Despedida

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-No dejaré que nadie más te haga daño. –Exclamó dolido. –No volverás a sufrir, no volverás a pasar por nada que te cause dolor. Te lo juro. Yo... yo te cuidaré para siempre, te protegeré de todo, antes muerto a que sufras otra vez.



Rin había solicitado el día libre para poder ayudar a su esposo a hacer su equipaje y acompañarlo al aeropuerto, pues sabía lo incompetente que su marido era para las tareas domésticas y no tendría idea de qué empacar; pero ella misma se encargaría de obligarlo a aprender a ser un adulto funcional. Junto a las sirvientas prepararon lo necesario para una semana y cuando estuvieron listos, fueron llevados por Yue, un nuevo chofer en la mansión. Un chico de apenas veinte años, hijo de uno de los jardineros de la mansión que regresó a Japón a estudiar la universidad abierta, haciendo trabajos ocasionales para los Taisho para poder vivir con su padre; alto y de facciones suaves, con un cabello grisáceo obscuro y ojos café claro.

En todo el camino Rin se mantuvo apretando los labios, pues la idea de aparatarse de su esposo luego de solo algunos días de casados no le parecía agradable. Se arrepentía inmensamente por haber propuesto algo tan precipitado; pero de todos modos, esperaba que le fuera bien, pues sabía que desde niños, Sesshomaru detestaba estar rodeado de gente.

El matrimonio llegó antes de la hora acordada, pues se encontrarían con el secretario Hoshi algunos minutos antes de que partiera su vuelo.

Rin y Sesshomaru caminaban tomados de la mano, Yue iba detrás cargado con facilidad las maletas del amo. Las pisadas presurosas de la gente y las neutras voces anunciando los vuelos inundaban de ruido el lugar, pero también se percibían un montón de aromas exquisitos emergentes de los restaurantes de comida rápida que no cesaban de preparar comida.

-Vayamos por un pan al vapor. –Propuso Rin. Sin decir nada, Sesshomaru caminó junto a ella para comprarle una bolsa llena de panes. –Quiero pockis. –Dijo de nuevo haciendo que Sesshomaru la tomara de la mano encaminándose a una tienda llena de dulces y regalos para salir de ahí con pockis de diez sabores diferentes.

Con Rin atiborrándose de pan y de galletitas solo quedaba esperar a que Miroku llegara. Pero en medio de eso, la chica percibió un apetitoso sabor a pollo.

-Quiero pollo frito. –Declaró enérgica. Sesshomaru suspiró preguntándose cómo era que le cabía tanta comida a esa pequeña chica, pero sin replicar nada más, fueron juntos a por una cubeta entera de pollo frito, refresco y puré de papas.

Sesshomaru solo miraba complacido cómo su esposa daba saltitos en su lugar mientras comía todo lo que le había comprado.

La verdad era que Rin no tenía mucho antojo de pollo, pero lo que quería era hacer tiempo y hacer un montón de cosas con Sesshomaru antes de que se fuera.

-¿Seguro que no quiere? –Le insistió para que probara algo de lo que había comprado. Sesshomaru asintió. –Entonces tendré que terminarlo yo misma. –Luego miró a su alrededor. –¡Oh! Querido, vamos ahí. –Propuso emocionada señalando una máquina de sacar peluches con una garra.

-Si seguimos así nos dejarás en la ruina. –Dijo a modo de broma, pero no estaba tan alejado de la verdad.

-No se preocupe, yo invito. Al fin de cuentas debe de haber un montón de dinero a mi nombre que no necesito aquí. –Declaró triunfante mostrando una elegante tarjeta de débito color negro con números y letras doradas. –Los abogados de su madre me la dieron, dijeron que puedo usarla solo para mis caprichos, pero no tengo muchos que digamos. Me dieron otras de más colores para cada coa, pero esta me es suficiente para todo.

Sesshomaru tensó su mandíbula. Lo había olvidado por completo, de repente se olvidó de eso cuando sus sentimientos por Rin se volvieron reales, el dinero que Rin arrastraba sin siquiera darle importancia...

Llegar a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora