Eso... Eso era... Los odiaba a todos. A Rin, a Sesshomaru, a Hakudoshi, a todos los Taisho, odiaba a todo el mundo.
-Ni se te ocurra ponerle una mano encima a Rin. –Amenazó levantándose se de su asiento, apoyando sus manos firmemente en el fino escritorio de madera y cristal. –Si te atreves a hacerle algo... Te haré pagar, ¿entiendes?
Sesshomaru llegó a su casa lamentando haberse entreyenido tanto con Sara, sintiéndose horriblemente mal por haber cedido, pues no imaginó que traería consecuencias tan graves. Al menos, según la foto que Rin le había enviado hace un buen rato, algo bueno lo esperaba en la cama. Solo esperaba que su cabello ya se hubiera secado por completo.
Abrió la puerta, se sacó los zapatos y el abrigo en el genkan, colgó su portafolios y notó algo peculiar... El abrigo de su mujer no estaba, ¿lo habría puesto a lavar? Cosa que le recordó quitarse no solo su abrigo, sino también el saco de su traje pues, aquel día otra vez llegaba oliendo a jazmines.
Tratando de esconder su culpa, caminó a la sala, encontrando un enorme desastre. Platos rotos, comida regada por doquier, un charco de vino y vidrios, rosas destrozadas y velas gastadas.
Jaló aire para reponerse del shock, sus pupilas se contrajeron dentro sus bellos iris de oro y su corazón dio un arranque de taquicardia.
-Rin. –Fue lo único que pudo susurrar, su nombre cortito, bonito, sonoro, melódico.
Corrió a la cocina, pero no encontró más que algunos postres en la barra. Corrió a su habitación, pero también estaba vacía, no había más que pétalos rojos y una caja con listones negros y rojos. Maldijo en sus adentros pensando lo peor y corrió al cuarto de los bebés en el piso de arriba, pero solo estaban los muebles y juguetes que ya habían conseguido antes; abrió cada puerta de cada habitación, incluyendo los baños y los cuartos vacíos, pero no había nada.
-No. –Musitó con miedo, con un enorme pavor que comenzaba a quemarle desde el estómago hasta sus ideas. ¿Dónde estaba ella? Ella... había desaparecido otra vez. –No, no, no. –Masculló reprendiéndose a sí mismo.
Si Rin se había ido era su culpa, por haberle llegado a gritar alguna vez, por hablarle horriblemente cuando se molestaba, por no darle su lugar adecuadamente desde el principio, por haber dejado que el aroma de otra mujer inundara sus trajes, por sus celos, por su posesividad... Todo era su culpa. O será... ¿Qué alguien había venido por ella? Debía ser... la cocina estaba hecha un desastre, ella no se iría así nada más, no con sus hijos, no en su cumpleaños, no si antes de eso había sido una buena mañana. O al menos que... se haya enterado de lo que pasó con Sara. ¡No! Era imposible.
-¡Rin! –Su voz pareció hacer eco en su casa vacía, tan vacía sin la presencia de su mujer.
Con las manos trémulas tomó el teléfono entre sus manos y la llamó, contando los eternos segundos para que le respondiera, pero no obtuvo respuesta. Llamó de nuevo, pero nada, su teléfono solo sonaba y nadie atendía. Llamó incontables veces, desesperado, rogándole a los dioses por escuchar la dulce voz de su niña, pero era inútil.
Desesperado tomó las llaves del auto y se puso el abrigo, le echó un último vistazo a su desolado hogar y corrió a encender el auto partiendo de ahí lo más rápido posible. Recorrió las calles prestando toda la atención que su acelerada mente le permitía, pasaba constantes nudos que se le formaban en la garganta, secó un par de veces el pesado y frío sudor que corría por su frente y, como muy pocas veces lo acostumbraba, comenzó a rezar, a quien sea, a quien fuera, solo rezaba por llegar a su Rin lo antes posible.
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Llegar a ti
Fanfiction¿Cuántas veces tienes que ser golpeado en la cara por el amor para saber que estas frente a tu destino? Al parecer, a Sesshomaru Taisho todavía no le queda claro. Rin y Sesshomaru se conocen desde la infancia, al crecer juntos, cuando son adolescent...