Corbata

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-Confíe en mí. –Dijo brindándole una cálida sonrisa.

Confiar en ella... La última vez que confió en una mujer ella solo... lo traicionó, pero... La mujer en la que ahora ponía su confianza era Rin, la mujer más buena, amable y sincera que conocía era en quien depositaría su confianza, así que tal vez, no había de qué preocuparse.

-Confío en ti. –Declaró finalmente metiéndose a la boca otro bocado de arroz. –Y... también hay algo que debo decirte.




Sus ojos se abrieron de manera natural dejando ver esas preciosas orbes doradas, estiró sus brazos para ayudarse a despertar y de inmediato giró a ver a la mujer que su lado, quien le daba la espalda y estaba cubierta de pies a cabeza por la sábana blanca.

Sonrió en sus adentros, el hecho de estar casado con esa encantadora chica lo hacía sentir orgulloso... Aunque... el cuerpo de Rin... lucía un poco diferente. Posó su mano en su estrecha cintura y acarició su contorno hasta llegar a sus glúteos. Tocarla era precioso. Pero se sentía distinto a lo normal. Se pegó a ella para abrazarla y atreverse a inmiscuir su rostro entre los castaños cabellos de la muchacha, que, más que cafés, parecían un poco más oscuros, incluso negros; además su aroma... ¿Qué estaba pasando?

-¿Rin? –La llamó inquieto. La mujer se removió entre las cobijas despertándose y giró para darle la cara. En cuanto lo hizo, Sesshomaru se tensó un tanto despavorido.

-Buenos días, iluso.

-Ka...Kagura. –Susurró agriamente.

Se incorporó de un solo salto, su corazón amenazaba con salir de su pecho y su respiración era un agitado galope.

Un sueño... Una pesadilla. Se consoló. Maldición.

De inmediato giró su cabeza para comprobar si había regresado a la realidad, encontrando a Rin aun dormida, con los mechones de su rebelde cabello todos revueltos, con un brazo extendido hacia él y el otro sobre su frente, con la boca un tanto abierta y con la parte superior del cuerpo descubierta, aún seguía sin nada de ropa, al igual que él.

Con cuidado de no despertarla se acomodó para recostar su cabeza en el brazo que Rin tenía hacia él y la abrazó de la cintura. El sentimiento de no ser su cuerpo el que tocaba en ese extraño sueño era devastador, necesitaba impregnarse con el tacto del cuerpo de su mujer. Pero al sentir su frío roce, Rin despertó de a poco y al ver cómo Sesshomaru se prendía de ella, sonrió, giró hacia él para abrazarlo. Se quedaron así un rato, en silencio, conscientes de que ambos estaban despiertos. Rin acariciaba los blancos cabellos de su esposo y estaba a punto de caer dormida de nuevo, hasta que sintió el rostro de Sesshomaru acercarse al de ella. Abrió los ojos, topándose con su bella mirada ambarina, le sonrió de ensueño; a quien miraba ahora era a su esposo. No a su amo, no a su jefe, no al recuerdo del adolescente de quien se enamoró hace diez años; quien estaba frente a ella, abrazándola, desnudo bajo las cobijas, era su esposo.

-Buenos días, esposo. –Lo saludó con voz suave. Sesshomaru no respondió con palabras, sino estampando un rápido beso en la pálida mejilla de la chica. –Mira esto. –Decía entrelazando su mano con la de él, específicamente, las manos que lucían sus anillos de bodas. –Ahora somos esposos.

-Lo somos. –Confirmó sintiendo un tibio cosquilleo en el pecho.

-Le haré algo de desayunar a mi querido esposo. ¿Qué quieres comer, esposo?

-No cocines, saldremos. –Decretó. –Cuando nos comprometimos objetaste que nunca habíamos tenido una cita, yo te dije que en cuanto nos casáramos podríamos tener una, así que lo cumpliré.

Llegar a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora