Nevermore

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Junio de 1996 - Londres

El Kalevala apenas había cambiado desde su marcha. Olli había modificado algunos pósters y algo de la decoración, además de pintar las paredes de rojo. Pero en esencia el pub seguía igual.

Al bajar por las estrechas escaleras divisó a su amigo y ex—novio tonteando con unas chicas, inclinado sobre la barra. Que la mataran si no estaba igual de guapo. Solo se había cortado un poco el pelo rubio, pero seguía musculoso y en plena forma. Y continuaba llevando camisetas de Kiss.

Se dejó llevar por la canción de Bon Jovi que sonaba y se sentó en un taburete libre de la barra, mirando a Olli sin disimulo. Él pareció advertir que alguien lo observaba y levantó la vista del escote de una de sus clientas.

Al verla esbozó una sonrisa de oreja a oreja. Se disculpó con las chicas y se plantó delante de ella, con las manos apoyadas sobre la barra.

—Hola, forastera.

—Hola, forastero.

—¿Whisky?

—Con hielo, por favor.

Olli puso un vaso ancho sobre la barra y le sirvió una generosa copa de Jack Daniel's. Ella bebió hasta que la garganta le quemó.

—¿Y bien? ¿Te sirvió de algo la huida hacia adelante?

Leena negó con la cabeza.

—De absolutamente nada.

Su amigo se cruzó de brazos, negando con la cabeza.

—Te advertí que no lo hicieras.

—Lo sé. Pero soy un poco cabezota.

—Le rompiste el corazón. A él y a todos los que te queríamos.

—Lo siento.— Leena se atrevió a acariciarle una mano, en la que había un nuevo tatuaje que ella no recordaba haberle visto antes.— Nunca más, Olli.

—Nunca más.— concedió él de buen humor.— ¿Cómo te ha ido por Barcelona?

—Una vida normal, formal y madura. Un verdadero sopor.— suspiró ella, volviendo a beber de su whisky.

—Puedes sacar a la chica del rock, pero no al rock de la chica, ¿eh?

—Me temo que no. Estoy condenada a soportar al jodido mister Fahrenheit hasta el día que me muera.

—Y mira que es insoportable.— rió Olli.

—Tanto que no sé vivir sin él. Maldita sea la gracia.— sonrió Leena.— ¿Qué haces el domingo 23?

—Nada, que yo sepa.

—Genial. Tienes una invitación formal a mi cumpleaños. Tienes que disfrazarte de algo relacionado con el cine. Si tienes novia, te la puedes traer.

—Mmm... depende. ¿Van a haber tetas, pollas y culos al aire que la asusten?

—Todo puede ocurrir, Olli.— bromeó ella.

Pagó el whisky, se despidió de su amigo con la promesa de contárselo todo y salió del Kalevala en dirección a la parada de metro de Camden Town. La combinación de metro era un poco aparatosa hasta llegar a Earls Court, ya que tenía que hacer transbordo en Leicester Square, pero ir en transporte público era algo que no podía hacer con Freddie desde hacía ya muchos años. Así que aprovechaba cuando estaba sola para meterse en el ruidoso y viejo metro londinense y disfrutar del pleno anonimato.

En la estación de Leicester Square se topó con un cartel de la representación teatral de 'El Fantasma de la Ópera', en el National Theatre. La bonita cara de Freddie, sin barba, aparecía misteriosamente cubierta por media máscara blanca. Nunca lo había visto caracterizado de El Fantasma. Sintió un repentino deseo de ver el musical. Freddie jamás había interpretado de forma propiamente dicha, ya que lo que hacía en los videoclips era básicamente ser él mismo.

Se quedó varios minutos mirando el cartel, advirtiendo tontamente como había transcurrido el tiempo desde que se había marchado de Londres en 1991.

Freddie con Jim, Freddie con Barbara, Freddie solo. Y ella... ella buscando consuelo físico en hombres que le habían importado una mierda y huyendo de cualquier intimidad sentimental. Dedicándose a enseñar finés y escondiendo quién era tras una capa de normalidad, ahogándose poco a poco. Leyendo cada tarde frente al mar en el mismo banco del paseo marítimo en el que Joe le había confesado que jamás había ido en barco. Acostándose cada noche tras oler la camiseta de Flash de Freddie y advirtiendo que su masculino perfume se iba perdiendo poco a poco, ante la desesperación de ella.

Contempló la posibilidad de suicidarse, pero eso era algo que simplemente no iba con su carácter. Había pensado lo mismo cuando se pasaba largas noches de insomnio cavilando qué sería de ella si no lograba evitar que Freddie muriera de sida. También entonces había pensado en quitarse la vida pasado el 24 de noviembre de 1991, porque era incapaz de imaginar su vida sin él.

Pero en Barcelona había descubierto que sí se podía vivir sin Freddie. A medio gas y sin ganas, pero se sobrevivía a una ruptura y a una pérdida. Solo que era terriblemente tedioso.

Llevada por un montón de recuerdos grises, Leena se subió en el metro de la línea azul en dirección a Earls Court. ¿Podrían reconstruir todo lo que ambos habían compartido o pasada la inicial euforia por haberse reencontrado empezarían a venirse abajo los cimientos de su relación?

Freddie le había contado cómo había pasado sus cinco años de ausencia, y sabía que la culpabilidad lo perseguía, especialmente en sueños. Lo escuchaba murmurar angustiado mientras dormía, sin poder ayudarlo. ¿Sería ella suficiente para vencer aquellos demonios que parecían poblar sus noches?

Pero si ambos habían derrotado a la historia y habían sobrevivido a la pérdida de Joe, podrían enfrentarse a lo que fuera. Leena estaba convencida de ello.

Bajó en Earls Court y se dirigía a Garden Lodge cuando una chica con una caja llena de maullidos la detuvo.

—¿Son gatos eso que tienes ahí?— le preguntó a la niña, que no debía alcanzar los doce años. Esta asintió angustiada.

—Mi gata ha parido y mi padre me ha dicho que si le meto a los bebés en casa los ahogará en un barreño de agua. Le he preguntado a mucha gente si se los podía quedar pero nadie los quiere. ¿No los querría usted?

—Déjame ver.

Leena abrió la caja y se encontró con tres pequeños gatos que aún no habían abierto los ojos. Uno totalmente blanco, otro naranja y otro gris atigrado. Parecían estar muertos de hambre.

—Me los quedo si me ayudas a llevarlos a casa y a pasar por el veterinario para comprar leche materna. En mi casa viven cinco gatos ya, pero tenemos espacio para tres más. ¿Qué te parece?

—¡Que es usted un ángel!

Leena rió.

—Para que luego me llamen mujer malvada.

Solo pudo pensar en lo loco de contento que se pondría Freddie con tres pequeños bebés peludos y deseó llegar a Garden Lodge cuanto antes para verle la cara de felicidad.

Solo pudo pensar en lo loco de contento que se pondría Freddie con tres pequeños bebés peludos y deseó llegar a Garden Lodge cuanto antes para verle la cara de felicidad

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Any Way the Wind Blows [Freddie Mercury]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora