Sopa fría

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-Es mi esposo. –Dedujo aterrada cubriendo su cuerpo con las sábanas. –Debe... Debe irse. –Balbuceó sintiendo su cuerpo temblar de repente. –Debe irse, por favor, tengo que explicarle que...

-No. –La interrumpió gélidamente.








Apenas dio la hora, Sesshomaru apagó su computadora, se levantó de su escritorio, se acomodó su saco y se encaminó hacia la salida de su oficina, no sin antes inhalar y exhalar profundamente. Aclaró sus ideas y reinició su caminar.

Anduvo con paso firme por los pasillos de la empresa, haciendo que sus subordinados agacharan la cabeza a su paso, pues chocar miradas con el presidente no era muy agradable, no desde hace seis años.

Ese mismo día se pasó pensando sin descanso en lo que le había dicho Yue por la mañana. Que siendo su hijo mayor intentaba cuidar de él, que sus hijos necesitaban ser ellos quien lo consolaran, que todos se habían estado haciendo los fuertes.

Era verdad, y le daba tanto miedo enfrentarlo, pero si también era cierto que habían esperado años para hablar... Entonces no podía hacerlos esperar más.

Llegó al estacionamiento subterráneo de la empresa, buscó el auto en que había llegado con Yue y abrió la puerta de éste, meditándolo muy bien antes de sentarse frente al volante, pero luego de una gran bocanada de aire y cerrando los ojos con fuerza, solo subió al auto. Abrió los ojos poco a poco y sujetó el volante con manos trémulas, y cuando tuvo completa visión tras el parabrisas, soltó el aire en un resoplido. Se sentía extraño.

Por lo general evitaba conducir, no le gustaba la sensación de estar tras el volante, le recordaba ese horrible accidente el Corea, le recordaba que él había sido el culpable de que se llevaran a su esposa, el culpable de todo.

No le gustaba conducir.

Pero si iba a comenzar a arreglar su situación, debía empezar por lograr conducir él mismo por más de veinte minutos.

Luego de otro pesado suspiro encendió el auto y, muy despacio, salió del estacionamiento con dirección a la calle, para conducir con el máximo cuidado hasta la entrada de la escuela de sus hijas.








Towa y Setsuna salían juntas de su última clase, cargando sus mochilas y portando el uniforme color azul marino que no había cambiado con los años, el mismo que en su tiempo habían usado su padre y su madre. Se detuvieron en el salón de al lado y esperaron a que salieran todos los alumnos, porque sabían que su prima siempre se quedaba al último.

-Te lo dije desde el principio, no hay reembolsos ni devoluciones. –Alegaba Moroha saliendo junto a una muchacha. –Lamento si el chico que te gusta resultó tener novio, pero yo hice el trabajo, no lo puedo deshacer.

-Puedes usar el regalo para otra persona. –Insistía su compañera. –Pero por favor devuélveme el dinero.

-Ya te lo dije. –Remarcó la pelinegra. –Negocios son negocios.

-Andando. –Setsuna llamó a su prima de manera autoritaria.

Moroha sonrió al escuchar a la castaña y se apresuró a caminar a su lado.

Llegar a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora