Scandal

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Abril de 1982

Paul Prenter salió de sus vidas. Pero Freddie pagó un doloroso precio por ello.

Semanas después del incidente de Munich, Paul Prenter vendió a periódicos sensacionalistas como The Sun toda una serie de detalles íntimos de la vida de Freddie Mercury. La mayoría ciertos.

Paul habló de los cientos de hombres con los que Freddie se había acostado, del miedo de Fred a dormir solo, de las orgías escandalosas, de las drogas llevadas en bandejas por enanos, de la tapadera que suponía su relación con Leena y de sus sospechas de que el cantante de Queen podría haber contraído aquella enfermedad homosexual extraña de la que apenas se sabía nada y que no tenía cura.

Y luego estaban las fotografías. Decenas de fotografías de las que Leena no sabía nada. Supuso que Paul siempre llevaba una cámara a mano para recoger todos los momentos íntimos de Freddie con sus amantes, de Freddie en Garden Lodge, de Freddie de fiesta, de Freddie y ella. Era desgarrador ver toda su vida expuesta a los cuatro vientos, especialmente para Fred, que era celoso de su intimidad hasta extremos obsesivos.

Para la opinión pública la confirmación de la tendencias sexuales de Freddie fue todo un bombazo. Tras años de rumores y especulaciones, por fin tenían jugosos relatos e imágenes de las que hablar una y otra vez.

A Leena, que tenía una mentalidad del siglo XXI, le hubiera importado un carajo saber a quién se follaba el cantante de su grupo favorito. Si aquello hubiera ocurrido en su época, nadie le hubiera dado demasiada importancia. Pero estaban en los años ochenta. Y que la mayor estrella del rock del mundo tuviera una sexualidad confusa o claramente homosexual, era un escándalo.

Los fans de Queen reaccionaron enviando a Freddie miles de cartas, expresando su amor, respeto y apoyo. El club de fans de la banda se vio desbordado por ellas. Para sorpresa de Leena, también llegaron algunas cartas para ella.

Freddie jamás volvió a ser el mismo después de aquella traición. Su naturaleza bondadosa y confiada sufrió un revés de realidad difícil de asumir. Se cerró en banda a los desconocidos y se volvió desconfiado con cualquiera que se le acercaba, temiendo que solo buscara su fama, su dinero y sacar tajada de su confianza.

Lo único bueno de aquella situación de mierda, pensó Leena, es que si ella no hubiera intervenido de forma tan brusca y violenta Paul Prenter hubiera seguido en la vida de Freddie hasta el año 1986, como ella había leído cientos de veces.

Paul Prenter cobró 32.000 libras por traicionar a Freddie Mercury.

+++

En un intento de proteger a Freddie y a ellos mismos de la prensa, sus compañeros decidieron trasladar las sesiones de grabación a Montreux, el único lugar donde Freddie se sentía amparado, además de Garden Lodge.

Leena no tenía ni idea de cómo animarlo, porque parecía continuamente taciturno. Él, que siempre reía y bromeaba. Él, que siempre tenía una amplia y enorme sonrisa en su rostro. Él, que siempre canturreaba viejas canciones de soul.

Ni siquiera se atrevía a llamar a sus padres para averiguar cómo se habían tomado las noticias. Ella habló con su hermana Kashmira sin decírselo a Fred.

—La verdad es que no hablan de ello.— le dijo Kashmira.— Puede que simplemente lo hayan aceptado y ya está. Qué remedio les queda...

Fred se volcó obsesivamente en la música, en el disco que había en su mente y que se empeñó en sacar adelante, aún cuando el resto de la banda no confiaba en aquel giro de sonido que Fred buscaba. Pero por deferencia a él y a la situación que estaba viviendo, le dejaron hacer.

Roger no estaba contento con el disco que les estaba quedando. Odiaba la música disco, los sintetizadores y cualquier cosa que se alejara del rock.

—Es que en serio, escucha esto —le dijo a Leena, poniéndole por enésima vez Body Language—. ¿Me puedes explicar qué clase de canción de película porno es esta?

—A mi me gusta.

—Oye, Freddie no puede escucharte ahora. Sé sincera.

—Está bien, no es Bohemian Rhapsody, lo admito. Pero el ritmo me gusta. Es sexy.

—¡Pero como que sexy! Nuestra música no es sexy, no somos el puto Barry White.

—¿Te puedes tranquilizar, Roger?

—Sí, claro, se nota que tú no vas a publicar un jodido disco de funky. Lo próximo será que hagamos versiones de ABBA.

—Bueno, a ver —Leena se frotó el puente de la nariz tratando de reunir toda su paciencia—. Sé un poco permisivo, hasta que Fred se anime. A lo mejor no reventáis las listas de éxitos, pero será un buen disco.

—¿No puedes hacer algo para consolarlo? No sé, una mamada con final feliz o un striptease con una de sus canciones. Eso seguro que lo anima.

—Qué romántico eres, Roger Taylor. Dominique es una mujer afortunada —Leena se levantó y paró la grabación sin masterizar de Body Language—. Y ahora si me disculpas, tengo que llevar a Freddie al hotel a hacerle una mamada, al parecer.

—Vale. Que le aproveche —murmuró Roger, de mal humor—. También puedes decirle que ni de coña voy a salir en el videoclip de esta canción.

—Oh, claro que lo harás. Aunque sea chasqueando los dedos con cara de gilipollas.

+++

Freddie se desabrochaba las Adidas, sin soltar el teléfono que tenía contra su hombro.

—Joe, pon ahora a Tiffany al teléfono. Voy a darle las buenas noches a mi joyita peluda.

Leena lo oyó cuchichear naderías cariñosas a la gata a través del aparato telefónico. Luego llegó el turno del pequeño Jerry.

—Papá te echa mucho de menos, pequeño gatito loco. Sé que eres tú quien me roba siempre los calcetines y los mete debajo de la cama, pero te lo perdono —Leena rió en voz baja. En realidad era Romeo quien lo hacía, pero ella siempre lo encubría para que Fred no le echara la bronca.

Cuando terminó de hablar con los seis gatos, Freddie se dejó caer en la amplia cama de la suite, descalzo, sin camiseta y con los tejanos desabrochados.

—Es como una pesadilla, Leena.

Ella se sentó a su lado y le acarició el negro pelo.

—¿Puedo hacer algo para animarte?

—Podrías enseñarme las tetas, querida.

—Roger ha sugerido una mamada con final feliz —se rió ella. Freddie la imitó. Su risa cristalina fue como música celestial para Leena, tras semanas sin escucharla.

—Por una vez, Roger parece decir algo inteligente.

Freddie la cogió de la cintura y la tumbó en la cama a la fuerza, entre risas.

—¿Sabes una cosa? Estoy harto de tonterías. Soy quién soy, y no tengo que pedir disculpas a nadie. No voy a esconderme como si hubiera hecho algo malo. Yo decido cómo quiero vivir mi vida. Yo, y nadie más.

—¿Y cómo quieres vivirla?

—Escandalosamente, encanto. Escandalosamente.

 Escandalosamente

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Any Way the Wind Blows [Freddie Mercury]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora