saborear aquel extraño momento.

Llevaba un minúsculo top de punto que dejaba su estómago al aire, unos pantalones oscuros de campana y unos tacones negros. Su juventud y frescura eran casi insultantes, pensó Fred.

Con movimientos elegantes como los de una gacela, Leena se acercó a él risueña.

—Un momento, ¿si no eres Robert Plant, con quién acabo de follar en la cocina de un desconocido?

—Con Freddie Mercury —rió él, atrapándola y levantándola en el aire. Leena le metió la mano bajo su largo cabello negro y se lo revolvió con malicia.

—Un buen nombre, mensajero de los dioses.

Habían escapado de la casa del productor discográfico antes de que alguien los pillara echando un polvo sobre la mesa del desayuno.

Habían salido tan rápido, con la mitad de la ropa a medio poner, que a Freddie no le había dado tiempo a comprobar dónde estaban Roger o Brian. Se habían acabado de vestir en el jardín de la casa, entre risas cómplices.

Estaban en la zona alta de Kensington, rodeado de casas lujosas de gente rica. Roger y él vivían en Holland Road, compartiendo un apartamento minúsculo y mugriento en el que nunca había comida.

—¿Vienes a mi casa?

—¿Para qué?

—¿Tú qué crees, encanto?

—¿Para que me vuelvas a ganar al Scrabble?

Freddie la calló, besándola en plena calle. Le abrió los labios a la fuerza e introdujo su lengua en la boca de ella. Con tan solo 20 años, Leena parecía no tener ni un gramo de pudor, porque se encaramó a él apasionadamente, devolviéndole el beso como si fuera lo último que fuera a hacer en el mundo.

—Definitivamente, te llevo a mi casa. No voy a dejarte escapar así como así.

Antes de entrar en el apartamento de Holland Road, él ya tenía los pantalones de satén desabrochados y ella se había vuelto a sacar el top por la cabeza. A duras penas, Freddie le dio un taconazo a la puerta principal para cerrarla y fueron hasta la habitación mientras la ropa caía al suelo.

Antes de que pudiera reaccionar y tomar el mando de la situación, Leena lo tumbó en su propia y estrecha cama, se sacó los pantalones y se montó encima suyo.

—Freddie Mercury, ¿dices? —le murmuró ella, bajándole de golpe los pantalones y los calzoncillos, con su aliento muy cerca de su polla. Se sintió indefenso y abandonado ante la impetuosa sexualidad de la recién conocida. Jamás se había cruzado con alguien así, hombre o mujer.

—Sí —gimió, cuando ella se la metió en la húmeda boca sin dejar de mirarlo a los ojos—. Dios.

Jugó con él como quiso y lo provocó hasta el delirio. Tocándole, chupándole y rozándole con manos, boca, culo, pechos. Freddie sintió que iba a enloquecer en cualquier momento.

Leena se subió sobre él y se inclinó para agarrarle el largo cabello negro, inmovilizándolo a su gusto y placer. Freddie se dejó hacer, arrastrado por aquel espíritu salvaje que había aparecido en su vida.

—Me gustas, Freddie.

—Tu también a mi, Leena.

Y luego follaron hasta caer rendidos, hasta que no pudieron más, hasta que volvió a ser de noche en Londres. Ni siquiera escuchó a Roger volver a casa.

Ambos perdieron la noción del tiempo entre aquellas cuatro paredes. Parecía toda una vida juntos, cuando en realidad apenas hacía veinticuatro horas que se habían conocido.

—¿Sabes? Hace poco escribí un canción sobre una mujer.

—¿Ah, sí? ¿Qué canción?

Killer Queen. Si te hubiera conocido antes, esa sería exactamente la canción que te dedicaría.

Los ojos azules de ella resplandecieron, inexpugnables.

—¿Y de qué va?

Freddie sonrió con picardía, acariciando con un dedo la fina piel que había entre sus pechos. Besó uno de sus pezones, que se puso duro con el simple contacto.

—De una prostituta irresistible e insaciable.

Leena se echó a reír, pero él ya no estaba para bromas. Se apartó el cabello de la cara, colocándose encima suyo. Ella abrió las piernas para recibirle sin desviar la mirada. Nada parecía escandalizarla.

—Si pudiera viajar en el tiempo, haría muchas cosas distintas —le dijo, mientras su polla se deslizaba deliciosamente dentro de ella—. Y una de ellas sería dedicarte esa canción solo para ti, mi reina asesina del hielo.

Leena arqueó la espalda para sentirlo mejor y él creyó perder la poca cordura que le quedaba.

—Me vas a volver loca, poco a poco. Lo sé —susurró ella, con los pómulos ardiendo y los ojos azules clavados en él.

—Yo ya me estoy volviendo ligeramente loco, encanto.

—Yo ya me estoy volviendo ligeramente loco, encanto

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En 1986, Freddie se despertó entre sudores. Jim roncaba tranquilamemte su lado. Delilah dormitaba a sus pies. Quiso seguir durmiendo para volver a revivir de nuevo aquel recuerdo de 1974.

Pero había un concierto que dar. Y él tenía que ir a Wembley. 

 

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Any Way the Wind Blows [Freddie Mercury]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora