The March Of The Black Queen

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Peter no pudo conseguir ningún vuelo hasta muy tarde, pero por la noche lograron llegar a Munich. Leena estaba histérica.

Camino del hotel, su pie repiqueteaba contra el suelo del coche. El recepcionista, al ver a aquella chica vestida toda de negro, enfundada en ajustados tejanos, botas Martens y una entallada camiseta, no quiso darle las llaves de la habitación de Freddie.

A punto de perder los nervios, Leena dijo el nombre en clave que usaba Freddie para alojarse en los hoteles y así conseguir que le entregaran las llaves.

—Melina Bulsara.

Buscó como una loca alguna pista en la habitación. Pero no había nada que indicara dónde estaba Freddie y sintió ganas de gritar.

—Voy a salir a buscarlo.

Peter intentó detenerla, pero al ver la mirada helada de sus ojos se asustó.

—Leena, por favor, no deberías salir recién operada.

—No, pero me da igual. Tú quédate aquí. Esto es cosa mía.

Conocía los peores antros de Munich, se los sabía de memoria después de años de recorrerlos en compañía de Freddie y Dominique. El principal problema es que era probable que no la dejaran entrar en algunos sitios exclusivamente gays. Su aspecto tampoco era el más amigable. Y había muchos lugares clandestinos que no se anunciaban y se mantenían en secreto. Freddie podía estar en cualquier parte.

No importaba. Aunque le llevara horas, iba a encontrarlo y a sacarlo de la mierda en la que Paul lo hubiera metido.

Durante horas, Leena recorrió bares, clubs y discotecas. Sin cortarse lo más mínimo, se metió en saunas y cuartos oscuros y peep shows, utilizando el dinero que Phoebe le había dado para sobornar a los porteros. Preguntó a decenas de personas, pero nadie parecía haber visto a Freddie Mercury.

En una de las saunas turcas, Leena reconoció a uno de los chaperos que Paul había contratado una vez para follar con Freddie. Lo acorraló hasta que este le confesó, en un macarrónico inglés, que se había encontrado con Paul hacía un par de noches y le había hablado de una mazmorra recién inaugurada en las afueras de la ciudad alemana.

La cicatriz fresca de la apendicitis estaba roja y le molestaba, pero eso no la detuvo cuando condujo traspasando todos los límites de velocidad hasta aquel lugar.

—Oye, no puedes pasar. Esto solo es para chicos.

Leena soltó una risa peligrosa. Había logrado entrar en la mazmorra, que estaba en un polígono industrial a las afueras, para comprobar que se trataba de un tugurio de BDSM donde solo podían acceder hombres. Y ahora aquel chaval que custodiaba las escaleras que bajaban a los cuartos privados del lugar pretendía impedirle el paso.

Disparó su mano contra su cuello, empotrando al jovencito contra la pared.

—No te atrevas a cruzarte en mi camino, niño. ¡Largo!

El chico se fue corriendo y ella bajó las escaleras, tenuemente iluminadas. A ambos lados del pasillo habían puertas cerradas. Los golpes y gritos le llegaban amortiguados.

Leena fue abriendo puertas sin preguntar, con los ojos frenéticos en busca de Fred. Pero no tuvo que buscar mucho.

En la tercera puerta que abrió, lo encontró.

Sus ojos parpadearon rápidamente para acostumbrarse a la luz roja que iluminaba la mazmorra sadomasoquista. Escaneó rápidamente la escena, con el horror creciendo como una tormenta rabiosa dentro de ella.

Las paredes de terciopelo rojo estaban cubiertas de objetos de tortura de lo más diversos, y en una esquina estaba Paul Prenter con los pantalones en los tobillos, masturbándose.

Any Way the Wind Blows [Freddie Mercury]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora