A su lado

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-Cuando regresé, lo primero que quise hacer fue verte y abrazarte. Sabía que lo único que me haría sentir mejor era escuchar tu voz, escucharte reír; quería quedarme contigo y no apartarme nunca de tu lado, pero ya no estabas ahí. Cuando regresé y no te encontré, no tenía idea de cómo seguiría adelante sin ti.





Bastaron solo unos días para que la pequeña Rin se encariñara con el joven amo, quien, sin querer confesarlo, disfrutaba de su compañía; y con el paso del tiempo, ambos se volvieron inseparables. Sesshomaru siempre fue introvertido, a pesar de tener múltiples talentos natos, socializar no era uno de ellos; incluso la abrumante sensación de estar entre la multitud le producía nauseas, pero por alguna razón, la presencia de Rin no le molestaba, al contrario, el tenerle a su lado le causaba felicidad y calma.

-Hermano, por favor juega conmigo. –Más que una petición, sonaba a un reclamo caprichoso en medio del inmenso jardín que ocupaba como patio de juegos. –Jaken es tan anciano que nunca puede atraparme. –InuYasha era el menor de la familia, medio hermano de Seshsomaru y su dolor de cabeza. Era un niño de siete años inquieto y despreocupado, pero igual de talentoso que su hermano mayor.

-¿No ves que estoy ocupado? –Le respondió de mala gana señalando el libro que leía reclinado en un árbol aprovechando su sombra, con Rin sentada a su lado, claro.

-Como quieras, tonto aburrido. Ven a jugar conmigo, Rin yo te perseguiré. –Dijo divertido haciendo un gesto feroz fingiendo tener garras y colmillos.

Si bien Rin se sentía más cómoda al lado de Sesshomaru, jugar con InuYasha también era divertido, así que se levantó y comenzó a correr por los alrededores procurando no ser alcanzada por InuYasha. Su risa amenizaba todo el lugar, dándole a las flores, los árboles y arbustos un color más vivo; escuchar reír a Rin y a InuYasha ponía contento a Sesshomaru, pero era demasiado orgulloso como para admitirlo.

De repente, las risas se detuvieron intempestivamente, dando lugar a un desafortunado llanto que de inmediato puso en alerta a Sesshomaru. Corrió al auxilio de Rin, quien, en medio del juego, había tropezado rapándose una rodilla.

-Eres una tonta. –Dijo disgustado sacando un pañuelo de su bolsillo para ponerlo sobre la herida de Rin, que, si bien era insignificante, para los niños era terrible.

-M... me duele.

-Necesita un besito para curarse. –Una vocecita llamó la atención de los tres.

Kagome, la hija mayor de la adinerada familia Higurashi había regresado de una larga estancia en el extranjero. Como amigos de los Taisho, los Higurashi mantenían grandes e importantes negocios juntos, y uno de ellos era unir a las familias emparejando a sus hijos, por lo que las visitas de la niña eran recurrentes.

-¡Kagome, volviste! –InuYasha apenas y podía contener la emoción al verla de nuevo.

La niña pareció no escucharlo, en cambio se dirigió hacia Rin colocándole una bandita que había sacado de su bolso y estampando un beso en su dedo índice y pasándolo a su rodilla.

-Mejor, ¿no?

-Eso creo. –Respondió secando sus lágrimas.

-Kagome. –La llamó InuYasha. –Creo... creo que yo también me lastimé, necesito un besito para curarme. –Se quejó frotando su mejilla con fingido dolor.

-Eres muy molesto. –Replicó. –Me llamo Kagome, tengo seis años, ¿tú cómo te llamas? –Se dirigió nuevamente a Rin.

-Me llamo Rin.

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