Nevada

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-Lo está, volveremos en cuanto despierte, avísale a su padre, por favor.

-Bien. Y cuando llegues, tú y yo tendremos una conversación.

-Sí, querida. –Suspiró.

Y Rin colgó sin despedirse.





En una de las tantas enormes habitaciones de la mansión, Rin descansaba su cabeza en el hombro de Kagome mientras la azabache le acariciaba el cabello y secaba sus lágrimas. Un enorme sofá era el refugio de Rin, Kagome y Yue, quienes no podían dejar de lagrimear y sorber su llanto, sonándose la nariz con interminables pañuelos desechables, los tres tenían el pecho acongojado y los sentimientos a flor de piel.

-Ya perdónalo, Yung Ro. –Yue les rogaba a los actores de la pantalla.

-No, la madre de Bang Han nunca la dejará en paz si se queda con él. –Sollozaba Kagome.

-Pero ella merece ser feliz. –Contradecía Rin llenándose la boca con palomitas.

Los tres habían hecho un maratón de un drama coreano desde en la mañana en la sala de cine de la mansión, encerrándose a llorar a obscuras por la trágica historia de amor entre los personajes; el día lo ameritaba, pues había comenzado a nevar desde en la mañana y no había parado hasta ahora que comenzaba a atardecer, y en un día frío nada era mejor que envolverse en una manta a ver dramas románticos.

Y el llanto de Rin aumentó aún más cuando quiso coger más palomitas de maíz y su mano no tomó ninguna. Se las había terminado todas.

-Pongan pausa, debo ir por más. –Dijo la castaña incorporándose en su lugar.

-No se levante, ama, voy yo. –Yue tomó el recipiente sin darle oportunidad a Rin de protestar. –También traeré más soda, ¿quiere algo más, ama Kagome?

-También quiero soda, por favor. –Le pidió cortésmente.

-Ya vuelvo, no la vean sin mí. –Advirtió subiendo los pequeños escaloncitos para salir de la sala. –Ay santo dios. –Se quejó un poco al salir de la sala obscura topándose con la repentina luz del día.

-¿Qué te pasa? –Sesshomaru, quien iba de paso por el pasillo, notó a Yue con los ojos y la nariz roja de tanto llorar y limpiarse sus banales moquitos.

Si Yue estaba llorando, significaba que probablemente le habría estado con Rin para que lo consolara y ella se sentiría mal por haber visto llorar a Yue, así que Rin se sentiría mal también. ¿O no? Tenía lógica.

-No es nada, mi señor, es algo tonto. –Se excusó tímidamente frotándose la cara con la manga de su suéter.

Si el amo Sesshomaru me descubre llorando por una telenovela pensará que no soy cool. Pensaba con seria preocupación.

-Debo ir por algunas cosas para mis señoras, si me disculpa. –Se reverenció y estuvo a punto de irse.

-¿Rin está ahí? –Sesshomaru preguntó sin esperar respuesta disponiéndose a adentrarse a la sala tomando la perilla para abrir la puerta, pero Yue se interpuso en su camino.

-No, no, mi señor. Los hombres hetero están prohibidos el día de hoy. En la mañana declaramos que sería un día de chicas más un Yue, así que no puede entrar.

-Esta es mi casa, no puedes decirme donde puedo y no puedo entrar. –Gruñó irritado.

-También es la casa de las señoras Rin y Kagome. –Canturreó con una dulce vocecita. –Y ellas sí pueden. –Remató victorioso.

Llegar a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora