Is This The World We Created...?

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Freddie descubrió, tras muchos meses sin saber de él y sin haber visitado demasiado los clubs de ambiente de la ciudad, que la mayoría de amigos de Jim, todos irlandeses como él, habían muerto de sida. No era algo que lo pillara por sorpresa. La epidemia se había cobrado cientos de vidas a su alrededor.

Localizarlo no fue difícil. Phoebe había averiguado dónde trabajaba y los días que tenía libres, así que pidió a Terry que lo llevara hasta el distrito de Battersea, donde se había mudado tras dejar Garden Lodge. Leena estaba con Dominique pasando la mañana juntas, así que no consideró avisarla de hacia dónde se dirigía.

Jim se quedó pasmado al abrirle la puerta, pero no menos que él mismo cuando lo vio. El que había sido su novio siempre había tenido una constitución fuerte, tirando a rolliza. Ahora parecía una sombra de sí mismo, con los ojos hundidos en las cuencas y las mejillas huesudas.

—Hola, querido. ¿Puedo pasar?

—Claro.

Entró en el modesto apartamento. No era nada del otro mundo, pero desde luego era mucho mejor que el lugar que él había compartido con Roger a principio de los años setenta.

—¿Quieres un té, Fred?

—Sería un placer. Con leche, si tienes.

Jim puso la tetera llena de agua en el fuego y se sentó frente a él, en la mesa de la cocina. Se aclaró la garganta con incomodidad.

—Siento mucho lo de Joe. Iba a ir al funeral, pero no me vi capaz.

—No importa. De todas formas nunca te cayó bien del todo.

—Aún así, creo que debería haber ido.

—Sí.— concedió Fred.— Él siempre te trató bien.

Jim se miró las gruesas manos, llenas de callos. Freddie se sintió fuera de lugar, sin saber bien qué decir. Ellos dos habían compartido muchos momentos dulces, divertidos y apasionados. Y sí las cosas hubieran ido de otra manera, puede que aún siguieran compartiendo nuevos instantes juntos. Freddie pensó que Jim había sido el hombre que más había querido en toda su vida.

Aunque físicamente le había gustado a primera vista, lo que le había enamorado de Jim era su carácter dócil y dulce. Si tenía que elegir a un tipo de hombre con el que mantener una relación, ese era el tipo de Jim Hutton. Solo que las circunstancias lo habían convertido en un hombre celoso y profundamente amargado. Freddie no le reprochaba nada.

—Todos han muerto, Freddie. Todos: Paddy, Tim, Seamus, O'Connell.

—Eso he escuchado. Lo siento mucho, Jim.

La tetera silbó, avisando que el agua ya hervía. Jim se levantó para verter agua en dos tazas con té Earl Grey. Puso una de las tazas frente a Freddie.

—Al final, esta mierda nos ha alcanzado a todos.

—¿Qué quieres decir?

Jim esbozó una sonrisa triste y sacó unos papeles de un cajón, dejándolos delante de Freddie. Este los ojeó en silencio. Una garra silenciosa le oprimió el estómago cuando se dio cuenta de lo que eran.

—No... No.

—Me lo diagnosticaron hace unos meses. Al parecer.— Jim se volvió a sentar frente a él, sorbiendo su té con calma.— lo tenía desde hace más tiempo. Pero digamos que al dejarte a ti tuve una época un poco... movida.

—Jim, por favor.

—Cuando dejé Garden Lodge estaba destrozado. Y no encontré mejor manera de olvidarme de ti que follándome todo lo que encontré. Mi doctor dice que eso aumenta el riesgo de desarrollar sida más rápidamente.— explicó Jim, dándole vueltas a su té, sin atreverse a mirarlo a los ojos.

—Si vuelvo a escuchar esa palabra una vez más juro por todo que me pondré a gritar y no pararé.— escondió la cara entre las manos, queriendo huir de esa pesadilla inacabable.

Primero Joe. Ahora Jim. ¿Quién más habría de caer por aquella maldita enfermedad que todo lo arrasaba sin contemplaciones?

—¿Estás con medicación? ¿Quién te cuida?

—Me he vendido el Volvo que me regalaste para pagarme los antirretrovirales. En cuanto a lo otro... bueno, ya no me queda nadie. Había pensado en volver a Irlanda, pero mis padres son mayores. No quiero que me vean así.

Fred alargó la mano hasta atrapar la de Jim. Puede que las cosas no hubieran funcionado como él hubiera querido, pero nunca dejaba atrás a un amigo que lo necesitara. Y menos a alguien a quien había amado como había querido a Jim.

—Ven a casa, a Garden Lodge. No te quedes aquí solo.

—¿A tu casa? ¿Es que no recuerdas lo que ocurrió la última vez?— negó Jim con la cabeza.

—Ven como un amigo, no como un amante. Eso ya pasó. Pero eso no significa que no me importes.

—¿Y Leena?

Freddie suspiró. Leena ya se sentía incomprensiblemente culpable de la muerte de Joe. La noticia de la enfermedad de Jim sería aún peor. Y lo más desesperanzador es que ambos eran responsables de ello. Quizás si no hubieran provocado que Jim se marchara, él no estaría enfermo. No habría ido por ahí follando con decenas de hombre, multiplicando los riesgos de entrar en el último estadio de la enfermedad.

—Leena tiene buen corazón. Nunca negaría ayuda a un amigo. No, si yo se lo pido.

Él la conocía bien; mejor que nadie, se atrevía a decir. Podía adivinar su humor con un solo vistazo a sus ojos de hielo y a sus gestos silenciosos.

Pero cuando se sentó a su lado y se lo explicó todo, fue incapaz de ver lo que se rompía de forma terminante y absoluta dentro de ella. Algo que sería imposible de recuperar o de sanar.

Estaba demasiado preocupado por Jim para darse cuenta de que en el mismo instante en que le dijo a Leena que Jim estaba enfermo, ella empezó a desvanecerse de su lado. Y esta vez sería la definitiva.

Aunque eso no lo descubriría hasta que ya fuese demasiado tarde. Y Freddie averiguaría cuán tarde era ya todo la fría mañana del 24 de noviembre de 1991.

 Y Freddie averiguaría cuán tarde era ya todo la fría mañana del 24 de noviembre de 1991

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Any Way the Wind Blows [Freddie Mercury]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora