Muérdago

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—Hola, cariño —sonrió Jisoo cuando entraste en el dormitorio.

Tus pies cubiertos de calcetines se deslizaron rápidamente por el suelo hasta llegar a ella, donde te dejaste caer en la cama a su lado con un triste suspiro que caía de tus labios.

—Uh-oh. ¿Mal día, pequeña? —Preguntó y se acercó a ti. Te observó con la cabeza lentamente y con un beso en la frente, se puso de pie y te tendió la mano para que la tomaras.

—Jisoo —suspiraste. —Realmente no tengo ganas de dejar nuestra cama.

Ella se rió y tomó tu mano. Se la llevó a los labios y te dio varios besos suaves en los nudillos.

—Valdrá la pena, lo prometo.

Suspiraste pero dejaste que te guiara hasta la puerta. Ella se quedó paralizada y tú sólo pudiste alzar una ceja en señal de confusión.

—Mira hacia arriba.

Haciendo lo que ella decía, viste el muérdago colgado sobre tu cabeza y supiste que ocultar la sonrisa que te tiraba de los labios sería imposible.

—Lo he tenido colgado casi todo el día. Me sorprende que no te hayas dado cuenta cuando has entrado. —Dijo mientras dejaba caer tu mano para poder rodearte con sus brazos y estrecharte en su lugar.

—En mi defensa, estaba arrastrando los pies y sólo quería llegar a ti. No miré a ningún sitio más que a ti cuando te vi.

Soltó una risita, con el pecho lleno de mariposas y los ojos llenos de estrellas mientras te miraba fijamente. Llevando una de sus manos a tu mejilla, se mordió el labio burlonamente mientras te miraba a los ojos.

—Entonces... ¿vas a quedarte mirándome o vas a besarme? Estoy esperando.

Frunciste los labios y anticipaste el choque de sus suaves y cálidos labios sobre los tuyos.

Sucedió sólo un momento después. Un delicado beso en tus labios, un suave roce de sus labios en los tuyos.

Su mano pasó de tu mejilla a tu cintura, donde te acercó y mantuvo su mano en la parte baja de tu espalda para mantenerte allí. Pero mantuvo el beso suave y dulce, haciendo que tu corazón palpitara todo el tiempo.

Al separarse sin aliento, dejó caer su frente sobre la tuya. Sus labios permanecieron cerca, listos para rozar los tuyos en cualquier momento.

Besando la comisura de sus labios, dijiste:

—Gracias.

—¿Por qué? —Ella se rió.

—Por hacerme sonreír siempre —susurraste, rodeando su cuello con los brazos. —Te amo.

—Te amo aún más, mi niña. —Habló antes de acercarte para darte muchos más besos, compartidos justo bajo el muérdago.

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