Llegar a ti

Poco a poco

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-No importa, lo hiciste... Llegaste a mí.

-Llegué a ti...

No había un igual a la paz que podían transmitirse entre ellos mutuamente, el solo estar uno al lado de otro les daba fuerza y calma a la vez, podían incluso apaciguar sus respiraciones y el llanto que no había dejado de brotar en Rin y que ahora solo eran lágrimas silenciosas que se confundían con el agua de la regadera en la que se encontraba con su esposo.

Luego de desnudarse nuevamente habían decidido desnudar también su alma y ya no ocultar nada más, habían acordado hablar con la verdad una vez se relajaran y aclararan sus mentes. Por eso, en silencio y con suma delicadeza, Sesshomaru frotaba el cuerpo de su esposa con una esponja impregnada de jabón con aroma a rosas... Rosas, cuando ella siempre había olido a nardos.

No hablaban, no era necesario el uso de palabras por el momento, lo único que hacían era disfrutar de su tacto y su compañía, porque nunca volverían a carecer de ello, desde ese momento ya no habría fuerza humana que lograra separarlos otra vez.

-Cierra los ojos. –Sesshomaru habló con voz suave cuando comenzó a lavar el cabello de su esposa luego de que ella lavara el de él.

Con mucho cuidado, Sesshomaru cuidó de ella mientras pensaba en el modo de confesarle todo y revelarle la verdad sobre Hakudoshi, quien ahora decía llamarse Shiro... Ese maldito... Ya ansiaba su regreso para poder matarlo a golpes.

Una vez terminaron de asearse, sin necesidad de vestirse nuevamente secaron sus cuerpos y volvieron a la habitación que seguía revuelta con el desastre de la noche anterior.

Sesshomaru hizo a un lado las cobijas, pues no necesitaban cubrirse, se sentó en la cama y extendió los brazos hacia Rin para indicarle se sentara en su regazo, ella así lo hizo. Cuando Sesshomaru la abrazó por la cintura, acercó su rostro al fino hombro de su esposa, en donde aspiró ese aroma a su suave piel y dejó un beso silencioso.

-Rin. –Susurró. –Mi Rin.

- Rin... Ese es mi nombre. –Musitó aún con tristeza. –Me gusta mucho. Rin...

-Eres mi Rin. –Dijo después de volver a besarla. –No sabes cuanto te extrañé, mi amor... Las noches que pasé en vela llorándote, los días en que no sabía si estaba vivo o había muerto por dentro. No hubo un solo día en que no pensara en ti, mi amor.

-Lo siento... De haber sabido que estabas sufriendo tanto, yo habría...

-No había nada que pudieras hacer. –La tranquilizó. –No fue tu culpa desaparecer, alguien te apartó de mi lado.

-¿Quién?

-Poco a poco, mi amor... Hay que ir despacio.

-Hay algo que quiero mostrarle. –Recordó bajando de las piernas de Sesshomaru para rodear la cama y mover ligeramente la mesita de noche, se agachó hasta alcanzar las patas del mueble y sacó algo de lo que parecía ser un rebuscado escondite.

Sesshomaru la siguió mirándola con atención, confundido ante el repentino actuar de la mujer.

-Recuéstate conmigo, esposo. –Habló con dulzura.