Promesa

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-Vamos, sean niñas buenas y dense prisa. –Les hablaba con dulzura mientras abotonaba hasta el cuello la blusa de su hija menor. –No quieren llegar tarde a la ceremonia de su hermano, ¿verdad?





Hay veces en las que el universo se compacta en una partícula... En una mota de polvo que pasa desapercibida. El universo se condensa en cuestión de segundos y casi nadie se da cuenta. Tal fenómeno queda a la vista de muy pocos, solo de aquellos que aman con fuerza, que aman con intensidad, que aman tan profundo que el universo no puede esconderse de ellos ni aunque se compacte en el más mísero átomo.

Y Rin podía percibirlo, podía sentir el universo compactarse en el más mísero tacto de la piel de su esposo, podía sentir que el universo la despertaba con una caricia apartando los pequeños cabellos que osaban cubrir su rostro, porque sí, el universo podía concentrarse también en la mano de su Sesshomaru tocándola con delicadeza, tocándola como una hoja seca cayendo al quieto lago, simplemente tocándola.

-Buenos días, querida. –Susurró con voz áspera logrando sacarle una sonrisa a la castaña.

-Buenos días, amor. –Musitó adormilada mientras se estiraba para comenzar a despejarse.

Sesshomaru besó su frente lentamente, sin prisa, pues sabía que nadie se llevara a su querida esposa, no había poder en la tierra que la apartara de su lado. Luego bajó a besar sus labios con un solo toque y fue bajando más y más hasta llegar al vientre en donde reposaban sus hijas, dos de sus tres grandes amores.

-Buenos días, princesas. –Y pretendió besarlas besando el vientre de su esposa.

Y aquella era la más dulce rutina jamás creada.

Sesshomaru se levantó de la cama poniéndose una delgada bata y se encaminó hasta su escritorio en la amplia habitación, habitación que hasta hace más o menos un año era solo de él, ahora compartía con su querida esposa. La misma habitación en la que Rin se la pasaba cuando eran niños mirando a su amo estudiar o haciendo la tarea junto a él si no estaban el la biblioteca o el jardín.

Regresó a la cama con una pequeña cajita de terciopelo, más o menos del tamaño de su mano y se la ofreció a Rin con una sonrisa.

-Feliz aniversario, mi querida esposa. –Con voz gélida e insípida, le brindó una tenue sonrisa a su adorada castaña.

Un año había pasado desde que se convirtieron en marido y mujer, un año lleno de más emociones de las necesarias, un año de una travesía agridulce que amenazaba con terminar hasta dentro muchos largos y amenos años. Un año desde que la obligó a casarse con él para salvarse, un año de su mentira.

Pero ya no dolía más.

-Feliz aniversario, mi honorable esposo. –Rin respondió incorporándose un poco para alcanzar a abrazarlo, con su pancita de ocho meses impidiéndoselo un poco.

-Un año ya. –Musitó cálidamente. –Un año de ser marido y mujer.

-Un año difícil. –Soltó una leve risita. –Pero es el primero de muchos, muchos, muchos. –Se regodeaba entre el abrazo de su marido sintiéndose la mujer más dichosa del mundo.

Rin no se dio cuenta de cuándo ni cómo exactamente, pero ahora sus días solo pasaban. Pasaban con ella en medio de los jardines de su amada mansión en donde había vivido su infancia, pasaban tomando el té con su padre y su suegra sin preocuparse por nada más que no fuera no tomar tanto tan rápido, pasaban con ella ordenando por enésima vez la habitación de sus bebés junto a Yue, pasaban ayudando a Kagome a preparar también una habitación para su bebé.

Llegar a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora