Foolin' Around

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Enero de 1979

La mudanza fue un infierno, como cualquier cosa en la que Freddie decidiera llevar las riendas.

Las cosas se hacían a su manera o no se hacían. A esas alturas de la vida Freddie Mercury ya daba por sentado que el mundo debía amoldarse a su forma de vivir, porque él desde luego no iba a cambiar.

Leena quería empaquetar ella misma sus cosas a su ritmo, pero Freddie insistía en que dejara a Paul encargarse de ello. Lo que llevaba inevitablemente a una discusión.

—¿Y para qué cojones le pago un sueldo si no es para meter en cajas tus porquerías? —se enfadaba Freddie, fuera de sí.

—¡No quiero a Paul ni remotamente cerca de mis bragas! —le gritaba Leena.

Lograron llegar a un acuerdo y ella pudo empaquetar sus pertenencias, mientras una empresa de mudanzas contratada por Paul se encargaba del traslado.

Como supo después, Freddie había hecho construir especialmente para ella la librería del estudio, así que pudo colocar todos sus libros, que no eran pocos. Le recordó que era libre de comprar cuantos libros quisiera para acabar de llenarla. Y si no, la amenazó, se los compraría él.

En el mismo estudio donde él solía tocar el piano, Fred le puso un rincón de lectura, con una antigua y preciosa butaca y una lámpara art decó.

La distribución de la planta superior también fue motivo de discusiones, hasta que Leena cedió agotada y dejó que Freddie hiciera lo que quisiera con las ocho habitaciones.

—Este dormitorio es el nuestro, luego tendremos el del final del pasillo para invitados, y el que da a la calle será... ¡el cuarto del sexo!

—¿Qué mierdas es un cuarto del sexo? —preguntó Roger.

—Una habitación para follar —respondió Leena tranquilamente.

—Vaya, no habría podido llegar a esa conclusión yo solo, gracias Leena —contestó Roger con sarcasmo. Brian y Chrissie rieron.

—¿Qué clase de pareja tiene un cuarto para follar? —inquirió Dominique.

—La clase de pareja que se trae a terceros a casa, querida. No esperarás que deje a Leena meterme en la cama a algún chuloputas de esos que le gustan a ella, ¿verdad?

Chrissie los miró como si estuvieran locos de remate.

—Por chuloputas se refiere a dobles de Jim Morrison —bromeó Leena, guiñando un ojo a la mujer de Brian.— Pero no te preocupes, Chrissie, normalmente me hacen un buen precio.

—¿Se está refiriendo a... prostitutos, Brian? —preguntó Chrissie, asustada.

—Claro que no, cariño —la calmó Brian, lanzando una mirada asesina a la pareja de pervertidos que habitaban en aquella casa—. Leena solo te está tomando el pelo.

—Además, el precio me lo hacen a mí, no a ella —soltó Fred despreocupadamente.

Roger y Dominique se empezaron a reír al unísono como hienas, mientras Brian ponía los ojos en blanco y Chrissie tapaba los oídos al pequeño Jimmy May.

—Bueno, ¿os quedáis a cenar? Prometemos comportarnos. Y Joe ha preparado comida para todos.

Joe Fanelli había sido una agradable incorporación a Garden Lodge, tras años de alimentarse en restaurantes o de comida envasada. Freddie y Leena eran un desastre cocinando, así que contratar a Joe como cocinero fue una de las mejores ideas que había tenido Fred.

Joe y él habían tenido una aventura hacía un par de años, y al acabarse habían seguido siendo buenos amigos. Era un chico tímido y dulce que adoraba pasar tiempo en la cocina creando platos deliciosos. A Leena le caía muy bien y le gustaba tenerlo alrededor.

—Nosotros tenemos que irnos —dijo Brian señalando a su hijo, que dormitaba en brazos de Chrissie.

Roger y Dominique accedieron a quedarse.

—¡Estupendo! ¿Nos desplazamos al salón, mi querida furcia depravada? —dijo Freddie, haciendo una exagerada reverencia ante Leena y ofreciéndole el brazo con aristocráticas maneras.

—¡Por supuesto, mi amado putón degenerado! —Leena se colgó del brazo de Freddie con una risita y ambos bajaron las escaleras simulando ser un par de aristócratas estirados.

Roger suspiró, mirando a los demás.

—Nadie puede negar que son tal para cual.

+++

Con la llegada de 1979, también llegaron Tom y Jerry a Garden Lodge. Joe los encontró en el jardín medio desnutridos y corrió a meterlos en casa, para gran satisfacción de Freddie.

—¡Pauuuuul! ¿Le has dado de comer a los niños? —exclamaba Freddie cada media hora.

Así que Paul se pasaba el día preparando biberones de leche para alimentar a los dos pequeños gatos atigrados.

Cuando Freddie estaba en casa insistía en dárselos él mismo. Se acurrucaba con Tom o con Jerry en el sofá y les obligaba a beber aquella carísima leche. Leena siempre dejaba de leer para observarlo mientras lo hacía.

Los pequeños enseguida se hicieron dueños del lugar, y a los tres primeros felinos de la casa no les quedó más remedio que compartir espacio con aquellos dos demonios adorables.

Tom parecía tenerle especial ojeriza a Paul Prenter, ya que cada cinco minutos se tiraba sobre sus pies y le mordía. Leena oía sus gritos desde la otra punta de la casa.

—Es como música para los oídos, ¿verdad, Romeo? —le murmuraba satisfecha Leena al gato blanco y atigrado, que siempre dormitaba encima suyo.

En cambio, Jerry adoraba a Freddie y lo perseguía por toda la casa para jugar con él. Freddie se lo comía a besos sin que el pobre gato se quejara ni huyera. Incluso lo dejaba subir al piano del estudio.

El traslado a Garden Lodge había provocado un cambio inesperado en Freddie: ya no tenía tantas ganas de salir a quemar la ciudad. La casa era un refugio inexpugnable en el distrito de Kensington, rodeada de un alto muro que lo protegía de la mirada de los incansables fans de Queen y de los paparazzi. Y Fred parecía sentirse a salvo de todo.

Pero la segunda manga del Jazz Tour estaba a punto de empezar, y en breve deberían abandonar la tranquilidad de Garden Lodge.

Paul preparó pasaportes, maletas y demás burocracia. La noche antes de volar a Hamburgo les recordó que vendría a buscarlos a primera hora de la mañana. Luego se marchó junto a Joe, y Freddie y Leena se quedaron a solas al fin.

Freddie se tumbó en el sofá y abrió la manta, invitando a Leena a unirse a él. En la tele daban una película antigua de Marilyn Monroe.

Leena se acurrucó contra él. Sabía que en parte tenía ganas de salir de gira, porque cantar y actuar alimentaba el espíritu de Freddie como ninguna otra cosa en el mundo. Pero por otro lado, intuía que no quería dejar Garden Lodge tan pronto.

—¿Puedo pedirte algo, cielo? —le preguntó Leena, observando como la luz cambiante del televisor le iluminaba el rostro.

—Puedes.

—¿Podríamos tomárnoslo con calma en lo que nos queda de gira?

—Puedo intentarlo —contestó él con ambigüedad.

Estaba claro que iban a ser cuatro meses de mucho ajetreo.

Estaba claro que iban a ser cuatro meses de mucho ajetreo

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Any Way the Wind Blows [Freddie Mercury]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora