Don't Stop Me Now

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Otoño de 1978

En plena gira promocional de 'Jazz' quedó claro que Queen ya le quedaba grande en cuanto a gestión a John Reid. Jim Beach negoció un suculento acuerdo para que Reid dejara su puesto de trabajo, y el viejo Miami se hizo cargo a partir de entonces de todos los asuntos jurídicos y económicos de la banda. Durante las giras, les asistía Gerry Stickells, con quién ya habían trabajado.

Fueron meses de muchos cambios. Se creó Queen Productions, Queen Music Ltd y Queen Film Ltd, desde donde controlarían, al fin, toda su obra. Tras muchos años, Queen eran dueños de todos sus derechos y de sí mismos como artistas.

El primer jet privado también llegó en los últimos meses de 1978, junto con el compromiso de hacer una de sus giras más largas. Y es que a pesar de que 'Jazz' no fue el disco que sus fans esperaban, la gira sí fue un éxito.

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Leena observó, durante muchas fechas de la gira, como Brian y John parecían olvidarse que ambos eran padres y entregarse felizmente a todo tipo de fechorías. John bebía muchísimo, sin control. Roger rara vez dormía solo, y solo se comportaba cuando Dominique aparecía en algún concierto.

Pero Freddie era una auténtica bomba de relojería a punto de estallar. No descansaba nunca. El mundo estaba a sus pies y él lo disfrutaba hasta el extremo.

El encanto de estar de gira por EEUU, en lugares tan liberales como San Francisco o Nueva York, parecía tener un efecto febril en Freddie. En Londres no se comportaba así, como si el mundo fuera a terminarse al día siguiente.

Con mucha paciencia, Leena lo vigilaba en cada bar, en cada fiesta, en cada backstage. También vigilaba a Paul Prenter de cerca. Este sabía de sobras la influencia que tenía sobre Fred estando de gira.

Empezó a perder la cuenta de todas las veces que tuvo que sacar a Freddie a rastras de antros de mala muerte.

Cuántas veces tuvo que sujetarle la cabeza mientras vomitaba y los efectos del LSD y el cristal abandonaban su delgado cuerpo.

Cuántas veces tuvo que desnudarle, ducharle y obligarlo a acostarse por miedo a que colapsara de cansancio tras veinticuatro o cuarenta y ocho horas sin dormir.

Cuántas veces tuvo que vigilar que se pusiera un condón para follar con otros, e incluso tuvo que pagar a sus amantes para que ellos también accedieran a ponerse preservativo.

Leena estaba agotada, física y mentalmente. Tenía que mantenerse sobria y alerta cada noche para evitar que Freddie volviera a meterse en líos.

Pero Paul Prenter sabía cómo darle esquinazo, una y otra vez. Se llevaba a Freddie nada más terminar el concierto, rompiendo así la costumbre que Queen tenían de cenar juntos tras los shows. Y entonces Leena tenía que recorrer discotecas, bares y cuartos oscuros gays en busca de Fred. A veces le llevaba horas dar con él, y otras veces ni siquiera lo lograba.

Pero él le juraba cada día que mantenía su promesa. Cuando Freddie no miraba, Leena comprobaba compulsivamente el número de condones de su chaqueta para ver si había gastado alguno durante la noche.

A finales de diciembre de 1978, suspiró aliviada cuando abandonaron los Estados Unidos camino a Londres para un pequeño descanso, antes de continuar girando por Europa y Japón.

En el jet privado, Freddie dormía a su lado. Estaba más delgado que nunca y aún así, irradiaba magnetismo, vestido con sus pantalones de cuero y las largas patillas que se había dejado crecer. Le acarició el hirsuto pelo negro.

Hacía cuatro años, en un pequeño apartamento de Londres, Leena se había jurado protegerle a toda costa. Aún no sabía que acabaría enamorándose de él, perdida e irremediablemente.

Miró a Brian, que también dormitaba con una revista científica en los brazos.

Parecía una vida entera desde que lo había conocido en 2010, junto a Roger Taylor. Ambos le habían pedido que hiciese lo que fuera necesario para salvar a su amigo, incluso si eso significaba cambiar la historia de Queen.

Eso ya había ocurrido. A pesar de sus esfuerzos, Freddie no había mantenido una relación con Mary Austin. Su romance con David Minns había acabado antes de tiempo. No se había acostado con Paul Prenter, de momento.

Leena conocía los nombres de otros de sus amantes a largo plazo, pero aquellas relaciones tampoco habían prosperado. Por ella.

Temía el momento en que Freddie conociera a Jim Hutton. ¿Por su culpa aquello tampoco ocurriría?

—¿Leena? —Freddie se desperezó, estirando todo su delgado cuerpo y sacándola de sus cavilaciones.

—Dime, cielo.

—Tengo ganas de llegar a casa.

—Y yo también —se inclinó y lo besó ligeramente en los labios. Él frotó su nariz contra la suya, de humor juguetón.

—¿Sabes una cosa? Tengo una sorpresa para ti por Navidad.

—¿Al fin has podido comprar el Big Ben?

—Mucho mejor.

Freddie le agarró la mano y se la llenó de besos. Le brillaban los ojos de emoción, como a un crío en la mañana de Navidad.

A Leena se le olvidaron las semanas de cansancio y angustia al verle tan feliz. Se acurrucó en su regazo y durmió el resto de vuelo a Londres, mientras Fred tarareaba alguna vieja canción de Aretha Franklin.

 Se acurrucó en su regazo y durmió el resto de vuelo a Londres, mientras Fred tarareaba alguna vieja canción de Aretha Franklin

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Any Way the Wind Blows [Freddie Mercury]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora