Herencia

323 46 79
                                    

***Advertencia***

Este capítulo contiene narraciones que podrían ser inapropiadas para algunxs lectorxs. Por favor, sean responsables y discretxs con la lectura.

Ya se la saben, si no ven mi despedida del al final, recarguen el capítulo para leerlo completo. 

Disfruten. c:

Sesshomaru se levantó del sofá para posarse frente a ella, mirándola con una severidad que jamás había utilizando antes en ella, una que nunca se habría atrevido a clavar sobre esos enormes, preciosos y brillantes ojos chocolate que tanto adoraba.

-Ya te dije que no saldrás, te quedarás aquí encerrada en la casa con tu estúpido esposo. Y se acabó.

-¡Usted no puede prohibirme nada! ¿Qué le da tanto miedo? ¿Eh? ¿Lo asusta una mujer? ¿Una mujer que ni siquiera es quien usted cree? Y aunque lo fuera, usted no puede decirme con quién puedo o no puedo hablar.

-Y tú, por respeto a tu esposo, no deberías llevarte bien con la gente que le hizo daño.





Rin se estaba encargando de mover los vegetales fritos en el sartén, mientras trataba de no burlarse de la forma tan dispareja en que Sesshomaru cortaba las zanahorias; dejaba trozos enormes o trozos muy pequeños y mal cortados, pero ella misma lo había obligado a ayudarla para que aprendiera a hacerlo él mismo.

-¿Cuándo estarán listas? Tiene diez minutos con eso.

-¿Qué más da? –Refunfuñó frustrado. –Mejor ordenemos algo.

-Nada sabe tan rico como hacerlo uno mismo. Ahora dese prisa.

Patético. Pensó irritado. Yo no tengo por qué hacer este tipo de cosas.

Pero sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando sintió un leve ardor en su dedo índice, apenas perceptible; se había cortado y lucía una delgada línea de piel abierta dejando salir sangre al rojo vivo.

-¡Señor, se cortó! –Exclamó alarmada bajando la flama de la estufa y dejando de lado lo que estaba haciendo para tomar una servilleta y limpiar el dedo herido de su querido prometido. –Le dije que tuviera cuidado. –Le reprochó haciendo presión para que la sangre dejara de salir.

-Esto es insignificante, ni siquiera duele. –Decía sin alterarse.

-¿Cómo no? –Inquirió metiendo la punta herida del dedo de Sesshomaru en su boca, sobresaltando a este por el gesto. Siempre hacía eso, tomarlo desprevenido con detalles tan grotescamente hermosos que se quedaba sin qué decir. Le encantaba y quería que cosas como esa le sucedieran todos los días.

Luego de que Rin se cerciorara de que no hubiera más sangre, siguió en lo suyo con las verduras, pero Sesshomaru no iba a conformarse con solo eso, por lo que la abrazó por detrás rodeándola la cintura, apoyando su barbilla en la cabeza de su pequeña prometida, era tan bajita que incluso necesitaba inclinarse para hacer eso.

-Si me distraigo esto se quemará. –Advirtió con una sonrisa.

-No importa. –Refutó. Quería besarla, quería devorarle el cuello con su lengua, pero temía que si comenzaba con algo así ella pudiera asustarse de nuevo. Quería tocarla, pasar sus manos por todo su cuerpo, meterle a la boca algo más que su dedo herido. Pero debía contenerse.

Rin también lo quería, quería continuar con lo que dejó pendiente más temprano y que nada la detuviera, que nada pudiese interrumpir el placer que el tacto de su señor le daba. Por lo que se giró hacia él para encararlo y pararse de puntillas para acercar su rostro hacia él. Sesshomaru sabía cuál era su intención por lo que la tomó suavemente de las mejillas y posó sus labios sobre los de ella para besarla despacio, no quería cometer algo parecido a lo de más temprano y arruinarlo. Pero ella no parecía querer ir lento, porque se colgó de su cuello para pegarse a él, entrometiendo su lengua en aquel caluroso beso. Lo rodeó de la nuca con sus delgados brazos orillando a Sesshomaru a tomarla de las piernas y cargarla; al diablo si se quemaban las verduras. Rin hundió sus manos en esa blanca cabellera que le encantaba, dejando al descubierto el cuello de su Sesshomaru, lugar en el que bajó a dar repetidos besos y pequeñas succiones para acalorar más la situación; así se dio cuenta de que sus mordidas de en la mañana habían dejado marcas en el pulcro cuello de su chico. Ella sentía las manos de su prometido estrujar la piel de sus glúteos deliciosamente, le encantaba esa sensación. Él le encantaba, le gustaba mucho. No se dio cuenta desde cuándo ni cómo, tampoco sabría decir si simplemente nunca le dejó de gustar desde niños; de lo único que estaba segura era de que Sesshomaru le gustaba como para tocarlo de maneras indebidas, como para prepararle un colorido desayuno antes de irse a trabajar, como para cuidarlo cuando enfermase, como para pasar así todos los días.

Llegar a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora