My Life Has Been Saved

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23 de noviembre de 1991

A mediados de noviembre de 1991, Freddie enfermó de neumonía. Siendo un hombre adulto sin otras complicaciones de salud no era nada grave. Pero durante casi dos semanas se comportó como el peor enfermo del mundo, quejándose por todo e intentado salir de la cama cada vez que Phoebe o Leena le quitaban el ojo de encima.

Tras tomar antibióticos durante días, la fiebre y la tos empezaron a remitir poco a poco, aunque Fred se quedó débil y Leena lo obligó a guardar reposo en la cama para acabar de recuperarse.

—Pero es que me aburro. ¡ME ABURRO!— se exasperó él.

Por enésima vez en su vida, Leena sintió ganas de ahogarlo por el cuello.

Tras volver de su viaje en Finlandia ella había hecho la actuación de su vida y todo había continuado su curso. Jim en casa, dejándose cuidar por Phoebe. Freddie actuando en las Innuendo Nights durante todo el otoño de 1990, agotando las entradas cada noche. Y ella dejando morir los días y las semanas y los meses.

A principios de 1991, habían viajado a Japón y Sudamérica para una serie de conciertos muy parecidos a los que habían dado en el Royal Albert Hall. Leena había permanecido a su lado, fingiendo que todo iba bien y que nada la estaba destruyendo por dentro, como una termita que va devorando la madera de forma silenciosa. Había sido un largo año aparentando que todo seguía como siempre.

Era cierto que la presencia de un Jim convaleciente había enfriado su propia relación con Freddie. Puede que él se sintiera igual de culpable que Leena y por eso delante de Jim no abundaran los gestos cariñosos.

Ella los había visto acercarse el uno al otro de una forma inexorable, entre bromas y confidencias. Ignoraba si durante aquel año se habían acostado. Le daba igual. Si no lo habían hecho ya, lo acabarían haciendo. Quizá era la historia, moviendo hilos invisibles, para acabar juntando lo que desde 1985 debía haber estado unido: Freddie y Jim.

Y ahí estaban, en la noche del 23 de noviembre de 1991, con un Freddie protestón que a pesar de seguir tosiendo quería salir a cenar fuera.

—¿Hacemos un trato, cielo?— le dijo Leena, tapándolo hasta el cuello con el edredón para acabar de ahuyentar la neumonía.— Me quito la ropa, me meto en la cama contigo y nos pasamos la noche hablando. 

—¿Sólo hablando?

—Tienes que descansar.— lo amonestó con cariño. Su bigote se movió con nerviosismo, como siempre que estaba intranquilo.

—Métete aquí y discutiremos largo y tendido sobre el tema.— propuso él con una sonrisa pícara, sacándose el grueso pijama que llevaba puesto y quedándose en calzoncillos bajo el edredón.

—Tú mandas.

Freddie la observó mientras ella se desvestía. Bajó las luces del dormitorio y se deslizó entre las sábanas hasta quedar pegada a su cuerpo caliente.

—Abrázame. Es mi última noche en la tierra, encanto.

—No lo es. No seas la reina del drama, Fred.— pero Leena obedeció, deslizando su brazo por detrás de su cuello. Freddie apoyó su cabeza encima de su pecho y pasó una delgada pierna sobre el estómago de Leena.

Sintió la respiración de Fred sobre su piel, entrecortada por una leve tos que todavía se negaba a irse. Acarició con un solo dedo el aterciopelado vello oscuro que descendía por su nuca, mirando la preciosa curvatura de aquella espalda estrecha que ella conocía de memoria. Podía cerrar los ojos y localizar en su mente cada lunar y pequeña imperfección de su piel.

—Siento haberte hecho pasar el año que te he hecho pasar.— susurró Fred, levantando la cabeza y volviéndola a poner sobre la almohada, muy cerca de su cara. Leena le tocó el pecho desnudo, ausente.— No podía dejar de lado a Jim.

—Lo entiendo perfectamente, cielo.— le dijo ella, con un pequeño beso en los labios.— No serías el hombre del que me enamoré si no hubieras tomado la decisión de traerlo a Garden Lodge.

—Pero aún así, creo que te he hecho terriblemente infeliz estos últimos meses.— los ojos de Freddie parecieron inundados por la tristeza.

—Tú nunca me has hecho infeliz. Me has salvado de todas las maneras posibles en que se puede salvar a una persona, Fred.

Leena se controló para no desmoronarse mientras le decía aquello. Freddie pasó una mano por detrás de su nuca y la obligó a besarlo con una ternura que podía derretir todo el hielo de la tierra.

—Supe, desde el mismo momento en que te conocí, que me ibas a volver loca del todo.— le susurró Leena, apenas separando los labios de su boca ancha y sedosa. Freddie la miraba sin parpadear.— Necesito que sepas que todo lo que he hecho ha sido porque estaba, y aún lo estoy, irremediablemente enamorada de ti. 

—No sigas hablando así.— le suplicó Freddie, sin entender aquel arrebato.

—Por favor, no lo olvides nunca. Jamás quise hacerte daño ni engañarte.— sollozó Leena sin poder evitarlo, notando cómo se agolpaban en su garganta todas las palabras que habría querido decirle durante todo ese tiempo.

—Ven aquí, encanto.

Freddie la abrazó como había hecho durante diecisiete largos años de convivencia. Desde la primera noche que habían compartido juntos, cuando se habían quedado dormidos en una estrecha cama, con el largo cabello negro de Fred metiéndose en su nariz y haciéndole cosquillas.

—Sea lo que sea que estás pensado hacer, no lo hagas, Leena.— le dijo al oído, sin soltarla.

Ella no respondió. Ya no le quedaban promesas que hacerle. 

En un último intento de retenerla junto a él, Freddie la atrapó bajo su cuerpo, resiguiendo cada hueco de su piel con sus labios. Leena no cerró los ojos, queriendo grabar aquella última debilidad en lo más profundo de su mente.

Sus cuerpos se acoplaron con familiaridad cuando Freddie la penetró en un suspiro, con su bonita cara escondida en el cuello de ella. Leena lo atrapó con brazos y piernas, sin dejar de aspirar el embriagador olor almizclado que la nuca de Fred desprendía.

Fred continuó entrando y saliendo de entre sus piernas, con algunas gotas de sudor bajando por su sien. La abrazó por la cintura para prolongar el contacto y la miró. Ella se dejó hacer.

—Por favor.— imploró su preciosa voz. 

Pero Leena siguió sin contestar.

+++

El cansancio y la debilidad acabaron por sumir a Freddie en un sueño intranquilo y febril. Leena lo abrigó todo lo que pudo para que la neumonía remitiera de forma definitiva.

La madrugada del 24 de noviembre de 1991 la encontró despierta y agotada. Hasta que el sueño la venció y cerró los ojos, abrazada a Freddie, con el amanecer asomando en las calles londinenses de Kensington.

Se acabó jugar con el destino. Ella ya había cumplido lo que Brian May le había pedido.

Había salvado a Freddie Mercury.

Había salvado a Freddie Mercury

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Any Way the Wind Blows [Freddie Mercury]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora