Familia

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El hombre en quien más confiaba, su gran amor, su familia, el hombre al que añoró desde niños la había traicionado. Tocó su vientre, lamentándose más por sus hijos que por ella misma, preguntándose por qué la vida les había enviado gemelos cuando toda esta porquería sucedía.

-¡Maldición! –Gritó llorando, gritó, gritó y gritó queriendo desahogar todo, queriendo sacar su ira y su tristeza haciendo un desastre.



Ese vacío tan horrendo en su pecho... Le era familiar, pero parecía que hace mucho no lo sentía. Ese miedo, lo conocía muy bien, pero creyó que no la atormentaría de nuevo. Y esa calidez, esa sensación de protección que Hakudoshi le daba con ese abrazo... antes pudo sentirla tan familiar, como parte de ella, y ahora parecía que la estaba conociendo por primera vez, como si nunca antes hubiera estado en su vida.

Y el temor... tenía tanto miedo. Sentía que las paredes se le vendrían encima, sentía que podría ponerse obscuro en cualquier momento al igual que en la alacena, sintió que las piernas se le entumecerían por estar tan retraída en un solo lugar. Tocó su vientre, quería sentirlo, quería sentir a su bebé; pero no era un bebé aún, aún era solo un montón de células haciéndose más grande a cada segundo que ni siquiera sentía o sabía qué demonios estaba pasando y, de cierto modo, se sintió agradecida, así su hijo no tendría miedo igual que ella.

-Hakudoshi... –Susurró desde su pecho.

-Dime. –Su voz... era tan reconfortante para Rin.

-¿Cómo ha estado Kanna? –Preguntó para, de cierto modo, distraerse.

-Ella está bien, muy ocupada en su nueva escuela, le gusta mucho aquí. Siempre me pregunta por ti.

-¿Y tu mamá cómo sigue?

-Mucho mejor ahora que está aquí, aunque la ciudad le parece muy ajetreada, le gusta poder ir a la playa seguido, incluso tenemos una pequeña casita ahí, deberías ir algún día a un día de campo con nosotros.

-¿Y su sopa de miso sigue siendo igual de deliciosa?

-Sigue siendo muy rica. –Rio con paciencia, acariciando el cabello de la dulce y temblorosa castaña.

-Hakudoshi...

-Dime.

-Tú... ¿aún me amas? –Su miedo la hacía delirar, la hacía preguntar cosas que no quería preguntar en realidad, pero debía hacer de todo, debía recurrir a todo para no pensar que estaba encerrada sin poder salir. Y el albino se crispó, su corazón latió con más fuerza de la que ya lo hacía por volver a tener a Rin entre sus brazos. Se vio acorralado, sí, se sintió torturado, pero... después de todo él se lo había confesado la otra vez.

-Sí, Rin. –Respondió con dulzura. –Aún te amo. Y creo... que te amaré siempre.

-¿Por qué?... ¿Por qué no puedes dejarme ir? –Y... ¿y por qué ella tampoco podía?

-No lo sé. No sé por qué no puedo dejar de aferrarme a nuestro pasado, no sé porqué extraño tanto tu risa, tu voz, tus besos, tu cuerpo, extraño dormir contigo, hacerte el amor, ir a cenar a la casa de mamá, prepararte el desayuno; extraño que seas parte de mi rutina, extraño vivir contigo, extraño nuestras citas de pobres en las que buscábamos ofertas, extraño que me celes infantilmente, extraño todo de ti. Y no sé por qué... Dime tú, ayúdame a entender. ¿Cómo fue que tú me dejaste ir? Quizás así pueda hacerlo yo también.

-Yo... tampoco lo sé. No sé si ya te dejé ir. Todo fue tan apresurado... Yo realmente estaba enamorada de ti, pero... Encontrarme con el señor Sesshomaru... sé que era mi destino estar con él, pero me aparté de ti de golpe, no sé si ya te dejé ir en realidad. Sé que ahora amo a mi esposo, pero tu recuerdo aún duele.

Llegar a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora