Feliz cumpleaños

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***ADVERTENCIA***

Este capítulo contiene narración explícita de escenas que pueden llegar a ser inapropiadas para cierto público. Seamos responsables y discretxs con la lectura. :)




-Ya basta, ¿quieres? –Llevó sus manos a su rostro para cubrir sus ojos. –Solo me recuerdas la horrible esposa que soy, las cosas feas que le he hecho a mi esposo, las tonterías que he hecho y pensado, lo mucho que...

-Lo mucho que aún me quieres. –Completó con tono audaz, acercándose a ella poco a poco. –Porque me quieres... ¿no es así?

-Claro que te quiero, pero...

-Aún estás enamorada de mí. –Declaró apartándole las manos del rostro.



Abrió los ojos de manera natural, su horario biológico lo hacía levantarse a la hora de siempre. Se incorporó en la cama y estiró sus brazos para despabilarse y terminar de despertarse, frotó sus ojos y comenzó a preguntarse por el paradero de su esposa, hasta que la vio entrar a la habitación vistiendo no más que una enorme playera que le quedaba holgada y apenas y le cubría por debajo de los glúteos, traía un pequeño pastelillo en manos con una velita encendida clavada en el betún; se veía adorable.

-Feliz cumpleaños, querido. –Cantó con voz melodiosa y delicada, llegando a sentarse a su lado extendiendo el pastel ante él. –Pida un deseo.

-Deseo que dejes de ponerte mis playeras. –Bromeó aún con voz adormilada.

-Debe ser secreto, pida otro.

-Un deseo... -Lo meditó. Lo que más deseaba era a ella y ya la tenía, lo que más quería era formar una enorme familia con ella y estaba a punto de tenerla, lo que más anhelaba era que Rin permaneciera siempre a su lado y eso... eso era lo menos probable.

Si de verdad esa velita clavada en el pastel tuviera la capacidad de cumplirle lo que sea, pediría a Rin para siempre, pediría que sus días terminara a su lado, pediría nunca separarse de su preciosa castaña.

Permanecer con Rin para siempre... ¡Dioses por favor! Él rara la vez pedía algo, rara la vez se encomendaba a los dioses, al cielo, al universo, a lo que fuera para rezar por algo. Por eso, con toda la fuerza de su corazón, sopló la vela rogando permanecer toda su vida con su amada Rin. A pesar del dolor, a pesar de las mentiras, a pesar de todo el desastre que él mismo había propiciado. Por amor al cielo, solo eso pedía.

La vida entera al lado de su amada.

-¡Bravo! –Rin celebró en voz bajita y aguda, quitó la vela y acercó más el pastel. –Ahora debe morderlo, yo le daré en la boquita. –Sesshomaru cedió de inmediato y se acercó al pastel entreabriendo la boca, pero Rin empujó el postre hacia él llenándolo hasta la nariz de betún de vainilla, uno de los pocos sabores dulces que el paladar de su esposo toleraba. –Qué inocente, mi señor, ¿no sabe que debe ser cuidadoso para morder el pastel? –Se burló pasándole una servilleta, Sesshomaru la tomó refunfuñando y, tomando el último rastro de betún que quedaba en su rostro, lo estampó en la mejilla de Rin, manchándola a ella también. –¡Hey! –Se quejó tomando más betún del resto del pastel para desquitarse.

Así ambos se enfrentaron en la cama llenándose de betún, y siendo Sesshomaru quien terminara atrapando a Rin sin que esta pudiera zafarse, se vengó llenándole de pastel toda la cara.

-Debiste saber con quién te metías, Taisho Rin. –Sesshomaru declaró triunfante, comenzando a limpiarse el rostro para luego limpiar a su esposa.

-Tengo regalos para usted. –Anunció caminando hasta el armario, sacando una cajita y entregándosela a su esposo. –No sabía qué comprarle porque, bueno, tenemos de todo, pero este lo elegí porque se parece al único que recuerdo que le gustaba de niño. –Indicó sonrojándose.

Llegar a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora