Capítulo 10:6 - Frasco roto

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—¿Qué es lo que te ocurrió?

Arthyr se encuentra acostado en el verde pasto del prado y su cabeza está recostada sobre las piernas de Dalila, quien no parece haber cambiado mucho desde su ejecución. En efecto, esa es simplemente su alma, que ha vivido en el interior del pelinegro.

En el inicio ella le profesaba un gran odio por el hecho de haberla vuelto su prisionera, pero con el tiempo empezó a entenderlo y él no dejaba de visitarla para intentar arreglar los malos entendidos, tras un tiempo la peliazul simplemente comprendió que por mucho que intentara dejarlo por el suelo era imposible, pues él claramente era inmortal.

Ahora hablan cada que tienen la oportunidad, e incluso tienen compañía. —¿Desean azúcar para el café? —. Pregunta Adlaremms mientras sostiene en sus manos una bandeja con tazas, ante lo cual el azabache se desacomoda de su posición, observa por un instante a la chica y luego vuelve a acomodarse, dando a entender que definitivamente no quiere hacer nada.

—No puedes estar ocultándote toda la vida, debes salir a encarar la situación que se ha formado, después de todo eres el principal involucrado —, dice Dalila mientras le acaricia el cabello, mientras que él simplemente permanece en silencio.

—¿Es acaso otra cicatriz del pasado? —. Adlaremms pega en el clavo al notarse cómo se exalta levemente el chico, por lo que la guía se sienta a su lado y le acaricia también la cabeza. —Sabes que conmigo puedes contar para cualquier cosa, no es necesario que te reprimas en este tipo de situaciones, he estado también en montones de problemas y aun así logré librarme de ellos.

Él la mira por un momento y después se incorpora, teniendo una expresión algo agria. Mira a su lado un instante y toma la corona que le puso la albina sobre la cabeza, olvido quitársela antes de huir. —A veces me sorprende lo engañado que he vivido, creía que esas viejas heridas ya se habrían desvanecido, pero supongo que un rechazado de adolescente puede marcarte por el hecho de no tener ninguna experiencia en el amor.

...

Recuerdo perfectamente aquel diciembre, yo tenía solo 22 años y me gustaba mucho una chica rubia, su nombre era Deysi. La admiraba a la distancia, pues en aquel entonces solo era un pobre tímido incapaz de afrontarla, por lo que guardé para mí lo que sentía.

Pero, ese día, el día de nuestra graduación de la universidad, me llené de valor y me declaré frente a todos nuestros compañeros. Fue ridículo, lo más ridículo que puede llegar a hacer en toda mi vida, creí que sería un gran paso para mí, pues hacía relativamente poco había dejado de asistir al psicólogo por mis problemas de adicción.

Un ramo de rosas rojas, con una caja de chocolates caros, eso me acompañaba aquel día en que estaba elegante con un smoking. Ella llevaba sus piernas lustrosas al aire, con ese vestido azul precioso, y ese peinado que hacía resaltar su belleza.

—Me gustas mucho Deysi, y... me sentiría muy feliz de que pudiéramos salir juntos —, la chica permaneció unos segundos en silencio, en los cuales yo me mantuve con la rodilla al suelo cual caballero de armadura brillante y sin ninguna piedad recibí una estocada profunda.

—Lo siento mucho William, pero tú no me gustas...

Sentí cómo mis esperanzas desaparecían ante esas palabras, que las pronunció sin un ápice de pesar o culpa, solo las dijo como si no significaran nada para ella. Y eso es lo que más me dolió, su total indiferencia hacia mí, días antes la invité a comer helado, ella aceptó y salimos como simples amigos.

Hubo risas y momentos cálidos, pero parece que no significaron nada, yo estaba muy confundido con toda esa situación. Vis ojos nublados por las lágrimas apenas apreciaron cómo daba la media vuelta para retirarse, y con una voz rasgada grité...

—¡Acaso no soy guapo! ¡Dime Deysi! ¡¿No soy lo suficientemente atractivo?!

Un último taconazo de su parte sonó, dio media vuelta hacia mí y sin ningún tapujo lo dijo frente a todos...

—No es que seas feo, es solo que ya me gusta alguien más...

Sentimientos no correspondidos, ese día los conocí y quise hundirme en mi propia miseria... Desaparecí una semana entera, en la cual estuvieron haciendo campañas para encontrarme, pero no aparecí por más que me buscaron, pues de verdad no quería que me encontraran en las deplorables condiciones en que me encontraba.

Recaído nuevamente, en las drogas y el alcohol, una semana entera estuve por fuera del foco de todos; bebiendo aguardiente, cerveza y ron; esnifando coca, quemando porros de marihuana e inyectándome heroína hasta perder la cabeza.

Ese día me hice las cicatrices de mis manos, me corté con los vidrios de una botella que rompí por lo mal que me sentía. Ninguna fue demasiado profunda como para llevarme a la muerte, empero, era más que suficientes para que mi dolor físico opacara el dolor interno que provoca el desamor.

Las gotas de sangre que se derramaron esa noche, representaron para mí el amor que sentí por ella...

La policía me encontró y me llevó al hospital, donde permanecí aproximadamente una semana como rehabilitación. Esta vez no había sido mi hermana la que me salvó, sino esos dos policías con carácter duro que no se dejaba mangonear de un niñato como yo.

Porque realmente intenté darles pelea y solo terminé golpeado con la tonfa antes de ser trasladado en la patrulla. En aquel momento los odiaba demasiado, pues realmente me dolió el golpe que me dieron y me retorcí de la ira en la cabina de atrás cuando estaba esposado.

Las drogas te dejan ciego en muchos sentidos a veces, tenía pánico por lo que me pudiera pasar, era un universitario y ya había participado en un par de protestas donde arrojé rocas a los policías antidisturbios.

Por poco me había perdido, prácticamente eché por la borda todos los tratamientos que ya había recibido, y si una situación tan rutinaria como un rechazo me llevaba a tal punto de quiebre, no estaba preparado para la vida, así que en cuanto uno de esos policías pasó a observarme le hice una pregunta...

—¿Qué debería para dejar de ser tan débil?

Él me miró por un instante, se rio y se acercó a mí. —Si quieres dejar de ser un maricón que llora por todo, inscríbete en el servicio militar, ahí notarás una enorme diferencia en tu carácter, no te arrepentirás... aunque, hay que estar un poco loco para ir voluntariamente.

ROMUGUVI [Vol. 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora