Perdido - Prólogo

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22 ABY


     Ruidos chispeantes y crujidos metálicos se perdían entre las paredes, el frío del metal contrastaba con el calor del aire y pequeños granos de arena movidos por el viento y la brisa caían sobre él. Gotas de sudor se deslizaban por su frente mientras recuperaba poco a poco la consciencia. Abrió sus ojos con torpeza, los parpadeos incesantes de decenas de luces lo cegaban; forzó la vista hasta lograr ver con nitidez solo para crearse más desconcierto, no recordaba mucho, una luz, un destello, un resplandor o brillo era todo cuanto quedaba en su memoria. Se incorporó lentamente, pero el bochorno del lugar le impedía pensar con claridad. Miró a su alrededor, analizó cuanto pudo en su estado y una pregunta rondó en su mente: «¿Dónde estoy?». Oyó a lo lejos un aleteo raudo, desesperado, y sintió algo de intriga. Avanzó unos pasos hasta llegar al marco de una entrada que daba lugar a un corredor largo y solitario y contempló la cavidad circular a modo de ventana, espaciosa y amplia, que se erigía frente a él. Observó a través de ella y contempló un vasto desierto rocoso con grandes cañones agujereados, pilares tallados y columnas hechas de metal y roca. Se inclinó un poco dirigiendo su vista hacia abajo y observó un par de estatuas erigidas una frente a la otra, tenían formas insectoides: dos ojos grandes y alas, como si hubieran sido creadas en honor a alguien o algo.

     Avanzó en silencio a través del pasillo; grandes y extensos tubos acompañaban su paso ligero y a duras penas lo único que lograba escuchar, además del sonido de sus borceguíes al caminar y de los aleteos fugaces, era un clamor lejano, como el aliento de la audiencia dentro de un coliseo. Barras o abucheos, los gritos se hacían más fuertes a medida que se acercaba. De un momento a otro la iluminación parda del lugar se fue aclarando, el ruido era ahora indiscutible, se trataba de un estadio o campo, y su deseo de hablar con alguien comenzó a crecer en su corazón, pero ese mismo deseo se vio interrumpido cuando un aullido, un rugir algo agudo, vino desde el extremo del corredor. Una criatura bramó con furia y luego otra, como si estuvieran peleando entre sí. El susto fue suficiente para que se quedara quieto y justo en el momento en que lo hizo, los alaridos también cesaron, pero de repente un clamor retumbó con emoción. Ajustó su larga gabardina color café junto con su cinturón y trató de mantenerse tranquilo; por alguna razón se sentía nervioso, su respiración se agitaba y el sudor regresaba una vez más; logró contener la calma y avanzó, fue entonces cuando al final del pasillo logró ver a una persona de piel oscura vestida con una larga túnica marrón y una camisa clara casi blanca, sin rastro de cabello en su cabeza y una mirada fríamente seria.

     La figura misteriosa se detuvo durante unos instantes antes de que la perdiera de vista, apresuró su paso con tal de alcanzarla y de repente escuchó una marcha fija acercándose por detrás.  Reaccionó por instinto y buscó un lugar donde ocultarse, y entonces encontró un escondrijo tras dos grandes ductos en una esquina. Asomó su vista lentamente, tragó saliva y contempló cómo unas sombras negras en la pared poco a poco se iban haciendo más grandes. Mantuvo los ojos abiertos, petrificado como una estatua sin provocar el menor indicio que pudiera delatar su presencia.
     Su asombro casi lo desborda cuando contempló una partida de robots grisáceos, droides, con una de sus extremidades superiores levantadas, dirigiéndose a paso firme hacia el lugar donde antes había visto al hombre misterioso; no comprendía nada, no entendía ni siquiera dónde estaba, pero había algo dentro de él que le advertía, que lo alertaba y preocupaba de la situación. Inesperadamente se desató un ruido estremecedor, destellos rojizos parpadeaban por todas las paredes del lugar y lo que antes era un clamor, ahora se había convertido en gritos de desesperación. 
     Salió abrumado de su escondite, avanzó desesperado por los pasillos intentado no ser descubierto por lo que sea que estuviera sucediendo a su alrededor y se preguntó: «¿qué está pasando? ¿Qué es todo esto?». Tomó algo de valor y corrió siguiendo el rastro de los droides cuando repentinamente chocó contra algo; cayó al suelo y quedó tendido, levantó la mirada en un intento de comprender contra qué se había golpeado y el pavor se le dibujó en el rostro. Delante de él, una figura insectoide completamente idéntica a la que había visto en las estatuas se estaba elevando torpemente; llevaba consigo una especie de dispositivo que daba la impresión de ser un arma y tambaleó mientras alzaba el vuelo.
     Rápidamente se puso de pie y se alejó sin quitarle los ojos de encima, el insectoide giró su cabeza dejando apreciar sus dos grandes ojos negros antes de emitir unos ruidos incomprensibles; siguió alejándose lentamente hasta que su espalda se topó con algo metálico y los nervios se le dispararon de inmediato. Estaba más nervioso que confundido, y ahora se encontraba rodeado, sin salida ni escapatoria, pero nada había terminado aún. Para mayor sorpresa suya, el droide habló y le preguntó al insectoide si acaso estaba acompañándolo, y recibió como respuesta unos chillidos que el chico no entendió. Entonces la máquina lo tomó del brazo y lo jaló llevándoselo a rastras, él intentó resistirse en vano, forcejeó y luchó, pero no sirvió. Entonces recordó que llevaba consigo una petaca llena de agua; la sacó de entre sus bolsillos, quitó la tapa y vertió el líquido en el brazo metálico causando un cortocircuito en el sistema, lo que hizo que la mano lo soltara al instante. El droide giró ofensivamente, pero fue derribado por un embiste; el chico recogió la tapa que había tirado, guardó su recipiente y salió corriendo a toda velocidad mientras la máquina se reincorporaba del suelo. 

Entre Estrellas: A Star Wars Fan History IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora