Tinta roja

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-Ella se fue, amo.

-¿Qué?

-Se ha ido, señor, ella no regresará.

Un hueco se formó de golpe en su pecho, el vacío parecía tragárselo en sí mismo. Había esperado tanto verla de nuevo, y ahora le decían que ya no estaba más.






El sol de verano cubría toda la mansión Taisho, el clima perfecto para un pacífico día en la gran piscina en el jardín que los herederos podían disfrutar. Eso si no lo convertían en una competencia como lo hacían con casi todo, cosa que acababa de suceder.

-Señor Sesshomaru, señor InuYasha, salgan del agua, su madre me pidió traerles esto. –Rin les pidió con amabilidad, colocando una charola en la mesita junto a las palapas.

Los adolescentes hicieron caso omiso, estaban tan inmersos en competir por ver quién llegaba primero al otro lado de la alberca. Mientras que Rin permanecía esperando, animando en el fondo al joven Sesshomaru y a quien, a pesar de estar bajo el agua, ella distinguía a la perfección.

El agua salpicó por doquier cuando InuYasha salió fúrico una vez que su hermano mayor ganó, caminó conteniendo una rabieta y fue a por la bebida que Rin les había llevado a ambos.

-¿Acaso sigues sin saber perder, hermano? –Se jactó Sesshomaru desde la meta.

-¡Khe! Te di ventaja, torpe. –Gruñó tomando el vaso de limonada que Rin les había llevado. –Lo viste, ¿verdad, Rin?

-Eh... Creo que no alcancé a ver. –Respondió nerviosa pasándole una toalla. En realidad, no quería admitir que estaba contenta con la victoria del amo Sesshomaru.

-Vamos, Rin, dile que perdió limpiamente. –Habló Sesshomaru saliendo de la piscina, dejando que el agua escurriera sobre su cuerpo y pasando sus manos por sus cabellos húmedos.

De repente, Rin sintió como una fugaz descarga recorría su cuerpo en cuanto vio la piel mojada de aquel joven; su mandíbula pareció contraerse un poco en cuanto lo vio acercarse a ella. Un calor tremendo abordó sus mejillas en cuanto le ofreció una toalla y este la tomó agradeciendo con una sonrisa apenas perceptible. ¿Qué era todo eso? El amo InuYasha estaba exactamente en las mismas condiciones y no había sufrido ese repentino bochorno al verlo.

-Eh... estaré cerca por si me necesitan. –Dijo nerviosa.

Pero antes de poder irse, InuYasha sacudió sus largos y negros cabellos, justo como lo haría un cachorro para secarse el agua, empapando todo a su paso, incluida Rin.

-¿Pero qué haces, idiota? –Lo reprendió su hermano.

-Me seco el cabello, deberías intentar hacer lo mismo, es muy efectivo.

-Hablo de que mojaste todo, incluso a Rin. –Se quejó acercándose a la chica. –Mira esto. –Él mismo se quitó la toalla con la que se supone se secaría él, y la pasó delicadamente por el rostro de la jovencita que, para ese entonces, ya tenía la cara más roja que los tulipanes que se lucían cerca de la piscina.

-Perdona, Rin. –Se disculpó el Taisho menor tomando asiento en una de las palapas.

-Creo que es mejor que entres a cambiar tu ropa. –Su voz tan grave y tan cerca de ella la ponían aún más nerviosa.

-S...sí, eso creo.

-Vamos, te acompañaré.

-¡No es necesario! Puedo hacerlo sola, amo.

Llegar a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora