Capítulo 7:8 -El Diablo anda suelto

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Bang... Bang... Bang...

Los disparos resuenan en esta noche de luna nueva, donde las estrellas protagonizan el firmamento, las balas recorren su trayecto y se inmiscuyen en las entrañas de mis objetivos. Uno a uno caen, como si fueran moscas, mientras intentan huir de mi pistola; no puedo evitar reírme de ellos, pues corren y corren, en tanto que yo les hago pases directos a la otra vida.

—¡Saluden al Color de mi parte!

El callejón es ahora un escenario sanguinolento, donde solo queda un hombre con vida, está arrinconado a la pared y se está cubriendo la cabeza con desesperación. —¡No me mates por favor! ¡Te pagaré lo que sea que te hayan pagado! ¡Lo duplicaré, no, lo triplicaré! —. Está tan desesperado que incluso recurre a diálogos de película, pero yo no soy un protagonista, ni me interesa serlo.

Mi cordura empezó a fragmentarse desde el momento en que vi a mi hermana en esa sala de urgencias, creí que me calmaría viendo a las mujeres con que formé una conexión a través de mis hijos, Catalina ya era profesional y pudo continuar con su vida sin ningún problema. No obstante, Sofía dejó de progresar y ahora su vida es una mierda, realmente no sé lo que podría hacer en este momento, pues no temo a la muerte y la ira me consume.

—¿¡Dónde está tu jefe!?

Le grito con demasiada fuerza al último vándalo, mientras que le apunto entre las cejas con la pistola que sujeto. —¡Él... Él...! —. No sé si está gagueando realmente o si me está tomando del pelo. Sin embargo, su mirada se baña en el alivio cuando se escuchan las sirenas de una patrulla de policía, incluso una sonrisa se le escapa sin querer.

Maldito hipócrita, cuántas veces huyó de la policía debido a los delitos que cometió, y ahora se siente aliviado de que hayan llegado para salvar su asqueroso culo de fletero. —¿De qué te ríes cerdo?

—Llegó la policía, no podrás torturarme ni nada parecido porque te descubrirán, así que más vale que me mates ahora.

—¿Crees el Diablo le teme a la policía?

Ante mi afirmación él se quedó callado por unos instantes estupefacto ante mis palabras, es entonces cuando un policía se asoma por la esquina del callejón y me ilumina la espalda con su linterna. Primero me ve a mí y después observa todos los cadáveres que hay en el suelo, así que haciendo uso de sus nervios de acero grita esa frase que esperaba.

—¡Alto! ¡Policía Nacional! ¡Arroje su arma! —. Sé que me está apuntando con su pistola, que es exactamente del mismo tipo que yo sostengo, después de todo es un modelo estándar para la policía en este país.

A pesar de su grito, no suelto el arma y simplemente volteo la mirada lentamente hacia él, sonriéndole con una locura cuyo origen desconozco yo mismo. —¡Arroje su arma he dicho! ¡Hágalo o tendré que disparar!

—Usted es un policía muy complaciente, si fuera otro ya habría disparado con el pretexto de que corría riesgo su vida —, con gran fuerza pongo mi pie sobre el pecho del asaltante y lo hago gritar de dolor, mientras que giro mi torso lentamente para encarar directamente al servidor público.

Su acción inmediata es abrir fuego, proporcionándome dos impactos en el pecho. Observo las heridas a través del uniforme, los agujeros humean al igual que la boca de fuego en la pistola que él sostiene. Tanto el ladrón como el policía se quedan en shock ante mi estoicismo con las heridas, debería estar en el suelo agonizando o muerto, empero, ese no es mi caso.

—Esta noche, el Diablo anda suelo y se llevará algunas almas que se lo merecen —, tras tales palabras sonrío ampliamente mientras mi cuerpo entero empieza a exudar vapor caliente, mis dientes empiezan a volverse afilados y mi piel se oscurece radicalmente, el cabello se me vuelve albino y grueso, mientras que de mis sienes crecen dos cuernos.

Sé que es la forma de un dragón, pero para este país tan católico solo puede ser la fiel imagen de aquel al que tanto temen los creyentes. El policía dispara sin cesar todos sus cartuchos en mi pecho, pero no ocurre nada conmigo, ni siquiera hay reacciones de dolor.

Sin prestarle más atención al policía, vuelvo a centrar mis ojos en el bandido, ahora sí cree que es real la frase que hace unos momentos le había dicho. Incluso se sacó del cuello un rosario para intentar repelerme, así que con más ganas lo agarro del cuello y salto con él a través de las paredes hasta llegar a la azotea, dejando al policía completamente paralizado.

El ladrón por otro lado está tan asustado que se orinó en los pantalones, lo noto porque ahora mismo lo estoy levantando del cuello. —¿¡Dónde está tu jefe!?

—Él... Él está...

Sin más vacilaciones me reveló su ubicación, puedo situarme fácilmente a través de las direcciones así que no necesitaré un guía. Sin darle más esperanzas de vida le rompo el cuello y salgo corriendo a toda velocidad en la dirección indicada. Por las calles se pueden escuchar las sirenas de varias patrullas, pero van hacia el sitio donde perpetré la matanza, en este momento me dirijo a otro lugar.

En menos de dos minutos ya me encontraba en la plancha del sitio que me señaló el ladrón, así que utilizando las escaleras del lugar desciendo con sigilo, mientras deshago mi dragonificación. Escucho risas de varios hombres, junto a música a alto volumen, se huele a la distancia la hierba quemada y es inevitable oír cómo esnifan la coca con pajillas de plástico. Hay alcohol regado en el piso junto a charcos de vómito, es un ambiente enfermizo y no es muy agradable que digamos. Hay cuartos oscuros donde no se sabe si están bailando o follando, pero no me importa en absoluto. Con solo ver los rostros de algunos de los asistentes me doy cuenta de que son menores de edad.

En el suelo hay un sujeto durmiendo con una navaja casi por fuera del bolsillo, así que con sigilo se la retiro, le doy una mirada despectiva y me la dejo para mí. Con velocidad me dirijo hacia el equipo de sonido que proporcionaba el ambiente, y sin más rodeo lo apagué, ante lo cual se escuchó una especie de huelga y protesta por parte de todos los que disfrutan este repulsivo ambiente.

—¿¡Quién putas apagó la música!? ¡Juro que lo voy a matar!

Desde una de las habitaciones apareció un tipo sin camisa y con tatuajes por todo el cuerpo, que llegó justo hasta donde yo me encontraba. —¿Fuiste tú? ¡Maldito pedazo de mierda te voy a...!—. Él estaba por sacar su pistola para hacer lo que alardeaba, pero antes de que eso fuera posible saqué la navaja y le atravesé el pecho.

Él iba a caerse, por lo que lo sostuve y acuchillé una y otra vez su tórax, hasta que no quedó más vida en él. Ahora sí permití que cayera de espaldas y entonces un pánico colectivo estalló al instante, todos deseaban huir...

ROMUGUVI [Vol. 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora