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Junio de 1996 - Barcelona

Freddie fumaba, observando como Leena se aplicaba la máscara de ojos.

Al caer el amanecer se habían quedado dormidos, agotados al fin por el cúmulo de emociones. Aún no había logrado sonsacarle cuando volvería a Londres con él. Leena parecía tener miedo de volver a la ciudad en la que aún vagaban tantos fantasmas.

No importaba. Tenía todo el verano por delante para allanar el camino. Hasta septiembre no tenía que retomar el trabajo.

—¿Por qué no nos vamos al Ritz en vez de quedarnos aquí? Phoebe está ahí.

—No hablo contigo, ¿recuerdas?

Él rió ante su mal humor. Pero era demasiado divertido hacerla sufrir. Si la conocía como creía conocerla, ella intentaría por todos los medios hacerlo claudicar y lograr el orgasmo negado. Pero estaba dispuesto a jugar y a consumar su pequeña venganza.

—¿Qué te pasa, querida?— apagó el cigarro y se acercó por detrás, mirándola a través del espejo del baño.

—Nada. Simplemente he decidido retirarte la palabra hasta nuevo aviso.

—¡Vaya! Mira quién está rabiosa como una cría porque no se ha corrido.

—¡Pactamos no volver a jugar a esta mierda!— se sulfuró Leena, cerrando el pequeño botecito de máscara de pestañas con violencia.

—Eso fue hace muchos años y solo lo hicimos por el sermón que nos pegó Brian.

—Fue tu culpa.

—No, fuiste tu quien me hizo salir a tocar en Estocolmo o no sé dónde con la polla dura y los huevos a punto de explotar. Pusiste furioso a Brian tú; yo solo fui una víctima.

—Te la debía.

—Es cierto.

Habían jugado mucho tiempo con la negación del orgasmo, retándose cada vez más, para ver quién lograba ganar. Hasta que se les fue de las manos y Brian les pegó a ambos una reprimenda enorme, diciendo que él no tenía porque ver a su compañero de banda con una erección durante los primeros quince minutos de un concierto.

Aquellos juegos habían terminado de mutuo acuerdo en algún momento a finales del 79, si mal no recordaba Fred.

También recordaba que de los dos, ella era pésima jugando. Se ponía de mal humor, alternando unos morros hasta el suelo con provocaciones de alto nivel para conseguir que él se abalanzara encima suyo y la hiciera al fin correrse.

—¿Dónde es la fiesta esa?

—En el Museo Marítimo. Solo es una evento por el aniversario del Instituto Nórdico, nada demasiado espectacular. Vendrán profesores, alumnos y algunos cónsules.

—Apasionante, encanto.— dijo él con ironía. Aunque en realidad se moría de ganas de saber más de aquella vida aparte que Leena había llevado en su ausencia.

—¿Te comportarás, Fred?

—¿Te comportarás tú como la mujer madura que eres?— sonrió él. Leena hirvió de furia hasta que se le pusieron rojas las orejas.

—Muy bien, no me importa.

—No, claro que no.

La siguió hasta el armario para observar cómo se vestía. Pensó que aquella Leena de cuarenta y dos años, seguía siendo esencialmente igual que la veinteañera que lo había cautivado con su espíritu y la libertad que toda ella emanaba. Físicamente, la encontraba más bonita a cada año que pasaba. Se fijó en los pequeños surcos que habían surgido en su rostro y los odió, por no haber estado él presente mientras aparecían. Los años robados que no volverían.

Any Way the Wind Blows [Freddie Mercury]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora